Muchas empresas exitosas terminan en crisis por repartir dividendos sin criterio financiero. Determinar cuánto repartir exige un análisis prudente, responsable y libre de emociones.

Me llama la atención estudiar las razones por las cuales algunas empresas se estancan, atraviesan crisis o, incluso, terminan cerrando. Y he encontrado en algunas un patrón preocupante: son compañías que, sin lograr todavía una estabilidad operativa y financiera, han sido tratadas por sus socios como simples vacas lecheras. Es decir, empresas que existen ante todo para repartir dividendos generosos, sin que medie un análisis financiero riguroso sobre si hacerlo es viable, conveniente o sostenible.
Los socios, por supuesto, se sienten satisfechos. A fin de cuentas, después de cubrir los gastos operativos, cumplir con sus obligaciones tributarias, pagar salarios y proveedores, lo mínimo que esperan —y con razón— es recibir una rentabilidad sobre su inversión. Nadie cuestiona que un empresario, luego de arriesgar capital y enfrentar la complejidad de crear empresa en Colombia, tenga derecho a un retorno.
Sin embargo, aquí es donde aparece una trampa silenciosa. Cuando los dividendos se reparten sin un análisis profundo, sin una fórmula fundamentada desde lo financiero que tenga en cuenta la realidad operativa y estratégica de la empresa, el resultado puede ser contraproducente, incluso catastrófico. Especialmente en empresas que están en crecimiento, que requieren capital para expandirse, invertir en maquinaria, tecnología, más personal o simplemente para financiar el aumento en sus ventas, repartir dividendos sin hacer los cálculos adecuados puede convertirse en la receta perfecta para destruir valor.
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“Sin embargo, aquí es donde aparece una trampa silenciosa”.
El crecimiento no solo exige visión empresarial: cuesta dinero. Un incremento en ventas implica usualmente mayores cuentas por cobrar e inventarios y, muchas veces, exponerse a mayores plazos de pago con clientes. Es decir, se necesita más capital de trabajo. Y si parte de las utilidades disponibles se distribuyen en dividendos sin contemplar estas necesidades, la empresa puede quedarse sin liquidez suficiente y verse obligada a acudir al endeudamiento para financiar su propio crecimiento. Esto podría ser sostenible en el corto plazo, pero no de forma estructural. Crecer a punta de deuda mientras se reparten dividendos generosos puede ser el principio del fin.
El Código de Comercio en Colombia establece que, como regla general, debe repartirse al menos el 50 por ciento de las utilidades líquidas. Esta disposición parte de un espíritu de justicia hacia los accionistas, pero no considera la situación particular de cada empresa. Una compañía en fase de crecimiento, con planes de expansión y necesidades intensas de capital, puede verse financieramente asfixiada si aplica esta regla del Código de Comercio sin matices. La norma prevé excepciones, claro, pero en la práctica muchas empresas optan por el reparto automático sin hacer las preguntas de fondo: ¿Cuánto cuesta crecer? ¿Cuánta caja necesito para sostener ese crecimiento? ¿Cuál es mi flujo de caja libre real?
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“El crecimiento no solo exige visión empresarial: cuesta dinero”.
El caso chileno es ilustrativo. Desde mediados de los años ochenta, su sistema tributario incentivó la reinversión de utilidades permitiendo a los socios diferir el pago del impuesto personal hasta que efectivamente recibieran dividendos. Mientras las utilidades se mantuvieran en la empresa, no se causaban impuestos adicionales, lo que aumentaba su liquidez interna y le permitía financiar con mayor holgura su propio crecimiento. Esta política, vigente por más de tres décadas, fortaleció el capital de muchas compañías y les dio mayor capacidad para modernizarse y competir con solidez.
Con el tiempo, la política original chilena fue reformulada para corregir desbalances, pero la filosofía de incentivar la retención y reinversión de utilidades sigue vigente. Un modelo que bien podría adaptarse para Colombia.
Nada de esto significa que no haya que repartir dividendos. Sería irresponsable desconocer el derecho legítimo de los socios a recibir utilidades por su inversión. Pero la clave está en el equilibrio. No se trata de ser tacaños, sino de ser estratégicos. Repartir sin análisis es fácil y popular; retener para crecer es más difícil, menos vistoso, pero muchas veces más inteligente.
Mi invitación, entonces, es a que tanto administradores como accionistas actúen con prudencia y conciencia financiera. Los dividendos no deben definirse por presión ni por costumbre, sino con base en modelos que proyecten el impacto del crecimiento en el flujo de caja. Crecer no es gratis. Y una empresa que no lo planifica puede terminar limitando su propio futuro por satisfacer una necesidad de liquidez inmediata.
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“Repartir sin análisis es fácil y popular…”.
Hay decisiones que parecen generosas en el corto plazo, pero que, en el largo, pueden costarle la vida a una empresa.
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