Antonio Perry
11 Junio 2025 03:06 am

Antonio Perry

Ante la violencia, templanza

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Miguel Uribe no había llegado al Centro Médico de Modelia, cuando ya se apuntaban los primeros dedos, ansiosos por encontrar un culpable. Es reflejo perverso (aunque muchas veces involuntario) de convertir el trauma en munición política, es una tentación universal, pero una que debemos resistir. 

No debemos usar el dolor ajeno para validar nuestras propias creencias. Por el contrario, la tragedia debe ser una oportunidad para restablecer el diálogo. El llamado a la moderación debe prevalecer sobre el clamor inmediato. Reaccionar con furia partidista, aunque comprensible, termina deshonrando a las víctimas e impidiendo cualquier diálogo constructivo. 

Esa necesidad fastidiosa de señalar culpables inmediatamente o de encajar una catástrofe en una narrativa común, es algo profundamente humano. En tiempos de miedo e incertidumbre, buscamos culpables para tener certeza. Los políticos de todos los colores lo saben bien y rápidamente ofrecen narrativas convenientes. 

Pareciera justo y hasta empático atacar y señalar a un supuesto villano. Sin embargo, ese instinto solo genera una falsa sensación de reivindicación y muchas veces reduce a las víctimas a un recurso para fines propios. ¿Realmente estamos reaccionando por empatía o por reforzar nuestras posiciones? Deberíamos preguntárnoslo antes de saltar rápidamente a conclusiones y gritar: “¡Aja! ¡Lo sabía!”. Al hacerlo, usamos el dolor ajeno y renunciamos a la oportunidad de aprender algo de la tragedia o encontrar puntos comunes. 

Esa politización inmediata le cierra la puerta en las narices al diálogo genuino. Tan pronto la culpa se vuelve partidista, mitad del país simplemente se desconecta o se pone los guantes. El atentado contra Miguel Uribe es doloroso y reprochable desde todo punto de vista. Es el primer intento de asesinato de alto perfil en décadas e invocó los fantasmas de los días más oscuros del país. Esos recuerdos exigen introspección y unidad. De lo contrario, el ciclo de desconfianza y división continuará indefinidamente. 

Una manera más responsable (y a veces más valiente) de actuar es dar un paso atrás. Tuve la oportunidad de tener clases con Ronald Heifetz, una eminencia en el campo del liderazgo. Debo confesar que no creía mucho en la clase y la inscribí a regañadientes porque “tocaba verla”. En su momento, tampoco creí haber aprendido mucho, pero con el tiempo pequeñas lecciones han empezado a calar. Una de ellas es dar un paso atrás y subirse al balcón.

Se trata de salir del tumulto frenético del conflicto para ganar perspectiva. La única forma en que se puede lograr una visión más clara de la realidad es distanciándose del calor del momento, dice Heifetz. En la práctica, yo entiendo que esto significa hacer una pausa antes de reaccionar; darnos un espacio para cuestionar nuestras propias suposiciones y emociones.

Implica preguntarnos ¿qué es lo que realmente está ocurriendo aquí y cuál es mi responsabilidad?, en vez de ¿a quién puedo culpar? Al hacer esto, podemos descubrir una causa común y compartida, como la polarización política que nos afecta a todos y sobre lo cual podemos trabajar. Lo que Heifetz llama “el trabajo en el centro” (the work at the center). 
también nos enseña que debíamos anclarnos en la turbulencia (hold steady): resistir la tentación de actuar y hablar apresuradamente. Al resistir y demostrar templanza podemos ser respetuosos con el dolor ajeno sin responder agresivamente. Un líder puede y debe sortear la tormenta. Si lo logra, cuando llegue la calma, las relaciones se fortalecen en lugar de romperse. 

La templanza es una forma de empatía, muchas veces más profunda. Aunque los gritos suelan asociarse con una preocupación más autentica, la empatía suele ser más silenciosa. No se expresa a través de la furia histriónica, sino creando los espacios para ser honestos y tener conversaciones difíciles sobre eventos traumáticos que generan polarización. 
Esto no quiere decir que salir a rechazar la violencia enfáticamente no sea valiente ni necesario. Lo es y todos deberíamos hacerlo. Pero eso no implica que no podamos dar un paso hacia atrás y volver al silencio para tener conversaciones difíciles. Y sí, tal vez esto no genere tantos likes como un tuit enardecido, pero honra el dolor de manera más profunda. 

La moderación es una elección. Nos ayuda a evitar errores. Muchas veces acusaciones apresuradas terminan siendo infundadas o exageradas. Nos distraen del problema, nublan la vista y nos impide ver la solución. Una respuesta moderada también evita echarle más leña al fuego y dar un paso hacia atrás trae calma; nos permite a todos respirar, revisar los hechos y pensar en vez de simplemente reaccionar. La moderación demuestra confianza y autocontrol. Y, lo mejor, es contagiosa.

Momentos como este ponen a prueba nuestro carácter. Un intento de asesinato trae consigo un dolo inimaginable, pero también puede ser un punto de inflexión. ¿Vamos a dejar que nos divida aún más, o vamos a dar un paso hacia atrás para recalibrar? 

Demostrar templanza ante la violencia no es una señal de debilidad, es coraje. Demuestra que valoramos más la verdad que el oportunismo y que preferimos sanar como sociedad que ganarle al contrincante. Al resistir el reflejo de politizar la tragedia, respetamos a las víctimas y a nuestra democracia. Esta responsabilidad, aunque compartida por todos, empieza por el presidente. Es él quien tiene la mayor obligación de guiar al país lejos del conflicto partidista, no profundizarlo. 

La empatía comienza por acompañar el dolor sin apropiárselo. Que Miguel Uribe sobreviva, que su familia encuentre consuelo, y que esta violencia nos deje una lección: no podemos seguir alimentando una política que deshumaniza. La valentía de dar un paso hacia atrás y subirse al balcón es lo que necesita Colombia en estos momentos.
 

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