
Los días más felices de mi primaria fueron cuando faltaba algún profesor, sobre todo de matemáticas o ciencias, aparecía en el salón a improvisar un reemplazo el inolvidable Muñoz, Tulio Ernesto Muñoz, profesor de todas las materias en quinto grado y quien con su bata blanca inspiraba un profundo respeto, algo de temor y, por algún motivo, mucho cariño. El profesor Muñoz parecía un hombre del Renacimiento: sabía de ciencias, astronomía, religión, geografía y, sobre todo, historia. Lo recuerdo como un hombre de mediana estatura, tez morena, la marca entre las cejas del ceño fruncido, el pelo peinado hacia atrás con gomina y una sonrisa muy verdadera. Bajo su bata blanca se asomaban la corbata y un pito que hacía sonar cuando nos llamaba a todos para regresar a clases después del descanso.
No sé cómo se las arreglaba pero siempre que faltaba un profesor en algún otro curso diferente al suyo, aparecía e improvisaba una clase que a la postre sería inolvidable. Una vez, tiza en mano, nos explicó con detalles la campaña libertadora y en otra oportunidad los sucesos del 20 de julio de 1810, las gestas de los lanceros del Pantano de Vargas y la Batalla de Boyacá. En alguna ausencia de un profesor de inglés llegó de repente al salón y nos contó con detalles y, como si se tratara de una novela de misterio, todo lo ocurrido en aquella noche de traiciones conocida como la Noche septembrina, en la que iban a asesinar al Libertador Simón Bolívar. En otra ocasión, nos explicó el recorrido del río Magdalena desde el Páramo de las Papas hasta el mar Caribe lleno de anécdotas y crónicas. Así, la gran meta de la primaria era llegar a quinto para tener todas las clases con el legendario profesor Muñoz. Alguna vez, con la timidez de niño, le comenté que había visto en la serie Revivamos nuestra historia, que pasaban los domingos por la televisión nacional, algún episodio que él ya nos había narrado en uno de sus reemplazos de clase. Y así tuvimos algunas charlas sobre Bolívar, el hombre de las dificultades, protagonizado por Pedro Montoya o Mosquera y Obando: vidas encontradas, con Fabio Camero o el fascinante El Bogotazo, con Edgardo Román como Jorge Eliécer Gaitán.
Cambié de colegio y me fui a hacer el bachillerato con los jesuitas y nunca más volví a saber del profesor Muñoz. Un grupo de exalumnos siempre publicaba en El Tiempo una semblanza con una foto del profesor joven el día de su cumpleaños y muchos años después leí con tristeza su obituario, pero su pasión para enseñar la historia quedó en la memoria del corazón para siempre.
Luego eso cambió. Ya en bachillerato la historia llegaba a través de los libros de texto de editorial Norma: Historia de Colombia para lo que hoy es sexto grado, Historia de América para séptimo, Historia del Viejo Continente para octavo e Historia socioeconómica para noveno. Por fortuna, habíamos desterrado el Manual de historia de Colombia del padre Rafael María Granados (el padre Granaditos) una historia conservadora y negacionista. Eso sí, todos preferíamos confesarnos antes de misa con el padre Granaditos porque era sordo en sus más de noventa años de vida.
Recuerdo que algunos amigos de colegios más alternativos hablaban de la polémica por los libros de historia de editorial El Cid, de Silvia Duzán y Salomón Kalmanovitz, porque el relato se contaba desde el lugar de los vencidos y los marginados. Así que conseguía los libros y cotejaba versiones de ciertos episodios. Creo que allí leí por primera vez sobre el periodo de la Violencia y el Frente Nacional entre otros. Sin embargo, estábamos siendo testigos por esos días de unos capítulos amargos de nuestra historia y presenciábamos el desmoronamiento total del país. Muchas veces nos devolvieron a las casas porque habían asesinado a un candidato presidencial: a Bernardo Jaramillo Ossa y a Carlos Pizarro los mataron en días hábiles. A Luis Carlos Galán un viernes en la noche, a Jaime Pardo Leal durante un puente festivo. La toma del Palacio de Justicia fue a mitad de semana y la bomba del DAS nos sorprendía recién entrados en vacaciones al igual que el asesinato de Guillermo Cano. Los simulacros de evacuación en los colegios eran por amenazas terroristas y si un carro viejo estaba mal parqueado cerca a algún colegio, hospital o centro comercial, se activaban inmediatamente los protocolos de evacuación. En fin, fue aprender historia viviéndola.
La materia desapareció de los currículos y no hubo un lugar en los colegios para conversar, discutir y repensar la historia. Las clases de cívica y democracia hace mucho más tiempo habían desaparecido y no hubo tampoco espacio, por ejemplo, para hablar de la nueva Constitución en 1991, a pesar de los esfuerzos de medios como El Espectador que sacó en su momento fascículos explicativos sobre la Constitución de 1886 y la de 1991. Juan Manuel Santos sancionó la Ley 1874 en 2017, cuyo objetivo era restablecer la enseñanza obligatoria de la Historia de Colombia como una disciplina integrada de las Ciencias Sociales. A pesar de eso y de tener un Acuerdo de Paz que se debía socializar en los colegios, poco o nada de eso ocurrió. Ahora la promesa del Ministerio de Educación Nacional es estudiar y debatir un documento para que la historia regrese por la puerta grande al aula de clases. Tengo fe en esta promesa y en que estas clases permitirán la construcción de un pensamiento crítico capaz de comprender mejor el pasado, para ser conscientes del presente e intuir el futuro a partir de la propia identidad. En la era de la sobreinformación y los juegos de roles de modelos de naciones unidas, se hace necesario volver a nuestros relatos históricos y a conocer la geografía. Si nuestros jóvenes aprender a trazar mapas, con seguridad conocerán también la cartografía del alma humana y la empatía. Profesor Muñoz que estás en los cielos, ruega porque regresen más pronto que tarde esas clases de historia y geografía que tanto nos inspiraron a muchas generaciones.
