León Valencia
11 Junio 2025 03:06 am

León Valencia

Doctor de la Calle, tan político es lo de hoy como lo de ayer

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Es muy difícil hablar del atentado contra Miguel Uribe Turbay cuando al momento de escribir esta columna está luchando por su vida en una clínica, y su familia, desolada, está con el alma en vilo, esperando su recuperación.  

El doctor Humberto de la Calle y la ilustre profesora de la Universidad de los Andes, la Paca Zuleta, en Caracol Televisión, le atribuían el brutal y repudiable atentado contra el senador y candidato presidencial Miguel Uribe Turbay a la escalada verbal que se ha desatado entre el Gobierno y la oposición, a las descalificaciones, a los insultos, a la intolerancia; y pedían, como solución para contener la violencia política, parar las agresiones verbales. 

El doctor De la Calle decía, para reforzar su análisis, que en los años ochenta y noventa del siglo pasado se tenía claro que quienes asesinaban a los candidatos y líderes políticos eran bandidos, puros bandidos, para proteger sus negocios ilegales, y que en cambio ahora la acción tenía una nítida motivación política.

Oí alucinado este análisis: no podía creer que personas tan inteligentes e informadas recogieran esta moneda corriente que circula en las redes y en los medios como agua caliente. 

Nada más político que los magnicidios de los dolorosos años ochenta y noventa. Arrancaron con el asesinato de Rodrigo Lara Bonilla, ministro de Justicia; de Jaime Pardo Leal, candidato de la Unión Patriótica a la Presidencia; con el sacrificio pleno de la Corte Suprema de Justicia; y siguieron, de largo, con Luis Carlos Galán Sarmiento, Bernardo Jaramillo y Carlos Pizarro, hasta llegar a Álvaro Gómez Hurtado, Manuel Cepeda Vargas y al gran Jaime Garzón. En ese camino redujeron a cenizas a la Unión Patriótica, liquidaron la renovación del partido Liberal y acallaron la voz de Gómez Hurtado en el partido Conservador, un hombre que, abjurando de su pasado, se había declarado en rebeldía contra el establecimiento y abogaba por un nuevo acuerdo nacional. 

La infame y variada coalición que llevó a cabo este holocausto tenía como propósitos ¡vean esto! la lucha contra la extradición y la más enconada oposición a las reformas sociales, a las transformaciones democráticas y a los intentos de paz. ¡Política pura, alta política!

A esa alianza concurrieron mafiosos, políticos, empresarios, militares, policías, todos a una... incluso los más connotados mafiosos aprovecharon para saltar directo a la política y Pablo Escobar fue parlamentario, Carlos Ledher fundó un movimiento político y los Rodríguez Orejuela se cargaron la campaña del partido Liberal en 1994. 

No quiero cansarlos con los nombres, pero cito unos pocos, al viento y al azar: Alberto Santofimio Botero, Jorge Visbal Martelo, Miguel Maza Márquez, José Miguel Narváez, todos procesados por vinculaciones con las mafias; después están los ligados al proceso ocho mil y los 89 parlamentarios condenados por parapolítica y los numerosos alcaldes y gobernadores procesados por la misma causa y las duras acusaciones que ahora le hacen al expresidente Uribe en las audiencias del tribunal que lo juzga por fraude procesal y soborno a testigos.  

¿Le parece poco político, doctor De la Calle, todo esto? A los mafiosos no les gustaba la extradición; a los clanes políticos regionales no les gustaba la elección de alcaldes y el primer esfuerzo de descentralización, como tampoco los avances democráticos de la Constitución de 1991; a Fedegan no le cuadraba la reforma agraria; y a todos, el primer intento de paz en cabeza de Belisario Betancur y las Farc. Variados y concurrentes motivos, el más saturado móvil de un crimen. 

También fue muy política la contribución de las guerrillas al holocausto, eso no hay manera de ocultarlo: encendieron la mecha con la toma del Palacio de Justicia y después emprendieron los secuestros y luego llevaron a cabo los más variados atentados personales y el sacrificio de civiles, en fin, una guerra sucia que, en un pavoroso juego de espejos, generó una descomunal tragedia.

