
Hace poco se reunieron los partidos Liberal, Conservador, Nuevo Liberalismo y la U, también estaba invitado Cambio Radical, para buscar un acuerdo de cara a las elecciones de 2026. Se trata de presentar un candidato único a primera vuelta para intentar, con mayor seguridad, el paso a segunda vuelta.
Tienen el propósito, dicen, de unir a la centro derecha y tomar distancia de Vicky Dávila y del uribismo, distinción clave, porque tanto Vicky como el Centro Democrático y los lideres de las iglesias evangélicas han recibido con alborozo el ascenso de la nueva derecha de Trump, Milei y Bukele y están postulando sus ideas para Colombia.
Este anuncio se agrega a la decisión del presidente Petro de buscar una coalición que agrupe a la izquierda, a sectores de los partidos tradicionales que lo han acompañado en el gobierno y a la fracción de los verdes afín a sus ideas. Un frente amplio que tiene en sus manos las palancas del gobierno central, la bandera de la consulta popular y las reformas sociales.
Al tiempo se está intentando una escisión amigable del Partido Verde para dejar libres a los parlamentarios y líderes regionales que quieran moverse hacia otras toldas políticas, atendiendo, en especial, el llamado de Claudia López a conformar una nueva fuerza que acompañe sus aspiraciones presidenciales.
Estos movimientos, cuando aún no estamos de lleno en la campaña, obligarán, tarde o temprano, a que el candidato que seleccione el Centro Democrático se la juegue a una coalición con Vicky Dávila y las iglesias evangélicas en el afán de presentar una candidatura con arrastre en la opinión y con aparato político capaz de competirle, con alguna opción de triunfo, a las coaliciones que se están formando en la centro derecha y en la izquierda.
Obligarán también a Claudia López, a Sergio Fajardo Fajardo y a otros candidatos de esta corriente moderada a pensar desde ya en una alianza para ir con posibilidades ciertas de cruzar la primera vuelta presidencial. Están forzados a formar una gran confluencia y a moverse muy rápidamente en la conformación de equipos y donantes a lo largo y ancho del país para ganarle a coaliciones con gran asiento regional y local y con caudalosos apoyos económicos.
La conformación de estos cuatro bloques no será nada fácil, el esfuerzo de concertación será enorme y la virulencia con la que se han adelantado los debates políticos en los últimos años en Colombia no ayuda mucho. Por eso cabe la posibilidad de que se mantenga la dispersión y a la primera vuelta concurran una variedad de candidatos con bajos registros de votación.
Pero un panorama de potentes coaliciones antes de primera vuelta cualificará el debate político y beneficiará enormemente la conformación de un nuevo gobierno. En principio le cerrará el espacio a un outsider tipo Rodolfo Hernández, es decir, empujará a los candidatos emergentes, con algún arrastre en la opinión, a ligarse a una de las alianzas, so pena de ser irrelevantes.
Pondrá sobre la mesa los debates claves del país. Las reformas sociales que serán el plato fuerte de la izquierda; la seguridad que será el portaestandarte de la derecha y obligará a las demás corrientes a forjar ideas alternativas al modelo Bukele que seduce tanto a los líderes de esta corriente; la lucha contra la corrupción, relegada en el gobierno de Petro, y, en la cual, la centro izquierda tiene pergaminos, como quiera que encabezó la copiosa votación en la consulta popular anticorrupción; la política exterior del país, en un mundo que está cambiando aceleradamente, haciendo añicos los acuerdos de la segunda posguerra y redefiniendo el papel de las grandes potencias al ritmo de un desbocado Donald Trump.
El reto de Petro y del Pacto Histórico es enorme. Van a enfrentar a todas las fuerzas en una lucha abierta por sacarlos de la segunda vuelta. Serán, seguramente, el trompo de poner, porque van a cobrarles todos los errores y limitaciones del primer gobierno de izquierdas del país. Tendrán que mantener, a como dé lugar, la unidad con las corrientes del santismo que los han acompañado en el gobierno y tendrán que encontrar un candidato con arrastre en la opinión pública y con un férreo carácter y una probada habilidad, para enfrentarse a la lluvia de críticas que les caerán encima.
Esta diferenciación en bloques con características políticas definidas les sirve a Claudia y a Fajardo para asumir que su visión de la vida pública comprometida con cambios sociales y derechos de minorías se ubica en la centro izquierda y para entender que ese lugar puede ser virtuoso para una campaña donde las transformaciones sociales graduales y concertadas estarán, sin duda, sobre la mesa.
La centro derecha tiene fortalezas indudables. Esa confluencia de partidos tradicionales tiene en su haber a experimentados políticos, a administradores de postín, a líderes con un gran conocimiento del país como Germán Vargas Lleras; pero su lado flaco no es menor, representa a la vieja clase política tan denostada en las últimas elecciones y tiene pocas novedades para ofrecerle a un país ansioso de transformaciones ciertas.
En un escenario de cuatro bloques disputando la primera vuelta presidencial se pueden dar apasionantes combinaciones para segunda vuelta: que la polarización lleve a una contienda final entre la izquierda liderada por Petro y la derecha bajo la sombrilla del uribismo, como ocurrió en 2018; que en la instancia final se encuentren dos moderados como aconteció en 2010, cuando Santos le ganó la nominación a Andrés Felipe Arias, que no pudo ganar la consulta conservadora, y Antanas Mockus se le atravesó a Petro en la escogencia de los alternativos; que la izquierda o la derecha terminen enfrentando, al final, a uno del centro del espectro político; todas estas cosas pueden ocurrir si miramos la política con los pies en este comienzo del año 2025, pero pasará mucha agua bajo los puentes antes de llegar a la segunda vuelta presidencial del año 2026.
