Ana Cristina Restrepo Jiménez
9 Junio 2023 01:06 pm

Ana Cristina Restrepo Jiménez

Bastardos con gloria

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El 5 de noviembre de 2020, Univisión, ABC y NBC, entre otros medios de comunicación, interrumpieron la transmisión de la conferencia de prensa en la que el entonces candidato-presidente Donald Trump denunciaba fraude electoral en la contienda con el actual presidente de Estados Unidos, Joe Biden. CNN continuó al aire con un generador de caracteres que advertía: “Sin presentar pruebas, Trump afirma que le están haciendo trampa”. 

(Para finales de agosto de 2020, The Washington Post había registrado más de 22.000 afirmaciones engañosas y mentiras de Trump).

El pasado 10 de mayo, un día después de que un jurado en Manhattan declarara al expresidente republicano responsable de abuso sexual y difamación contra la escritora E. Jean Carroll, CNN transmitió durante 70 minutos el Town Hall presidencial desde New Hampshire. Trump, además de burlarse de su víctima, se dedicó a lo que mejor sabe hacer: disparar el índice de audiencia.

Escuche la columna completa:

CNN dispuso a una de sus mejores periodistas, Kaitlan Collins, para que se encargara de “no pasarle ni media”. Las audiencias “críticas” y opinadores, aquellos que no dudaron un segundo en sintonizar a CNN, se preguntaban: ¿cómo permitimos que un mentiroso, misógino y narcisista llegara al poder?

Colombia lleva casi una semana “impactada” con las declaraciones del exsenador de la república y exembajador en Venezuela Armando Benedetti, a la revista CAMBIO.

Durante décadas, los medios de comunicación colombianos hemos concebido y criado a este engendro. Benedetti es para la gran prensa nacional el borracho que anima la fiesta cuando ya todo el mundo cabecea o está alistando sus cosas para irse. Nunca nos ha importado que sus “análisis” tengan la altura argumentativa de una discusión en un billar de mala muerte, y lo seguimos consultando porque es parte de ese espectáculo mediático que tenemos que montar para mantener el índice de audiencia.

¿Cómo permitimos que un mentiroso, misógino y narcisista llegara al poder?

He ahí nuestro “hijo”. “Inflamos ese globo”

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Detengámonos en una sola frase de la entrevista: “Si yo la tengo en frente la mato”

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Benedetti se refiere a Laura Sarabia, la mujer a la cual le acababa de mandar rosas de Don Eloy –hay otros que matan mujeres después de darles rosas compradas en un semáforo, es cuestión de bolsillo–. De acuerdo con el criterio jurídico de Feminicidios Colombia, a la fecha se han perpetrado 115 feminicidios en el país. Que una persona con el lugar social y político del barranquillero mande flores y remate con semejante afirmación en una de las revistas más leídas de Colombia, no puede ser tomado a la ligera.

Y no, Benedetti no tiene el más mínimo derecho a escudarse en la expresión idiomática “matar a” (“Yo mato a mi hermana, me regó el café en la blusa…”). Un personaje público, con incidencia en las audiencias, no puede decirle a un medio de comunicación: “Si yo la tengo en frente la mato” (si eso lo dice en público, qué no dirá y hará en privado). La violencia contra las mujeres se ha convertido en paisaje en las conversaciones públicas… excepto si viene de una mujer, porque a las mujeres sí les caen con toda la fuerza.

En agosto de 2011, corrieron ríos de tinta contra la política paisa que le dijo a Yamid Amat en una entrevista: “Si mi marido me casca, sería porque yo me lo gané. Tendría que haberlo jodido mucho” (me incluyo: he escrito contra esas afirmaciones deplorables y no me arrepiento). La cacica conservadora asoma la cabeza otra vez en Antioquia, con ganas de votos; sin embargo, después de aquellas declaraciones, los medios optaron por ubicarla en el lugar que merece: el de la inexistencia. En un país con los índices de violencia machista de Colombia, legitimar su discurso violento arriesga la vida de muchas mujeres.

¿Por qué ella (bruta como es) quedó en el olvido y a Benedetti ya lo ascendimos al “Garganta profunda” del Caribe?

Gran preocupación despertó su “lenguaje de mafioso”. Armando Benedetti ni a sicario llega. De mafioso italiano solo tiene el apellido y el whisky en la mano. No pasaría una audición con Francis Ford Coppola ni con Quentin Tarantino. Víctor Gaviria jamás caería tan bajo.

Políticos como él son el producto de la pobre jerarquización noticiosa y del afán de entretener, ese que, sin pausa, ha logrado legitimar a personajes peligrosos. No insinúo que sea fácil de entender la dinámica del habla para empezar a desterrar las violencias basadas en género; pero un primer paso es detener la violencia en el lenguaje (con una contrapregunta, con el repudio contundente y directo hacia el entrevistado): un personaje público no puede decir en una entrevista que va a matar a una mujer. ¡Ese no es un coloquialismo ni una metáfora válida!

Ahora, parecemos buscar un “alfiler” en un pajar. Armando Benedetti es el hijo que los medios de comunicación nos negamos a reconocer: cuando pudimos alertar, optamos por alentar.

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