¿Qué son los cerros? Los cerros que aparecen en los relatos indígenas pueden definirse como puntos en la geografía de una comunidad en donde el tiempo y el espacio se funden. Actúan como marcadores históricos sobre el paisaje que simbolizan y nos traen de manera vigorosa eventos protagonizados por seres mitológicos en antiguas dimensiones del tiempo. Al verlos en el paisaje ese tiempo y ese orden referencial se vuelven accesibles a las nuevas generaciones. Ellos son las huellas congeladas de las migraciones, padecimientos y gestas de los ancestros. Gracias a ellos el territorio y el paisaje poseen una estructura narrativa.
En las próximas horas autoridades indígenas y establecimientos turísticos del Cabo de la Vela cerrarán temporalmente el acceso al mitológico cerro de Kamaichi, el Antiguo. Lo harán para realizar rituales de descontaminación. El cerro mismo lo ha pedido en sueños. Varios accidentes mortales de pescadores y turistas por inmersión han sido interpretados por las personas mayores como una manifestación del cansancio de este ser de los abusos de la presencia humana sobre su superficie. La erosión del camino de acceso a su cima, el arrojo incesante de basuras y el comportamiento irrespetuoso de los visitantes le han conducido al agotamiento. Una superstición de los indígenas, dirá el resto de los colombianos. Vale la pena preguntarse ¿qué sucedería si un indígena en estado de alicoramiento hiciese maniobras con un vehículo automotor en el atrio de la catedral primada de Bogotá? Un acto sacrílego e imperdonable diría en coro el resto de la nación. No se otorga la misma importancia a lo que sucede en los sitios considerados sagrados por los indígenas
El turismo, se ha dicho en múltiples ocasiones, es al mismo tiempo oportunidad y riesgo. De esta actividad viven miles de personas dedicadas a brindar hospitalidad, transporte, recreación y alimentación, entre muchos otros servicios. En los territorios étnicos las posadas nativas se articulan con la economía local comprando tejidos a las artesanas y alimentos a pescadores, pastores y horticultores. El turismo vive de los atractivos históricos, paisajísticos y culturales de un territorio al que con frecuencia modifica o vacía de sentido. La toponimia original de una comarca es sustituida en ocasiones por nombre banales y arbitrarios. Lugares socialmente significativos son visitados por transeúntes que ignoran su historia, los relatos asociados a esos sitios y el sentido que estos le otorgan a un territorio.
Kamaichi, el cerro tutelar del Cabo de la Vela, entrará en un periodo de descanso y será sometido a rituales de descontaminación. Según las narraciones indígenas era un antiguo pastor que en un largo verano migró desde la Alta Guajira buscando pastos y agua para su rebaño al lugar en donde hoy se encuentra. Allí se enamoró de Jepirachi, una mujer viento. Ella le trajo preciados alimentos y él se quedó a vivir allí transformado en una elevación de piedra. Su rebaño fue a parar al mar y se convirtieron en peces y otras especies marinas que dan alimento a los wayuu contemporáneos. La población criolla le cambió su rico nombre primigenio por un frívolo “Pilón de Azúcar” que carece de contenido e historia.
Los cerros le dan un orden primigenio a un territorio. Quizás, como lo ha propuesto la antropóloga peruana Marisol de la Cadena, es hora de reconocer la voz de los seres de la tierra como Kamaichi con los que estamos íntimamente relacionados. Se trata de ser sin que otros no humanos o humanos dejen de ser. Esto implica una pluralización ontológica de la política y una reconfiguración de lo que hoy consideramos como político.