Federico Díaz Granados
25 Septiembre 2023

Federico Díaz Granados

Ardiente paciencia

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Hace poco volví a ver en Netflix la película Ardiente paciencia del director Rodrigo Sepúlveda. Las extraordinarias actuaciones de Andrew Bargsted como Mario, Vivianne Dietz como Beatriz y Claudio Arredondo como Pablo Neruda recrean la celebrada novela homónima de Antonio Skármeta sobre la amistad que se teje entre el autor del Canto general y un joven cartero que tiene la misión de llevarle la correspondencia al único letrado que vive en una costa de pescadores. En mi memoria estaba grabada la bellísima versión italiana que bajo el título de Il postino conmovió a muchos espectadores en el mundo con la vibrante actuación del comediante Massimo Troisi quien murió poco antes de culminar el rodaje. De igual forma, bajo la dirección del mismo Skármeta, en 1983 se rodó en Portugal una primera versión de esta novela que con el tiempo se ha ido convirtiendo en una de las fábulas más intensas y conmovedoras sobre el poeta. “La poesía no es de quien la escribe sino de quien la necesita” le dice el Mario Jiménez o Mario Ruopollo a Neruda en una discusión sobre el robo que este humilde cartero hizo de sus poemas para conquistar a Beatriz, la hija de la dueña de la hostería.

Como buen maratonista de series y películas seguí las sugerencias que arrojaba el algoritmo y continué en modo nerudiano y después de varios años repetí la polémica cinta Neruda de Pablo Larraín protagonizada por Luis Gnecco y el gran Gael García Bernal sobre las aventuras y desventuras del poeta al cruzar la frontera por la cordillera de los Andes para huir de la persecución que había ordenado el presidente Gabriel González Videla. A su vez, me cambié de plataforma para ver la película también llamada Neruda dirigida por Manuel Basoalto sobre el mismo escape y seguimiento que bien narra el poeta en su discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura en 1971 que termina precisamente, luego de citar a Rimbaud, “solo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres. Así la poesía no habrá cantado en vano”.

Eso dijo Neruda en 1971, en la cumbre de su gloria cuando los reflectores del mundo estaban en Estocolmo. Era un premio anunciado y aplazado durante muchos años que lograba su recompensa en momentos en los que el poeta es el embajador en Francia del gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende. Para algunos biógrafos el motivo de su nombramiento en Francia tenía como objetivo estar más cerca de la Academia de Letras de Suecia desde un lobby gubernamental para acelerar su otorgamiento pues muchas cosas podían ocurrir con el gobierno socialista que ya para esos días estaba frágil y con rumores de un golpe de estado. La Academia se había pronunciado: “por una poesía que con la acción de una fuerza elemental da vida al destino y los sueños de un continente”.

En 1972 recibe el poeta el diagnóstico de un cáncer de próstata. No era un hombre tan mayor. Tenía 68 años y debe renunciar al cargo diplomático y regresar a Chile. Se pone en manos de uno de los mejores urólogos del país, el doctor Roberto Vargas Salazar, profesor de la Universidad de Chile quien le daba una esperanza de, por lo menos, cinco años con calidad de vida, luego de las más de 40 sesiones de radioterapia, entre marzo y abril de 1973, en el Hospital Van Buren como bien lo recuerda el biógrafo Mario Amorós.

Sin embargo, esos últimos meses fueron de gran incertidumbre. El clima de tensión política que vivía el país tenía al círculo más cercano a Allende en una especie de “acuartelamiento de primer grado”. Cualquier cosa podía pasar. El 12 de julio, día del cumpleaños 69 del poeta, llegó de sorpresa a Isla Negra el helicóptero del presidente Allende, quien arribaba con su esposa Hortensia para festejar a su amigo y camarada. Ese día se dieron por última vez un abrazo. Dos meses después la trágica historia marcaría el destino de estos dos hombres y del pueblo de Chile. Todo aquello ya es historia, pero los últimos días de Neruda siguen siendo una leyenda en esos primeros días de dictadura. El médico había recomendado a Matilde mantener al poeta alejado de las noticias, pero su espíritu curioso lo llevó a buscar por onda corta y sintonizar noticias hasta que se topa con las últimas palabras de Allende y confirma la fatal noticia de su muerte. Neruda afanaba entonces la redacción de sus memorias que vendrían a publicarse de manera póstuma bajo el título Confieso que he vivido. A comienzos de ese año había aparecido Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena.

