La información tiene múltiples trastornos que hacen parte del día a día de nuestras comunicaciones hoy. Se supone que vivimos una era en la que estamos más informados que nunca, pero al mismo tiempo estamos más desinformados cada vez, respecto no solo a las noticias diarias sino a la historia, la cultura y la ciencia. Pareciera que en el fondo tuviéramos una profunda desconfianza en la verdad.
Es común que ante cualquier acontecimiento aparezcan espontáneos expertos en el tema que de súbito pasan a ser expertos en el asunto del día siguiente. Hay un meme que se ajusta a lo anterior y es el de la imagen del húngaro Andras Arató, el hombre maduro que sonríe con cierta resignación frente a la cámara o a un computador y que puede decir: “Ayer era experto en Ucrania hoy lo soy en Juegos Olímpicos”. La verdad es que la proliferación de las redes sociales también ha contribuido a nuestra dispersión. Noto una constante, por ejemplo, en los grupos de WhatsApp en los que estoy y es que al parecer solo los chistes cohesionan y captan la atención de la mayoría. De resto alguien comparte un artículo en un grupo de 200 personas, solo dos comentan unos tres ponen algún emoji y enseguida se comparte algo diferente sepultando cualquier posibilidad de conversación sobre lo anterior. Pocos leen, muchos pelean y es tal la dispersión que otros vuelven a compartir en el mismo grupo un artículo o imagen que ya había circulado allí mismo pocos minutos antes. Pero, eso sí, ante una mala noticia, también hay una atención inmediata. Esto ocurre en grupos de padres de familia de un colegio o jardín infantil, de compañeros del colegio o la universidad, grupos de trabajo o grupos de afinidades electivas entre otros.
Esta semana volvió a ocurrir: las redes mataron esta vez a Laura Restrepo. Circuló una imagen de un perfil llamado “Alfaguara editorial” con el reconocido logo de la casa editorial lamentando el fallecimiento de la autora de Delirio. Inmediatamente se viralizaron las condolencias y las fotos con la autora. Mientras tanto Laura Restrepo, inocente de todo lo que ocurría en el mundo virtual, grababa un documental con unos productores brasileños y tenía, como corresponde, el celular apagado durante el rodaje. Finalmente, luego de una hora de incertidumbre, la directora editorial Pilar Reyes y el hijo de la escritora Pedro Saboulard desmintieron la noticia y aclararon que se trataba de un italiano aficionado, de mala fe, a “matar” escritores desde cuentas falsas con los nombres de sus casas editoriales o agencias literarias. Para alegría de sus lectores, colegas y familia, Laura estaba grabando ese documental y continuará su gira el celebración de los veinte años de la aparición de Delirio.
De igual forma, esta misma semana, en vísperas de las elecciones presidenciales en los Estados Unidos, vi en el noticiero a una seguidora de Donald Trump, quien portaba un casco vikingo similar a los que llevaban los que asaltaron el Capitolio el 6 de enero de 2021, afirmar que votaba por Trump porque con Kamala Harris llegaría el comunismo y ella quería un país libre para sus hijos. Vuelve y juega la película de 2016 y de todas las mentiras con las que se manipularon a tantos electores no solo en Estados Unidos sino en el Reino Unido con el brexit y en Colombia con el Plebiscito de la Paz. Entonces otra vez surge la pregunta ¿Por qué los ciudadanos de hoy, con acceso a tanta información, nos tragamos tantas noticias falsas? ¿Es posible que alguien crea que la actual vicepresidenta de los Estados Unidos instaurará el marxismo leninismo línea soviética en el país de los Mc Donald’s y los pollos fritos? ¿Escucharemos a los viejos cantantes de country cantar consignas revolucionarias como una Nueva Trova Americana?
Es claro que todos necesitamos confirmar y ratificar nuestras propias convicciones y creencias y por eso buscamos la información que refuerce nuestras opiniones y así desestimar lo que vaya en vía contraria a lo que pensamos. Si además esa información tiene algún tipo de carga emocional, por ejemplo, la rabia, no solo se fortalece nuestra convicción, sino que conectamos de forma inmediata. Eso lo saben los algoritmos y por eso manejan nuestras emociones a la perfección. Esto sumado a que las noticias falsas suelen aparecer en formatos que imitan fuentes confiables logra rápidamente un efecto de arrastre social que nos lleva a compartir dicho contenido entre los grupos familiares o sociales con los que coincidimos en posiciones y miradas de la sociedad. Por ejemplo, titulares sensacionalistas, frases que apelan al miedo o a la ira, y temas polarizantes nos predisponen a compartir la información sin detenernos a verificar su veracidad. Las emociones negativas, en particular, como el miedo y la ira, tienen una capacidad única para propagarse, ya que activan una respuesta instintiva que nos impulsa a actuar. Además, la inmediatez con la que las redes sociales operan y la gran cantidad de información que recibimos cada día nos impiden procesarla de forma reflexiva. En un entorno donde todo compite por nuestra atención y cada segundo cuenta, es menos probable que verifiquemos cada dato o noticia antes de aceptarla como verdadera. Esta sobrecarga de información genera un fenómeno conocido como fatiga cognitiva, donde el cerebro, al estar expuesto a un exceso de datos, se ve obligado a tomar atajos mentales. La consecuencia de esta fatiga es que recurrimos a patrones preestablecidos o impulsos inmediatos, y dejamos de analizar críticamente la información.
Asimismo, también hay una gran desconfianza en los medios tradicionales y en las instituciones oficiales, que ha ido en aumento en los últimos años. Esta desconfianza lleva a que muchas personas busquen alternativas informativas en las redes sociales, donde encuentran narrativas que parecen representar "verdades" ocultas o que desafían al discurso oficial. En este sentido, las teorías conspirativas se convierten en un recurso atractivo, pues ofrecen respuestas simples y totalizadoras a problemas complejos, haciendo que los consumidores se sientan partícipes de un conocimiento exclusivo, un fenómeno que refuerza la percepción de estar “despertando” frente a una supuesta manipulación global.
Quizás una acción inmediata tenga que pasar por la educación para proponer en los currículos escolares y universitarios una alfabetización digital mucho más rigurosa que permita la posibilidad de observar, revisar, discernir y nos proponga desafíos para confrontar nuestra visión del mundo. A lo mejor una buena educación digital despierte una mayor conciencia crítica y nos enseñe a compartir las responsabilidades como ciudadanos digitales. Así no seremos más los voceros de las falsedades y confiaremos un poco más en la verdad y en la memoria histórica. Mientras tanto celebro que Laura Restrepo siga viva y que siga escribiendo bellas páginas que nos dan voz a tantos y espero que Kamala Harris sea elegida la primera mujer presidenta de los Estados Unidos que no volverá comunista al Tío Sam, pero sí dará un poco más de dignidad a los millones de inmigrantes que al igual que hace dos siglos sigan forjando el verdadero espíritu de esa nación. Y, de ser así, seguro será un poeta inmigrante o hijo de inmigrantes el que dirá el poema inaugural en la toma de juramento el próximo 20 de enero.