
La carrera va a empezar. Se oye el rugir de los motores en los hangares. Los mecánicos afinan las máquinas, revisan la presión de las llantas, alistan los amortiguadores y alerones. Los pilotos revisan mentalmente las curvas, las posibles trampas y sucias maniobras de sus competidores y anticipan las movidas que podrían garantizar el triunfo. La obsesión que los embarga es llegar de primero a la meta.
En la política colombiana está pasando algo similar. Para los candidatos, precandidatos y aspirantes esperanzados –que anhelan derrotar al Pacto Histórico– parecería que lo único que importa es lograr el triunfo. Son escasos aquellos a quienes les desvela la avalancha de apuros que heredarán de este Gobierno. Primero la victoria y después lo demás, parecería ser la consigna.
Sin duda, es impensable que cualquier campaña sea capaz de derrotar al petrismo sin que se haga suficiente énfasis en los incontables errores y desaciertos del ‘gobierno del cambio’. Hay que desenmascarar las desastrosas consecuencias de las políticas adoptadas, las maniobras oscuras, la corrupción y la forma en que se despilfarró la esperanza de los sectores populares. El material para hacer oposición es abundante y uno se podría regodear haciendo inventarios de todas las barbaridades que se exhiben en la cuenta de Twitter del mandatario o en las declaraciones de sus funcionarios.
Sin embargo, se equivocan quienes creen que basta con darle palo venteado al presidente Petro y desnudar todas las inmensas falencias y falacias de su gobierno. La gente no quiere revancha. La gente quiere esperanza. Más importante que Petro, es el después de Petro.
No es necesario recurrir a estridencias para hacer evidente la magnitud de la catástrofe nacional que heredará el próximo gobierno. La descripción de las dificultades que se asoman en el horizonte nos tomaría páginas y páginas. En todos los frentes los desafíos son inmensos y van a requerir correctivos estructurales significativos, muchos de ellos dolorosos y cargados de sacrificios. Con un Pacto Histórico derrotado, el gobierno sucesor tendrá garantizada, además, una oposición constante y beligerante de parte del petrismo.
En un entorno de semejante complejidad, ganar no es suficiente. Las posibilidades de gobernar con eficacia y con la capacidad necesaria para enfrentar los problemas no es independiente de cómo se obtenga la victoria. En el pasado la campaña y el gobierno eran dos dimensiones inconexas del proceso político. En la actualidad, esa parcelación ya no existe.
El gobierno es la campaña y la campaña es el gobierno. Es decir, el candidato triunfador debe recibir un mandato contundente que le otorgue suficiente capital político para impulsar con audacia las transformaciones que demanda la gravedad, complejidad y urgencia de los problemas que amenazan a Colombia. Además, en la política contemporánea –para bien o para mala– ya no basta con ganar las elecciones: hay que ganarse el favor popular todos los días para preservar la gobernabilidad.
No es fácil encontrar la fórmula electoral perfecta para lograr lo que Alfonso López Michelsen llamó un “mandato claro”. Pero será necesario construirla porque, como se analizó arriba, las circunstancias y el interés nacional exigen que la victoria del siguiente mandatario sea contundente, incuestionable, arrolladora.
El país será prácticamente ingobernable si el próximo presidente no obtiene la victoria en primera vuelta. Si las elecciones presidenciales se definen en el escenario de una segunda vuelta, la autoridad política del presidente electo se impregnará de debilidad y transaccionalidad. Su capital político será frágil, precario, compartido. Los lastres asociados a una coalición de opuestos –que le permita el triunfo en el segundo round– reduciría sus posibilidades de enfrentar con éxito, desde el gobierno, la severa y compleja problemática que sin duda va a heredar.
Paradójicamente, la posibilidad de que se logre un candidato único capaz de obtener la victoria en la primera vuelta está en manos de la terquedad de un puñado de candidatos que se aferran a una quimera sólo justificable por su infinita vanidad y su miedo a la irrelevancia. Los ciudadanos debemos rechazar a todo el que en su egoísmo no esté dispuesto a considerar un camino hacia la unión. Muy pronto, estos enanitos se verán enfrentados al dilema de escoger entre sus aspiraciones personales y un verdadero servicio a la Patria. La idea de seguir en el ruedo hasta la primera vuelta es facilitar la victoria del petrismo. Y, quizás aún más grave, que un gobierno eunuco suceda a Petro, garantizando su regreso al poder. Como dice un amigo mío, ¡qué falta la que nos hace un Alberto Lleras!