Ese último tiempo se vivió bajo el signo de la tragedia. Dos días después Neruda seguía apurando algunos recuerdos desordenados de sus memorias y se los dictaba a Matilde Urrutia mientras una patrulla militar rondaba la casa de Isla Negra. Mientras tanto la casa de La Chascona en Santiago era allanada de manera violenta. Todo esto aceleró las fiebres, hizo decaer el ánimo y el 19 de septiembre en pleno toque de queda partiría de Isla Negra hacia la clínica Santa María en Santiago para encontrar allí la eternidad.

A medida que los días avanzaban, la salud de Neruda se deterioraba rápidamente. A pesar de su debilidad, continuó escribiendo en poemas y apuntes que expresaban su dolor por el destino de Chile y su amor inquebrantable por su país. Su voz se iba apagando mientras las detenciones, torturas y ejecuciones hacían parte del escenario de la brutal represión militar.

A las 22.30 del 23 de septiembre, hace cincuenta años, se apagó para siempre la voz del poeta de América. Su velación se hizo en La Chascona, que ya no era el lugar de la fiesta, el brindis y la amistad sino una casa ultrajada, con los vidrios rotos, inundada, con los libros en el piso, quemados y los cuadros quebrados. Todo era escombros y ruina. A oscuras, con velas, fue ese funeral que cuando partió hacia el cementerio se convirtió en el primer acto contra la dictadura. La caravana avanzaba por medio de las calles acordonadas por los militares. Todos temían lo peor. Eso podía terminar en una masacre, pero los ojos del mundo estaban puestos allí y esa fue la mejor escolta. Había corresponsales y fotógrafos de medios de todo el planeta. La gente se iba sumando y recitaban sus poemas como si fueran plegarias hasta que alguno se atrevió a romper el miedo al gritar “Compañero Pablo Neruda” a lo que la multitud respondía “Presente, ahora y siempre”. Y enseguida “Compañero Víctor Jara” y “Compañero Salvador Allende…”. Sería la última vez que se escucharía por muchos años ese pregón en las calles chilenas. Recuerda el escritor Plinio Apuleyo Mendoza, quien estaba en Chile en esta fecha en su crónica Adiós a Neruda: “De pronto, el funeral de Neruda se había convertido en un mitin. ‘Primer acto público de oposición’, titularía el diario francés Le Monde. El acto fue, de todas maneras, muy breve. Apenas quedó clausurado el nicho que guardaba los restos de Neruda, se produjo de nuevo un silencio hecho de desconcierto y tensión. Seguían escuchándose fuera las sirenas de los autos militares. La multitud empezó a dispersarse con prisa en todas direcciones”.

El cuerpo de Neruda fue sepultado en un espacio cedido temporalmente por la familia de la escritora Adriana Dittborn donde permaneció poco menos de un año. El 7 de mayo de 1974 sus restos, aún con la bandera de Chile intacta, pasaron al nicho 44 del módulo México del mismo Cementerio General. Al retornar la democracia en un acto encabezado por el mismo presidente Patricio Aylwin se cumple su voluntad expresa de ser enterrado en Isla Negra junto a Matilde quien había muerto en 1985. El poema Disposiciones era un testamento inquebrantable: “Compañeros, enterradme en Isla Negra, / frente al mar que conozco, a cada área rugosa / de piedras y de olas que mis ojos perdidos / no volverán a ver”. Y en 2013 tuvo su cuarto entierro: una orden judicial obligó a una exhumación de sus restos para examinar un posible envenenamiento. Laboratorios canadienses y alemanes encontraron la bacteria Clostridium btulinum que a través de su torrente sanguíneo llegó a sus huesos. Ya nada extraña en esta historia. Como dijo su reconocido biógrafo Hernán Loyola, uno de los pocos que pudo estar en esas noches de velación entre los escombros en La Chascona, su funeral “Fue la batalla póstuma de Neruda y, como la legendaria del Cid Campeador, la ganó”. Esta es la “ardiente paciencia” de la posteridad: una película de terror, de misterio, policiaca de los últimos días de Neruda cuya vida puede leerse como una novela de aventuras donde la poesía nunca cantó en vano.

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