Los roles entre dos excompañeros de universidad se invirtieron, probando que las oportunidades dependen tanto de recibirlas como de saber aprovecharlas.
Esta es una historia inspirada en eventos reales.
Adriana jamás imaginó recibir aquella llamada. Habían pasado años desde la última vez que había visto a Juan Felipe, su antiguo compañero de universidad. Lo recordaba como un emprendedor apasionado, luchando por abrirse camino en un sector tan volátil como competitivo. Ahora, los roles se habían invertido: Juan Felipe era gerente de una cadena de restaurantes en crecimiento, mientras que ella, después de una carrera sólida y llena de logros, se encontraba desempleada. Cuando escuchó la oferta para unirse como su mano derecha, la sorpresa fue tan grande como el alivio. ¿Quién podría prever que las decisiones tomadas décadas atrás —las maneras, los tratos respetuosos y la madurez profesional— volverían para abrir esta nueva puerta?
Adriana y Juan Felipe compartían una historia profesional que bien podría ilustrar un caso de estudio sobre relaciones laborales. Durante años, mientras Adriana lideraba una reconocida cadena de restaurantes, Juan Felipe, entonces emprendedor, le ofrecía servicios especializados. Siempre cumplía, siempre entregaba, y el trato entre ambos era ejemplar: respetuoso, profesional, libre de tensiones. Adriana, a pesar de tener la "llave" de la contratación, nunca permitió que su posición de poder contaminara la relación. Por su parte, Juan Felipe siempre respondió con resultados impecables, mostrando su profesionalismo. Ambos dejaban las puertas abiertas, quizás sin saberlo, pero con un instinto natural de reciprocidad y madurez.
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“Y la vida, como suele hacerlo, dio una vuelta inesperada. Adriana, ahora sin empleo, aceptó la oferta de Juan Felipe con gratitud”.
Y la vida, como suele hacerlo, dio una vuelta inesperada. Adriana, ahora sin empleo, aceptó la oferta de Juan Felipe con gratitud. El inicio fue prometedor: su experiencia y conocimiento encajaban bien en el rol, y las primeras semanas mostraron resultados alentadores. Pero la ilusión se desvaneció pronto. Las quejas de los empleados comenzaron a acumularse. Los reportes apuntaban a maltrato laboral: comentarios ásperos, actitudes autoritarias, una rigidez que parecía incompatible con la dinámica del equipo. Juan Felipe, al principio incrédulo, intentó mediar. Conocía a Adriana y confiaba en que podía adaptarse. Pero las conversaciones no llevaron a ningún cambio. La negación de Adriana sobre los problemas fue la barrera más grande; no solo cerraba el camino para mejorar, sino que reforzaba los conflictos existentes.
Con el tiempo, quedó claro que la situación era insostenible. Juan Felipe, con pesar, tomó la decisión de despedirla. No fue fácil, menos aún considerando la historia que los unía. Pero comprendió que dejar las puertas abiertas no siempre es garantía de que todos sepan mantenerlas de esa manera por su cuenta. Adriana tuvo una oportunidad gracias al respeto y profesionalismo mutuos del pasado, pero su incapacidad de enfrentar y resolver los problemas cerró esa misma puerta.
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“Dejar las puertas abiertas en las relaciones humanas y profesionales no es solo un principio de cortesía; es una inversión en el futuro”.
La historia de Juan Felipe y Adriana deja lecciones valiosas. En las relaciones humanas y profesionales, mantener las posibilidades abiertas no es solo un gesto de cortesía, sino una inversión en el futuro. Sin embargo, conservarlas demanda coherencia, capacidad de autocrítica y disposición para adaptarse. Adriana fue clave al apoyar a Juan Felipe en el pasado, y su gesto hacia ella fue el resultado de una confianza recíproca, construida con las acciones del pasado. No obstante, el verdadero desafío está en el presente, donde las decisiones de cada persona definen si esos lazos se fortalecen o se pierden para siempre.
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“Las acciones del presente son las que, al final, determinan si una puerta permanece abierta o se cierra para siempre”.
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