Ya bajaron las crecientes. Los ríos del Chocó volvieron a sus cauces y a sus niveles. Bajaron las noticias también, como es normal. Menguaron las campañas de recolección de ayudas, como debe ser. Ya todos estamos en modo fiestas y, lo que hace poco era tragedia, ahora es recuerdo.
El párrafo anterior podría repetirse tres veces en el año, después de los picos de lluvia que, incluso, tenemos la capacidad de prever. Esto no niega que las crecientes están siendo cada vez más devastadoras, no solo por los efectos del cambio climático sino por la ausencia de planeación en el crecimiento de nuestros poblados.
Aunque cada vez tenemos más información meteorológica y geológica, a las administraciones locales les ha costado incorporar dicha información a los planes de ordenamiento territorial o, si se ha incorporado, frecuentemente termina siendo un asunto de papel.
En la mayoría de los municipios del departamento del Chocó no solo hay un pésimo ejercicio de planeación, sino que se carece de la capacidad de seguimiento y control del crecimiento desordenado de nuestras poblaciones. Bajo estas circunstancias es de esperarse que las crecientes sean más devastadoras.
La localización de las viviendas sobre caños aparentemente secos que en invierno se convierten en quebradas y ríos, la ocupación de bordes que durante años estuvieron baldíos, el uso de materiales y volúmenes de construcción en zonas que no los soportan, el inadecuado manejo de residuos o la falta de limpieza o descolmatación de las partes altas de las cuencas, que incrementa notablemente el riesgo de avalanchas, son solo algunas de las situaciones que deberían ser consideradas en una gestión del riesgo constante, que supere el tiempo de las crecientes.
Vale destacar que, a diferencia de los años anteriores, en esta ocasión las instituciones estuvieron hablando con más fuerza sobre soluciones de fondo. Mencionaron la necesidad de reubicar algunas poblaciones o sectores de otras, también se habló de infraestructura para el largo plazo. Esto implica grandes inversiones que, dadas las limitaciones presupuestales de las instituciones locales, deberán movilizarse desde el gobierno nacional. Lo interesante del caso es que, a diferencia del resto del país, donde requerirían compras de tierras, en el Chocó tenemos la ventaja de que la mayoría de nuestro territorio es colectivo.
En circunstancias como estas es cuando cobran mucho más sentido aquellas luchas que para algunos siguen siendo incomprensibles pero que, a la larga, nos están dando la razón en cuanto a la posibilidad de garantizar nuestros derechos. Sin territorios colectivos sería inviable un reordenamiento de un departamento como el Chocó.
No deja de ser curioso que, siendo uno de los lugares que más produce agua en el mundo; es decir, acostumbrados a cohabitar con la lluvia intensa, dos mares, y un incalculable número de ríos, algunos tan importantes como el Atrato y el San Juan, nos sobrevengan tragedias por las crecientes, como si hubiéramos olvidado, quizá como efecto de nuevas ideas de progreso, todas las medidas de adaptación que desarrollaron nuestros antepasados.
Nos queda la tarea de volver a mirarnos de frente con nuestras aguas, abrazarlas, darles el lugar que les corresponde, reconocer que nuestra riqueza no existiría sin ellas. Rearmar el modo de habitar esta tierra, reconectándonos con el ritmo de nuestras mareas, nuestras corrientes y nuestros aguaceros, que marcaron desde siempre el compás de todas las formas de vida aquí.