Confiar y comprobar deben ir de la mano. La confianza ciega, sin comprobación, puede ser el camino más rápido al desastre.

Hace varios años, en una junta directiva en la que participé, conocí a Pedro Vargas Gallo, un emprendedor visionario y empresario cuya agudeza mental y sabiduría práctica me dejaron huella. Era de esos líderes que, con cada frase, lograban cautivar la atención de todos en la sala. Sus intervenciones solían estar acompañadas de dichos que cimentaban con fuerza sus ideas. Entre todos, hubo uno que transmito cada vez que puedo: “Confía, pero comprueba”, me decía. Pedro falleció en 2016, pero su sabiduría sigue siendo un referente en mi vida.
Aquella frase, aparentemente sencilla, encierra una lección profunda que se debe aplicar en la vida personal y profesional. En los negocios y en el emprendimiento, la confianza es un pilar fundamental. Sin ella, las relaciones humanas serían inviables, los acuerdos no existirían y los proyectos jamás despegarían. Sin embargo, la confianza ciega, sin comprobación, puede ser el camino más rápido al desastre.
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“Todo parecía impecable hasta que un potencial inversionista más perspicaz pidió ver las declaraciones de exportación”
He sido víctima y testigo de primera mano de cómo personas abusan de la buena fe de empresarios, emprendedores y de inversionistas. Un discurso bien elaborado, una historia convincente o un currículum inflado pueden ser suficientes para ganar nuestra confianza y, eventualmente, nuestros recursos. Pero, si no verificamos lo que nos dicen, es posible que terminemos atrapados en pirámides financieras, con socios poco confiables, o en proyectos destinados al fracaso.
Recuerdo un caso específico: un empresario que afirmaba haber exportado a múltiples países y trabajado con reconocidas marcas internacionales. Todo parecía impecable hasta que un potencial inversionista más perspicaz pidió ver las declaraciones de exportación. Resultó que esas relaciones comerciales no existían; eran simples fantasías que se desmoronaron al primer vistazo crítico. Esa experiencia es una muestra de que no todo lo que brilla es oro y que, como decía Pedro Vargas, confiar debe ir de la mano de comprobar.
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“En la vida personal, también debemos mantener un equilibrio entre confiar y verificar”
Esto no solo aplica al mundo de los negocios. En la vida personal también debemos mantener un equilibrio entre confiar y verificar. Cuando alguien nos presenta a un potencial socio, amigo o hasta pareja, está en nuestras manos buscar pruebas que respalden sus palabras. No se trata de desconfiar de todos, sino de reconocer si la excusa ante lo que no cuadra es, en realidad, una bandera roja.
Si algo no tiene sentido, hay que confirmar el por qué y no dejarse convencer por la primera explicación que nos den, sobre todo si deja cabos sueltos. Hay que confirmarla nuevamente, hasta que el cuadro de información sea coherente y sustentado. Y si sigue sin tener sentido, es de responsabilidad propia actuar en consecuencia.
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“A lo largo de los años, he aprendido que comprobar no desvirtúa la confianza: la fortalece”
En el mundo actual, lleno de información accesible, no hay excusa para no hacer nuestras propias investigaciones. Cuando un potencial empleado afirma tener una trayectoria destacada, revise referencias y valide logros. Si un nuevo socio promete ser el mejor aliado, averigüe su historial y reputación. Si un proyecto parece demasiado bueno para ser verdad, lo más probable es que tenga algo oculto o no sea lo que aparenta. Como dice el dicho, de eso tan bueno no dan.
A lo largo de los años, he aprendido que comprobar no desvirtúa la confianza: la fortalece. Nos permite actuar con mayor seguridad y minimizar los riesgos que, de otro modo, podrían haber sido evitados.
Confíe, pero compruebe. Que su fe sea fuerte, pero también su prudencia; porque la confianza sin evidencia, en los negocios y en la vida, no es virtud sino imprudencia.
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