David Colmenares
27 Marzo 2025 03:03 am

David Colmenares

Construyéndome para liderar mi vida: lo que Kung Fu Panda me recordó

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Hace unas semanas, después de una auditoría en la que no salimos bien parados, tuvimos una discusión intensa en el equipo. La reacción inmediata fue la esperada: más controles. Más validaciones, más capas. Incluso para riesgos que ya estaban mitigados… o que en realidad no existían.

En medio de esa conversación, me vino a la mente el maestro Shifu. Él también creía que si todo estaba bajo control, nada podía salir mal. Entrenaba, organizaba, predecía… hasta que la vida —o el destino, o un panda torpe— le mostró lo contrario.

Durante años, yo también viví así. Creía que controlar era proteger. Que anticiparme era mi deber. Pero aprendí que el control absoluto es una ilusión. Y que detrás de esa ilusión, muchas veces, hay miedo.

Como le dice el maestro Oogway a Shifu: “El panda nunca cumplirá su destino. Y tú tampoco… hasta que dejes ir la ilusión del control”.

Soltar no es rendirse. Es liderar desde un lugar más honesto.

En un momento de su camino, Po deja de luchar para demostrar algo. Deja de buscar aprobación. Deja de compararse. Empieza a pelear como es, con lo que tiene, desde su historia, su cuerpo, su verdad. Y en ese instante, encuentra su verdadera fuerza.
Durante años, yo también creí que mostrarme era peligroso. Que si hablaba de mis miedos, mis adicciones, mis fracturas, perdería autoridad. Que el respeto venía de la perfección, no de la verdad.

Pero fue al revés. Cuando empecé a contar mi historia —como líder, como hombre, como alguien en recuperación— no me debilitó. Me conectó. Me liberó. Me encontré. Me gané.
Muchos líderes aún creen que mostrarse es exponerse. Y sí, puede haber juicios. Siempre los hay. Pero sin lugar a duda, más valioso que los comités de aplausos que algunos líderes construyen a su alrededor, está algo que tal vez no garantice autoridad, pero sin lo cual no hay liderazgo posible: la coherencia.

No somos invencibles. Y tal vez ahí esté la verdadera fuerza de quien lidera: en dejar de fingir que lo es.

En atreverse a decir las cosas como son. O al menos, como cada quien las ve.
Porque hay quienes se rodean de ruido para evitar el silencio incómodo de mirarse.
Y otros que, sin adornos, se sostienen en lo único que da legitimidad: la coherencia.
Po no encajaba. No tenía el cuerpo, ni la técnica, ni la historia que uno esperaría del Guerrero Dragón. Era torpe, se distraía, comía por ansiedad, y ni él mismo creía merecer ese lugar.
Y sin embargo, fue él. No porque se convirtiera en lo que los demás esperaban, sino porque dejó de intentar parecer. Porque, sin darse cuenta, empezó a simplemente ser.

Yo también he pasado parte de mi vida intentando cumplir con una versión ideal de lo que se supone que debía ser: el ejecutivo sólido, el líder infalible, el hombre sin fisuras. Y en ese intento, me perdí muchas veces de mí.

La recuperación —y el liderazgo entendido desde otro lugar— me han enseñado algo clave: que no hay una fórmula, ni un momento perfecto, ni un diploma de validación. Solo hay presencia. Decisión. Y verdad.

Como le dice el padre de Po en una de las escenas más poderosas de la película: "No hay ingrediente secreto. Solo eres tú."

Uno se elige. A veces con miedo. A veces con cansancio. Pero con la determinación de estar.
Sigo entrenando para correr la Maratón de Londres. Algunos días corro fuerte. Otros, corro lento. A veces el cansancio gana. A veces, cuidarme me enseña a no salir. Y otros días —los más valiosos— me detengo, simplemente, a mirar cómo florecen los jacarandás.
Hace unos años, eso me habría parecido una pérdida de tiempo. Hoy lo entiendo distinto: detenerme también es avanzar.

No corro solo para llegar. Corro para no perderme. Para recordarme quién soy.

Porque entendí que, a veces, correr también es elegir con valentía. Corro para cuidarme. Porque primero tengo que estar yo.

Po no ganó por ser el más fuerte. Ganó porque se encontró. Porque se eligió. Y porque lideró sin querer parecer lo que no era.

Yo no quiero ser el Guerrero Dragón de nadie. Quiero ser un hombre que camina con lo que ha aprendido, que lidera con lo que es, y que entrena —en la vida y en el trabajo— para no olvidarlo.

Londres es parte del camino. Pero como ya entendí: Londres no es la meta.

Como dijo el maestro Oogway:

“El ayer es historia, el mañana es un misterio, pero el hoy es un obsequio. Por eso se llama presente”.

Un paso a la vez.
Solo por hoy.

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