
La protección de la biodiversidad y la descarbonización son dos políticas indispensables en la lucha contra el cambio climático, pero tienen enfoques y objetivos distintos. La primera es el tema de la COP 16 que empieza esta semana en Cali, y la segunda se debatirá en la COP 29 que se celebrará en Azerbaiyán el próximo mes de noviembre. Entender las diferencias entre estas dos políticas es fundamental para saber cuál debe ser la prioridad del Colombia.
Dos estrategias contra el cambio climático
La descarbonización se refiere a la reducción de las emisiones de dióxido de carbono (CO₂) y otros gases de efecto invernadero (GEI) provenientes del uso de combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas natural), para limitar el calentamiento global y mantener el aumento de la temperatura global por debajo de 2°C respecto a los niveles preindustriales.
La transición energética es la principal estrategia de descarbonización, buscando sustituir las fuentes de energía basadas en combustibles fósiles por energías limpias como la solar, eólica o hidroeléctrica, pero hay otras que también tienen efectos importantes en la reducción de la emisión de GEI.
Algunas de ellas son la búsqueda de la eficiencia energética, mejorando la eficiencia en el uso de energía en sectores como la industria, transporte, construcción y otros; la electrificación del transporte, promoviendo vehículos eléctricos y reducir el uso de combustibles fósiles en automóviles, camiones, barcos y aviones; la captura y almacenamiento de carbono (CCS) mediante tecnologías que eliminan el CO₂ directamente de las fuentes de emisión o incluso de la atmósfera. Esta última es en la que más están invirtiendo recursos la grandes compañías petroleras.
Por su parte, la protección de la biodiversidad se centra en la conservación y restauración de los ecosistemas naturales, que desempeñan un papel crucial en la regulación del clima. Los bosques, los océanos y otros ecosistemas capturan y almacenan grandes cantidades de CO₂, lo que ayuda a mitigar el cambio climático.
Entre las acciones que se deben adelantar para este objetivo están la creación de áreas protegidas para establecer parques nacionales, reservas naturales y zonas de conservación para proteger especies y hábitats; la restauración de ecosistemas degradados como bosques, humedales y otras áreas críticas que han sido alteradas por actividades humanas; el control de especies invasoras para prevenir la introducción de especies que pueden desestabilizar los ecosistemas locales.
Pero sin lugar a dudas la acción más importante, y especialmente para países como Colombia es la reducción de la deforestación evitando la tala indiscriminada de bosques, en áreas como la Amazonía, que son importantes sumideros de carbono.
Definiendo prioridades
Según el Banco Mundial en 2022 las emisiones planetarias de CO₂ alcanzaron los 36.000 millones de toneladas, siendo esta la causa principal del calentamiento global, por lo que su reducción debe ser la prioridad de las políticas mundiales. Como el 55% de las emisiones de GEI en el mundo provienen del uso de combustibles fósiles, sustituirlos por fuentes de energía renovables es un imperativo para todo el mundo si se quiere evitar la catástrofe ambiental. Este será uno de los temas de la COP 29.
Sin embargo, a pesar de que Colombia es uno de los países más vulnerables al cambio climático, sus prioridades no deben estar en la reducción del uso de hidrocarburos (aunque en carbón se debe hacer un esfuerzo), y mucho menos en su producción, sino en la protección de la biodiversidad, por varias razones.
Primera porque Colombia solo emite el 0.21% de los GEI, y de estos solo el 30% proviene del uso de petróleo, gas y carbón. En consecuencia, así se lograra reducir a la mitad el uso de combustibles fósiles, el impacto sobre la reducción de las emisiones mundiales de GEI sería ínfimo, solo el 0.01%. Segunda, porque el país necesita los recursos provenientes de las ventas de petróleo y carbón al resto del mundo, mientras haya compradores, para su balanza de pagos y para financiar al Estado y la transición energética.
Pero la razón principal para concentrar los esfuerzos y los recursos del país en la protección de la biodiversidad es que Colombia tiene el 10% de la biodiversidad del mundo, y la estamos acabando. De hecho el 59% de la emisión de GEI en Colombia proviene del mal uso de las tierras agrícolas y la deforestación. En el primer semestre de este año las motosierras asesinas destruyeron más hectáreas de bosque que todo el año anterior.
La preservación de este patrimonio natural tiene un impacto directo sobre sectores como el turismo o la agricultura sostenible, pero además contribuye a capturar grandes cantidades de CO2. Además hay países y empresas dispuestos a pagarnos por preservar nuestra enorme biodiversidad.
La protección de la biodiversidad y la descarbonización no son estrategias excluyentes, sino complementarias. Mientras que la descarbonización se enfoca en reducir las emisiones en su origen, la protección de la biodiversidad asegura que los ecosistemas continúen capturando carbono y brindando resiliencia climática. En Colombia, es necesaria la combinación de ambas políticas pero la primera debe ser la prioritaria. La COP 16 debe ser el escenario para definir los compromisos del país y obtener recursos internacionales para fortalecer esta estrategia.
