
Desde que se anunció el Mundial de Clubes he sido bastante escéptico con su creación. Me parece otro voraz invento del insaciable Gianni Infantino buscando más y más riqueza a costa de la sobrecarga de los jugadores. Además, muy curioso que desde que estalló el escándalo del FIFA gate todo se haga en Estados Unidos. Qué conveniente. Ahora, si hay algo que aceptar es que el rendimiento de los equipos suramericanos, en especial el de los brasileros, ha sido superior a lo esperado. Más aún si tenemos en cuenta que en los últimos años los equipos campeones de la Copa Libertadores quedaban eliminados contra clubes árabes o asiáticos.
Durante décadas, el fútbol latinoamericano pisó fuerte y puso la parada. Desde el Santos de Pelé hasta el Boca de Bianchi hubo equipos que en Europa daban miedo. Sin embargo, luego de una sentencia puntual en 1995 todo cambió para el mal del fútbol sudaca. La llamada Ley Bosman −que para ser correctos no es una ley, sino una sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea− ha sido quizá el mayor cambio en la historia del fútbol. Incluso ha tenido más incidencia que la inclusión de las tarjetas amarilla o roja o del fuera de lugar.
En 1995, Jean-Marc Bosman, un jugador flojo cuyo contrato con el RFC Liège había terminado, quiso fichar por el Dunkerque de Francia. El club belga se negó a liberarlo a menos que el nuevo equipo pagara una indemnización, aunque, como ya dije, el contrato ya había terminado. La cosa escaló lentamente y lo que parecía un litigio laboral menor terminó en una decisión que reconfiguró el fútbol global: el Tribunal de Justicia de la Unión Europea falló a favor de Bosman y contra el sistema de transferencias, abriendo la puerta a una revolución que puso al fútbol europeo en la cima. El caso Bosman garantizó que cualquier jugador europeo pudiera cambiar de equipo libremente al finalizar su contrato y que no se le pudiera impedir fichar por otro club de la Unión Europea por su nacionalidad. Fue la caída del Muro de Berlín en el fútbol.
Atrás quedaron los recuerdos del Barcelona de Koeman y Romario, del AC Milán de los tres holandeses, del Inter de Milán de los tres alemanes que hace poco recordamos antes de la reciente final de Champions.
Desde entonces, los clubes más poderosos de Europa se transformaron en aspiradoras de talento global, especialmente del sur. Las canteras de Brasil, Argentina, Uruguay y, en algunos casos, Colombia, pasaron a funcionar como criaderos, incubadoras de talento para el fútbol europeo. No hace falta que un jugador se consolide en su país para salir: a los 17, 18 años, si es bueno, ya está negociando con algún club, empacando sus maletas al cumplir la mayoría de edad. El caso más reciente es el del germen de crack Franco Mastantuono, que pasa de River Plate al Real Madrid con 17 años y menos de 40 partidos como profesional.
El ejemplo del Mundial de Clubes lo refleja: entre 2006 y 2023, solo una vez un club suramericano le ganó al campeón europeo; fue el Corinthians de Paolo Guerrero y Paulinho en 2012. El resto fue dominio europeo absoluto. Incluso, en casos como el de Atlético Nacional, el verdugo fue un equipo japonés.
Hoy la cosa cambió. Pese a que los equipos argentinos quedaron eliminados, el papel fue bastante digno. Los brasileros, por su parte, cabalgaron sin problema la fase de grupos e incluso Botafogo −campeón actual de la Copa Libertadores− le ganó al PSG −campeón actual de la Champions−, algo que no veíamos desde el año 2012. Las razones son varias: Suramérica impone un nuevo orden. Ya no somos únicamente la tierra del talento del fútbol de potrero o de arena. El continente cuyos jugadores habilidosos y 'encaradores' se caen de los árboles. Ahora somos también un continente que tiene métodos, buenas divisiones menores y planificación.
Quizá la mejor forma de ejemplificar lo que se ha convertido el fútbol del sur de América es esta foto que fue tomada justamente en el Mundial de Clubes en el partido entre Botafogo y el PSG:
Fuego puro y, ahora, algo de estrategia y buenas inversiones. Treinta años después de la Decisión Bosman se empieza a equilibrar la balanza. Eso sí, falta que los clubes colombianos se monten a ese bus del buen manejo.
PD: Buenos aires parecen llegar al Deportivo Cali. La llegada de Alberto Gamero se daba si había un fondeador. Habrá que esperar si iDC, un grupo inversor centroamericano, llega a salvar la patria. Gamero todavía no está del todo al mando porque no ha llegado el fondeador en propiedad. Ojalá cese la horrible noche: se tendrán que ir todos los inescrupulosos que dejaron al equipo quebrado sabiendo que, como está en la columna, era una fábrica de vender jugadores jóvenes.