El infame atentado a Miguel Uribe es puntual (bueno, no tan puntual, porque elección tras elección se presentan atentados, asesinatos y amenazas a granel en las regiones) y debemos hacer hasta lo imposible para que no se extienda a otros candidatos, y para que no se propague tenemos que frenar el horror. Pero, para no dejar que prospere, debemos aceptar que se parece mucho a lo de ayer. 

Las investigaciones, si se hacen bien, si llegan al fondo con transparencia y prontitud, nos dirán de dónde vienen estos tiros, pero desde ya sabemos que no fue un acto espontáneo o improvisado. No fue obra de un muchacho envenenado por las palabras de alguno de los políticos, sino que fue una acción organizada por algún grupo ilegal interesado en la política. Los movimientos realizados por ese muchacho de 15 años que acudió a un mitin político con una pistola Glock 9 mm y disparó con certeza en medio de la gente, muestran que no está solo, ni ha estado solo, en los últimos tiempos. 

El simbolismo es, además, muy evidente. Miguel Uribe está adelante en la competencia por la candidatura presidencial del Centro Democrático, el principal partido de oposición; es nieto de un expresidente que tuvo en sus manos una política de mano dura contra la izquierda y la protesta social; e hijo de una mujer sacrificada por las mafias en aquella época de los magnicidios. 

La extradición no es, en este momento, un motivo central de la confrontación aunque esta aseveración tiene sus bemoles si miramos la violencia que se desató recientemente en Tuluá cuando se anunció la extradición de alias Pipe Tuluá o lo que ocurrió en Urabá y otros lugares del país con la extradición de Otoniel, el jefe del Clan del Golfo entonces pasemos a otros motivos.

También ahora, como a finales de los años ochenta, tenemos un ambiente tenso, una polarización, le dicen. Tenemos un móvil saturado, un móvil compuesto de variados y profundos desacuerdos. Ganó la izquierda por primera vez, ganó la Presidencia de la República, ganó un exguerrillero, un reformista irredento y agresivo, con varios matrimonios a cuestas y nada cuidadoso de formas y maneras.  

Gustavo Petro y su coalición están empecinados en unas reformas sociales que no le gustan al resto de los partidos, ni a los grandes empresarios, ni a los medios de comunicación; en una política de paz que no le gusta al ELN, ni a las disidencias de las extintas Farc, ni al crimen organizado. 

Petro, frustrado por las derrotas de sus reformas en el Congreso, quiere apelar a mecanismos de consulta que irritan a la oposición y a los medios y a las cortes. Le dio cabida y vuelo en su gobierno a varios importantes funcionarios que echó luego con dientes destemplados. Y, para rematar, no hay día en que no cace una pelea grande o chica con algún personaje de la vida nacional.

La oposición y sus intelectuales y los opinadores y los medios hacen leña de los propósitos de Petro y su gobierno, lo hacen con derecho, para eso están, para oponerse a cosas por las que no votaron, pero tampoco reparan en formas. Ninguno se queda quieto, luchan a brazo partido para ganar las votaciones en el Congreso, marchan a la calle para competir con las movilizaciones de apoyo al Gobierno, acuden a organismos internacionales, deslizan acusaciones de los más diversos tipos, no bajan a Petro de drogadicto, dictadorzuelo, loco, tramposo, desviado sexual, y publican cartas que son vergonzosas excreciones de una extraña decepción. 

En este ambiente se produce el doloroso atentado a Miguel Uribe Turbay. Le pegaron en el corazón a la propuesta de reformas sociales de Petro y a su intención de acudir a la consulta popular y a la protesta popular; le pegaron también en el corazón a su política de paz total.

A Petro no le queda más remedio que apoyar, así sea a regañadientes, una reforma laboral refilada por la oposición y buscar acuerdos en otras reformas. Le toca bajar los brazos, a ver si con ello calma un poco la irritación de sus contradictores, esperando también que la oposición y los medios le den un poco de tregua y le hagan algunas concesiones que justifiquen su actitud. Está obligado a declinar su audaz propuesta de una consulta popular.  

También, claro, es urgente declinar el lenguaje agresivo de parte y parte. Nunca son aconsejables las agresiones verbales, aunque estás no son, como dice con ardentía la Paca Zuleta, la causa de la violencia: son solo un pálido reflejo de las profundas diferencias, de los atentados personales, de las conspiraciones y de la irritación que cruzan la política en Colombia. Cambiar esta trágica realidad es la tarea: con ello cambiará el lenguaje. 

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