
Tomás González me dijo desde la primera vez que conversamos, y me repite cada vez que puede, que mi gran reto literario es buscar la luz. Es tan turbia a veces nuestra realidad, tan agobiante, que fácilmente ponemos la mirada en lo que está mal, porque abunda. Yo empecé a escribir esta columna en febrero de 2021, desde el inicio de la revista CAMBIO. Muchos de los ciento cuarenta y tres textos carecen de luz, han sido tres años y tres meses vertiginosos, en los que se ha recrudecido la violencia en el Chocó Biogeográfico, que es de donde emanan la mayoría de los temas sobre los cuales escribo. A pesar de eso, este espacio semanal ha sido también mi primer entrenamiento en la búsqueda de luz. He intentado combinar la crudeza de la realidad con la belleza de arte, con paisajes sobrecogedores de los sitios que habito o visito y con la esperanza de las resistencias, que han sido el sostén de las comunidades marginadas en nuestro país.
Hubo días que escribí con rabia, otros con un dolor inmenso y lágrimas en los ojos. Pude compartir una parte de mi duelo por la pérdida y el dolor más grande que he tenido en mi vida con esta comunidad que se fue haciendo poco a poco y que recibió con generosidad mis historias sobre mi padre, pero también mis críticas o mis cuestionamientos al racismo estructural y cotidiano que azotan nuestro país. Hubo desacuerdos, como era de esperarse. Al principio recibí unos mensajes muy violentos y amenazantes, que fueron desapareciendo con el tiempo. Quiero creer que los lectores hostiles comprendieron al final que siempre me han movido propósitos superiores, intereses generales, comunes y no los intereses o ataques personales, como debe ser el periodismo. Eso lo aprendí desde mis días en la Universidad de Antioquia.
Jamás recibí una censura, mis artículos fueron corregidos con respeto y objetividad por María Laverde y Germán Hernández, y ni siquiera los temas más controversiales o un reclamo directo a Patricia Lara fueron motivo de cuestionamiento, y así da gusto escribir cada semana. Por eso ha sido tan difícil despedirme de esta etapa en este oficio.
Tengo la responsabilidad de seguir buscando la luz en mi literatura, ahora, en una novela y otros manuscritos por concluir. Aunque parezca sencillo escribir setecientas palabras, no solo se toma las horas de redacción, sino que una piensa mucho lo que podría ser el tema y el enfoque de la columna. De modo que este ejercicio tan enriquecedor, que describo como un gimnasio de la escritura, termina por tomarse mucho tiempo de la semana, tiempo que ahora necesito para la ficción.
Quiero agradecer a Simón Posada, quien tuvo la idea de que me convirtiera en columnista. Agradezco a Federico Gómez y a Patricia Lara por confiar en mí, pero, sobre todo, por persistir en medio de las dificultades que significa mantener esta revista. Mi amigo Sergio Valencia me acompañó en una revisión minuciosa durante todo el primer año, que me permitió encontrar mi voz como columnista, y mi amigo Mateo Hernández fue mi corrector personal durante muchas semanas. Otras amigas y amigos discutieron conmigo el tema, me dieron ideas, me sugirieron cambios, como ocurre con toda escritura, que se fortalece en el ejercicio colectivo.
Esta columna fue también una vitrina para mi trabajo de gestión cultural y mis libros, y me permitió llegar a lectores que no se conectan con mi trabajo de ficción o mi literatura infantil, pero sí con mi ejercicio de periodismo de opinión. A esos y los demás lectores es a quienes debo mi mayor agradecimiento. Esta labor solo acaba de existir cuando ustedes se toman el tiempo de recorrer las líneas que escribí en mi casa, en un avión, en una sala de espera o un café. Hasta mis lectores más críticos, que dejaron cada semana sus comentarios ácidos e irónicos en el foro de la columna, son importantes para mí.
Agradezco también a los usuarios de redes sociales, especialmente en X, que hicieron eco de mis palabras casa semana y varias veces salieron en mi defensa, ante contradictores racistas y agresivos.
Me da mucho gusto cerrar esta etapa dejando las puertas abiertas en la revista CAMBIO. Seguramente volveré, pero no será antes de un año, que es el tiempo que necesito para seguir buscando la luz.
