Edna Bonilla
15 Mayo 2025 03:05 am

Edna Bonilla

De madres, maestras, maestros y milagros cotidianos

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“Todo lo que soy, o espero ser, se lo debo a mi madre y a mis maestros”
(Adaptación de Abraham Lincoln) 

En mayo se celebran dos fechas importantes en Colombia: el Día de la Madre y el Día del Maestro. Esta coincidencia no es menor. Ambas figuras, tan distintas y tan cercanas, comparten una misma vocación: la educación y el cuidado. Que estas conmemoraciones sean más que un homenaje y nos inviten a agradecer su existencia y a reflexionar sobre su papel fundamental en la construcción de una sociedad más justa y humana.

La mamá es, casi siempre, la primera educadora. Es la maestra más importante de la vida. Enseña desde lo invisible e intangible, y sobre todo, desde el amor y el cuidado. Desde la cuna nos guía en el aprendizaje de la lengua. Nos enseña a caminar, a alimentarnos, a amar y a fijar límites. Nos transmite valores y, sin descanso, señala el camino de la educación. En mi caso, mi madre nos formó con el ejemplo. Siempre ha tenido un libro entre las manos, una palabra amorosa cuando más se necesita y una voz firme en el momento justo. Se graduó de bachiller cuando sus hijos ya estaban “criados”, y cruzó las puertas de la Universidad Nacional como estudiante cuando pasaba los cincuenta años. Tuve el privilegio de ser su profesora, de admirar su inteligencia desbordante y su inagotable curiosidad por el mundo intelectual.

Así como mi madre me enseñó a amar los libros y a no rendirme nunca, cada maestra y maestro que he tenido —y que he conocido— ha dejado una huella en mi forma de pensar, de sentir y de actuar. Porque educar no es solo transmitir conocimientos. Es tocar vidas, abrir caminos, despertar posibilidades. Un buen maestro transforma para siempre.

Hoy, en un país que todavía no reconoce con justicia ni la importancia de la labor docente, ni el valor del trabajo de cuidado, estas dos celebraciones deberían estimular la reflexión. ¿Qué hacemos como sociedad para respaldar a quienes educan desde el hogar y desde el aula? ¿Cómo honramos a quienes dedican su vida a formar personas íntegras, críticas, sensibles y solidarias?

Empecemos por las mujeres que son madres. Los resultados de la más reciente Encuesta de Calidad de Vida (2024), publicada por el Dane, confirman un cambio estructural en la composición de las familias colombianas. La jefatura femenina está creciendo. Este fenómeno, aunque lleva años en marcha, refleja una transformación profunda en las familias y en el rol de las madres. A finales del siglo XX (1997), la jefatura femenina representaba el 25,8 por ciento de los hogares, en 2019 había ascendido al 38,4 por ciento, y hoy alcanza el 46,5 por ciento. Esta última cifra no es homogénea. En departamentos como La Guajira, Magdalena y Arauca, el porcentaje supera el 50 por ciento.

En menos de tres décadas, hemos sido testigos de un cambio que no solo modifica la estructura de los hogares, sino que plantea retos urgentes para las políticas públicas. La feminización de la jefatura del hogar interpela nuestras ideas sobre el trabajo de cuidado, la autonomía económica de las mujeres y las nuevas formas de organización familiar. No son solo cifras. Se trata de realidades que exigen una respuesta decidida del Estado y una mirada que ubique a las mujeres en el centro del desarrollo social. Todo esto tiene un impacto profundo en la educación de nuestros niños y niñas. 

Y pasando a los maestros y maestras. Colombia cuenta con 441.827 docentes: 328.745 en el sector público y 113.082 en jardines y colegios privados, según la Encuesta de Educación Formal del Dane (2022). No contamos con políticas públicas sólidas que garanticen su formación permanente y su bienestar integral. Debemos recordar que educar es una tarea de todos. Y como decía Paulo Freire, no hay educación sin amor. Las madres y los maestros nos enseñan eso cada día, aunque pocas veces lo digan en voz alta.

Hace algunas semanas, un titular de The New York Post me dejó pensativa: “Bill Gates dice que la IA reemplazará a los médicos y maestros dentro de 10 años” y afirma que los “humanos no serán necesarios para la mayoría de las cosas”. Después de pensarlo con detenimiento, debo decir que estoy en completo desacuerdo con esa afirmación. Y basta mirar nuestras aulas para entender por qué. 

Ser maestro o maestra va mucho más allá de enseñar conceptos. Son personas capaces de ver lo que a veces nadie más nota: una mirada perdida, un silencio que duele, una actitud que cambia. Tienen la sensibilidad para comprender que cada estudiante es único y, con esa certeza, despliegan una creatividad inmensa para llegar a cada uno de manera distinta, con respeto, paciencia y afecto. Enseñan, sí. Pero también cuidan, acompañan, guían y transforman vidas.

¿Quién no recuerda a ese maestro o maestra que nos abrió las puertas hacia lo que hoy somos? Aquel que, con una palabra oportuna, nos ayudó a tomar decisiones que marcaron nuestro destino, o que simplemente estuvo ahí para escucharnos cuando sentíamos que nadie más lo haría. Hay docentes que dejan huella para siempre —no solo en lo académico, sino en la vida misma.

Muchos maestros y maestras son ejemplo no solo para sus estudiantes, sino para el mundo entero. ¡No es una exageración! Basta mirar el Global Teacher Prize —el reconocimiento internacional entregado por la Fundación Varkey. Se le considera el 'Premio Nobel' de la Educación—.  En la última década, al menos diez docentes colombianos han sido seleccionados entre los 50 mejores del mundo. Una muestra clara del talento, la vocación y el compromiso que caracterizan a nuestros docentes.

