Velia Vidal
1 Abril 2023

Velia Vidal

Desadaptados

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El verano aplazado desde hace tres años nos regaló unas mañanas luminosas en Bahía Solano, pero la de ese lunes, anunciando quizá que los días de sol están por terminar, trajo una lluvia suave cuya caída sobre los techos no alcanzaba a opacar el sonido del mar al fondo. Eran las siete de la mañana y nos alistábamos para dejar el hostal que elegimos para descansar luego de un mes intenso dedicado a nuestra Fiesta de la Lectura, FLECHO. Estábamos en la playa El Almejal. 

Mientras llegaba el transporte me acerqué a la cabaña principal a tomar un café y me sumé a la conversación y las risas de nuestro equipo de trabajo. Luego de descubrir que el café disponible estaba frío y de hacer un chiste por semejante tragedia, una mujer europea, francesa, al parecer, elevó su tono para ordenarnos silencio, con la odiosa exclamación extendida “cheeeeeest”, luego dijo que había gente durmiendo y que ella se había despertado desde las seis de la mañana porque nuestro equipo no paraba de hablar y reírse. 

Respiré profundo mientras decidía si hablaba en mi pésimo inglés o en español, nada más eso, porque tenía claro que no me quedaría callada ante el irrespeto de la señora. En coherencia con lo que pretendía exigir, hablé en español, porque es el idioma local. Le dije que nos respetara, que ese era un espacio colectivo donde teníamos los mismos derechos que los demás y que esa no era la forma de callar a nadie. Me acerqué y seguí mis reclamos sobre su postura de superioridad y me dijo que no entendía español, a lo que respondí en tono airado que para irrespetar y callarnos sí sabía español, pero que ahora que le exigía respeto supuestamente no entendía nada. 

Bajé furiosa las escaleras y a unos pasos me encontré con mi esposo a quien le conté lo que acababa de pasar, él se dirigió hasta la cabaña, donde la mujer estaba poniendo la queja al dueño y administrador. Mi esposo le dijo unas cuantas cosas más, se refirió a la postura de superioridad de los europeos, que vienen aquí a nuestro territorio a decirnos cómo es que debemos comportarnos. 

El dueño, también europeo, respondió pidiéndole a mi esposo que se calmara y luego le dijo “eso no te lo voy a permitir”. 

Como somos un equipo que se dedica a la pedagogía, mientras desayunábamos, ya en el aeropuerto de Bahía Solano, decidimos reflexionar sobre lo ocurrido, no para volver a las descripciones de la discusión, sino para intentar comprender lo que había de fondo en todo esto, y la validez, o no, de nuestras reacciones. 

En la conversación me di cuenta de que la mujer ya había hecho otros comentarios antes de que yo llegara a la cabaña y que había mirado con desprecio a algunas personas de nuestro equipo. 

Entendemos que debe ser extraño para todos ver a nativos, además la mayoría afros, en un hostal que parece reservado para extranjeros y personas blanco mestizas del centro del país. Los afros que suelen llegar son la señora del aseo, el jardinero o el carpintero que construye las cabañas. No encontramos lo reprochable de algo tan sencillo como conversar y reírse entre seis y siete de la mañana en un país que madruga y con frecuencia conversa alrededor de un café. 

Valdría la pena preguntarse, a propósito del comentario del administrador, ¿qué es lo permitido y a quién se le permite? Porque a la luz de lo que se permite o lo válido se mide también lo inadecuado. Al parecer la mujer podía callarnos despectivamente a nosotros y nosotros no podíamos señalarle su actitud grosera y desde una postura de superioridad.

Lo deseable y lo aceptado permite determinar quiénes son los inadaptados. ¿Quién determina que lo deseable o lo que se adapta a la norma es guardar silencio en la mañana en un espacio colectivo y no despertar con las aves a reírse y conversar? ¿Acaso no debería adaptarse quien llega a las prácticas culturales de los territorios que visita, especialmente si estas no representan la vulneración de los derechos de nadie?

Un guía turístico amigo, que se sumó a la conversación, nos hizo ver que, si alguno de nosotros va a Europa, tiene que adaptarse a las normas de allá; que incluso en algunos países se niegan a responder preguntas en un idioma distinto al propio.

Recordamos también que aquí ningún nativo va por ahí corrigiendo, mucho menos en formas odiosas, las prácticas de los turistas que para nosotros son inadecuadas, como pagarles a menores para tener relaciones sexuales o consumir alucinógenos a la vista de los demás. Ni siquiera les corregimos sus múltiples manifestaciones racistas como el frecuente complejo de salvador blanco o la exotización a las que constantemente nos someten.

No ando por ahí cazando peleas de este tipo, procuro no alterarme hasta el punto de gritarle a nadie, pero estoy dispuesta a repetir esta escena las veces que sea necesario, para exigir el respeto que nos merecemos. 

Antes de subirse al avión, una de las personas del equipo se me acercó para decirme: “Seño Velia, lo que más me gustó de este viaje es que usted fue capaz de responderle a esa señora, porque yo sí me sentí muy humillada de que nos callara de esa manera, estando en nuestro propio territorio”.

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