
Esta semana se conoció que la producción de gas natural en Colombia cayó a su nivel más bajo en más de 10 años. La presidenta de Naturgas, Luz Stella Murgas, comentaba que la explicación fundamental de este problema, aunque no la única, era la caída brusca y pronunciada de casi toda la actividad exploratoria en el país. Las cifras no mienten: mientras en 2012 se perforaron 130 pozos exploratorios, en 2024 solo fueron 27. Tampoco es una sorpresa. Ya en los albores de la campaña presidencial que lo llevó a la Casa de Nariño, el candidato Gustavo Petro decía que su primera decisión como presidente sería “el cese de la contratación de exploración de petróleo en Colombia”. Así fue. La declinación natural de los campos, el tremendo lío regulatorio con las consultas previas y el absoluto desconocimiento técnico de Petro no ha sido otra cosa que la ecuación perfecta para el desastre que se avecina en 2026 y los años posteriores.
En esta misma semana, la compañía británica de hidrocarburos Shell confirmó oficialmente lo que se anticipaba desde que su presidenta en Colombia, Ana María Duque, fue trasladada a la sede central en los Países Bajos: comenzaba el proceso de venta de su participación del 50 por ciento en los bloques Fuerte Sur, Purple Angel y COL-5, en el mar Caribe. Lo grave es que no es la única: con esta salida, Shell se suma al grupo de grandes petroleras que han optado por retirarse de Colombia en los últimos cinco años: ExxonMobil, Chevron, BP, Total, Cepsa, Repsol, OXY y Conoco Phillips ya lo habían hecho. Es cierto que Oxy mantiene, a través de Anadarko, su participación en el prometedor y ultra profundo pozo Komodo, en el Caribe. Tal vez, con la salida de Susana Muhamad del ministerio de Ambiente, y la llegada de la exministra Irene Vélez a la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales, ANLA, se pueda despejar el futuro de Komodo, que incluso podría convertirnos en exportadores de gas.
Primero, conocido el rumor de la noticia, en Ecopetrol aseguraron a los periodistas que era improbable que Shell dejara Colombia, que tenían inversiones acá y que esas versiones eran “fake news”. Una vez confirmada la información, y para sorpresa de nadie, funcionarios como Edwin Palma, ministro de Minas y Energía, y su antecesor Andrés Camacho, salieron en redes a tratar de vender una idea falsa: Shell se va, sí, pero solo porque están concentrados en alejarse del negocio del Oil and Gas para concentrarse, exclusivamente, en la transición energética. En una voltereta increíble, la noticia de la salida de Shell no solo no era mala para Colombia, su industria petrolera y su economía, sino que era una especie de triunfo del dogma ambiental y desinformado del Gobierno.
Ahora, con los incrementos de los precios del gas, a los colombianos no se les puede olvidar un episodio que demuestra, con pelos y señales, lo que afirmo. El 20 de enero de 2023, el presidente Petro señaló que gracias a la labor del Gobierno (que llevaba cinco meses…) "las reservas de gas alcancen para el consumo interno en un periodo entre 2037 y 2042. Un poco los que dicen que entonces la transición debe ser más larga, pues entonces están en contra de la ciencia". Todos estos expertos que ahora tratan de excusar la salida de Shell (y que entienden la magnitud del problema) debieron en aquel entonces corregir al presidente, enseñarle por qué eso que afirmaba era falso, peligroso y ridículo.
Todas las petroleras del mundo están diversificando sus inversiones para moverse a otras fuentes de energía. Ecopetrol, desde hace varios años, camina en la misma dirección, pero lo que ninguna está haciendo es dejar atrás, de manera abrupta y definitiva, el negocio de Oil and Gas. Shell, en la presentación a los inversionistas durante el Capital Markets Day 2025, fue claro en establecer las siguientes metas: reforzar su liderazgo en el mercado de gas natural licuado (LNG) aumentando sus ventas entre un 4% por ciento y 5 por ciento anual hasta 2030, mantener una producción sostenida de líquidos en 1,4 millones de barriles diarios hasta 2030, con una reducción progresiva en la intensidad de carbono de su operación. Shell, a diferencia de la idea que engañosamente tratan de vender los funcionarios del Gobierno, pretende asegurar un crecimiento constante en su negocio de LNG. Se van, sí, porque acá no hay condiciones políticas y regulatorias para operar, y las grandes compañías no van a invertir 3.000 millones de dólares en estas circunstancias.
Ahora esas inversiones están migrando hacia destinos como Argentina, Guyana y Brasil, donde las condiciones regulatorias y políticas resultan mucho más favorables. La única que queda es Petrobras, que tiene en sus manos, junto a Ecopetrol, el proyecto Sirius. Solo faltan 116 consultas previas para que pueda materializarse. Así, a este ritmo, lo único que quedará es un desierto energético.
