Velia Vidal
7 Enero 2025 03:01 am

Velia Vidal

Casas vacías

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Me causa cierto pudor esto de desmembrar un texto y usar sus frases o su título a mi antojo, para intentar explicar o referirme a algo que posiblemente no tiene mucho que ver con lo que aborda el texto en todo su conjunto. Me excuso, sin embargo, en que la literatura y en particular las palabras y las frases armadas cuando se juntan en puñados, así sean miembros arrancados del cuerpo texto que antes las albergó, son lo único que nos queda ante el horror de la vida. Casas vacías (Sexto piso, 2020) es una extraordinaria novela de Brenda Navarro que tenía en mi lista de pendientes y que al fin agarré ayer. Empecé a leerla unas cuantas horas después de haber decidido que mi primera columna de este año sería sobre el horrendo caso al que ahora nos referimos como los cuatro de Guayaquil

Steven Gerald Medina Lajones, de once años, Josué Didier Arroyo Bustos, de catorce, su hermano Ismael Eduardo Arroyo Bustos, de quince, igual que Nehemías Saúl Arboleda Portacarrero, fueron secuestrados, desaparecidos, torturados, desmembrados, asesinados y calcinados por el Estado ecuatoriano. Ese mismo que tenía la obligación de protegerlos por ser cuatro niños, es decir, personas indefensas, vulnerables, cuya vulnerabilidad se multiplicaba por ser negros y pertenecer a familias y comunidades excluidas en términos sociales y económicos. 

¡Qué alguien haya muerto por favor para no sentir este vacío!: dice Navarro en sus primeras páginas.

Cosas parecidas pensaba yo en esos primeros días del diciembre pasado, cuando empezó a correr la noticia, y lo pensaba más como un deseo para las familias con todo el dolor que puede significar. Pero esperaba que todo eso no fuera a quedar en una desaparición sin resolver. Aquí en Colombia sabemos lo que es eso.

Te imaginas todo, menos que un día vas a despertar con la pesadez de un desparecido. ¿Qué es un desaparecido? Es un fantasma que te persigue como si fuera parte de una esquizofrenia. 

También había un lugar para la esperanza, claro, se trataba de niños que venían de jugar fútbol. Y ahí, junto a la esperanza, se anunciaba esa otra verdad que conocemos de sobra y también aparece en la novela que cito:

También pasa que a los niños los maniatan, violan, descuartizan, esclavizan, los vuelven pornografía. 

Para el veinticuatro de diciembre llegó la noticia del hallazgo de unos cuerpos, y el treinta y uno se confirmó lo que libraría a las familias de una espera eterna. También se fue viendo con mayor claridad lo que ya se intuía y empezaba a corroborarse en videos y testimonios: que el mismo Ejército, la fuerza pública, encargada de devolverle la paz a un país azotado por la mafia y la delincuencia, en contraposición a sus deberes, sometió y asesinó a sus niños. Pero no sólo eso: las autoridades nacionales fueron mucho más allá, y pusieron en escena su racismo encarnado y estigmatizaron a los niños y sus comunidades. Lo hizo el Estado y lo hicieron algunas personas en las redes sociales, incluso hasta el día del entierro.

La noticia ha corrido por el mundo, hay artículos de toda naturaleza, y es posible conocer detalles escabrosos en una búsqueda simple en la prensa internacional. Así me enteré de que hay dieciséis militares procesados, y que las familias piden veeduría internacional para que haya justicia. En esto pensé cuando leí otra frase que parece ser verdad: 

Para un asesinato no hay justicia (…) Usted también está en una cárcel. 

Hay muchas razones por las que nos conmueve este crimen, como latinoamericanos, como gente negra, como vecinos de Ecuador, como personas conscientes del racismo que hay debajo de todo esto, como víctimas de un Estado asesino, como mujeres que, madres o no, intuimos y hemos visto en fotografías y videos el dolor de las que parieron a estos cuatro niños, esas que seguirán condenadas a ser ellas mismas y a tener sus casas vacías, como en esta cita final. 

Mientras nosotras mirábamos confundidas e impávidas, porque eso era lo que había que hacer: ser las casas vacías para albergar la vida o la muerte, pero, al fin y al cabo, vacías. 

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