Uno de los finalistas más recientes (2025) fue Ramón Majé Floriano, un maestro que ha dejado una huella profunda con su proyecto Cafelab, desarrollado en la Institución Educativa Municipal Montessori, en Pitalito, Huila. A través de una propuesta basada en la sostenibilidad, la innovación y la investigación, el profe Ramón y sus estudiantes han reciclado más de 10 toneladas de pulpa de café, reincorporándolas a la cadena productiva. Con ello, no solo han contribuido a disminuir la contaminación ambiental, sino que también han generado nuevas oportunidades económicas para su comunidad.

En 2021, el profesor Eduardo Esteban Pérez, del Instituto Técnico Guaimaral, en Norte de Santander, fue reconocido por crear herramientas didácticas como cómics, revistas y software educativo. A partir de allí se abordan temas cruciales, como la prevención del embarazo adolescente, drogadicción, sexting y bullying. Su trabajo incluyó a estudiantes con y sin discapacidad. También diseñó aplicaciones que le permiten a estudiantes ciegos aprender geometría, y a estudiantes sordos memorizar las tablas de multiplicar. Gracias a estas innovaciones, la tasa de deserción escolar en su institución cayó del 5,25 por ciento en 2015 al 0,5 por ciento en 2020.

También merece ser resaltado el trabajo de Sidney Carolina Bernal, conocida con cariño como “la profe morada”, quien fue docente de tecnología e informática en la Institución Educativa Distrital Enrique Olaya Herrera. Su compromiso con mejorar la calidad de vida de las personas con discapacidad la llevó a desarrollar soluciones tecnológicas extraordinarias como software, hardware, materiales didácticos y aulas virtuales diseñadas para incluir, conectar y empoderar. Entre sus creaciones se encuentran un sistema que traduce la voz al lenguaje de señas y otro que interpreta mensajes del electroencefalograma para convertirlos en lenguaje verbal o escrito. Innovación con propósito, desde el aula. Su destacada trayectoria la llevó a ocupar el cargo de viceministra de Transformación Digital en el Ministerio de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (MinTIC).

Ejemplos como estos hay muchos, pero no puedo dejar de mencionar a Alexander Rubio, docente de educación física en el colegio Rodrigo Lara Bonilla. Con una propuesta poderosa —el yoga y la percusión corporal como herramientas pedagógicas— transformó su entorno y mejoró la convivencia y el rendimiento académico en una comunidad afectada por el desplazamiento forzado y la violencia.

A su legado se suma un hito inspirador: logró el Récord Guinness por impartir la clase de yoga más larga del mundo —36 horas, 2 minutos y 40 segundos— junto a 11 estudiantes que, como él, creyeron que era posible respirar distinto en medio de la adversidad.

Si hay algo de lo que estoy convencida es de que, por más que avance la tecnología, sensibilidades como las de estos —y de muchos otros— maestros y maestras que han hecho del servicio a los demás a través de la educación, su verdadero propósito de vida, son sencillamente irremplazables. Ninguna máquina puede replicar la empatía, la intuición ni el amor con los que enseñan nuestros docentes.

En cada rincón del país hay un maestro o una maestra que madruga con la esperanza de hacer la diferencia. Que cree en sus estudiantes incluso cuando ellos todavía no confían en sí mismos. Que enseña con pasión, pero también con ternura. Con firmeza, pero también con humanidad. A todos ellos, gracias. Gracias por sostener este país desde el aula, por inspirar, crear y trabajar cada día por un mundo mejor. En su día, más que felicitaciones, debemos rendirles un verdadero homenaje. Porque su labor no solo merece reconocimiento, sino también respeto, respaldo y una profunda admiración. ¡Feliz día, maestros y maestras de Colombia! Su vocación transforma vidas y construye un futuro más esperanzador.

Madres y docentes tienen en común algo profundo: enseñan desde el amor, acompañan desde la esperanza y transforman desde el ejemplo. Unas educan desde la intimidad del hogar; otros, desde la entrega cotidiana del aula. Todos sostienen el alma de este país con paciencia, compromiso y fe en la educación como camino. En un mundo que tiende a automatizarlo todo, su humanidad es insustituible. Celebrarlos no puede ser un gesto simbólico. Debe ser una apuesta firme y sostenida por reconocer y dignificar la labor de quienes enseñan, cuidan y siembran futuro cada día.

Posdata. Son tantos los hechos que llaman la atención en nuestro país, que resulta inevitable no hacer referencia, por lo menos, a dos de ellos. El primero es inspirador. Se trata de la elección de Laura Gil —madre y profesora— como secretaria adjunta de la OEA. Es un logro importante para Colombia y para las mujeres. Los frutos de su trabajo, con seguridad, serán valiosos y de gran trascendencia.

El segundo es desolador. La violencia sigue ensañándose contra la niñez. Según las cifras oficiales más recientes, el número de niños reclutados entre 2021 y 2024 se multiplicó, pasando de 36 a más de 450 casos reportados. Inadmisible. Y para completar el horror, los casos de violencia sexual contra menores siguen aumentando, y son cada vez más aberrantes. Lo ocurrido en el Hogar Infantil Canadá, en Bogotá, es sórdido y profundamente doloroso. Serían 12 los niños víctimas de abuso dentro del centro. Ojalá las investigaciones avancen con celeridad y la justicia opere con contundencia. Triste la afirmación del presidente Gustavo Petro, estigmatizando a la educación privada. Proteger la infancia no admite dilaciones ni divisiones. No es un asunto ideológico: es un imperativo ético, moral y profundamente humano.

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