Los abusos contra niñas del pueblo nukak makú se han perpetrado durante varios años en el marco de una continua y estimulante impunidad. Basta con recordar un solo caso ocurrido en 2019 en una vereda cercana a San José del Guaviare. Una menor indígena fue secuestrada por dos soldados durante seis días y ocultada en el Batallón de Infantería No. 19 situado en la propia capital de ese departamento. Allí fue sometida a continuos vejámenes y violaciones hasta que milagrosamente pudo escapar. Ni las autoridades civiles competentes ni las militares castigaron el hecho a pesar de su público conocimiento. Dicha impunidad es en la práctica una invitación a repetir estos actos aberrantes.
En días pasados el periodista Gerardo Reyes reveló que tales abusos sexuales continúan abiertamente en un sector de venta de bebidas alcohólicas de San José del Guaviare. En esta área urbana las menores son prostituidas a cambio de drogas o de alimentos. Los casos denunciados alcanzan la alarmante frecuencia de cuatro por semana. Militares colombianos y al menos un militar norteamericano estarían involucrados en estos sistemáticos abusos sexuales contra las menores indígenas.
La explicación de los funcionarios civiles y policiales actúa como la tinta que expele un calamar para oscurecer el agua y huir de sus depredadores. Que la situación desborda la capacidad de los gobernantes, dice alguien. Que el bóxer utilizado como droga es un pegante cuya venta no se puede limitar, afirma otro. Al final, un misionero cristiano revela dramáticamente el lacerante origen de la horrenda situación. La culpa es de los propios indígenas y sus incivilizadas prácticas culturales. La Policía asiente complacida con la elemental explicación. La culpa es de las víctimas concluyen todos y hasta algunos periodistas nacionales aumentan el coro que emite este juicio.
En medio de la indignación generalizada pocos ahondan en el drama vivido por el pueblo indígena nukak durante las últimas décadas. Ellos constituían una sociedad nómada que subsistía de la pesca, la caza, la recolección de frutos, miel e insectos más cierta horticultura estacional. Al entrar en contacto con los colonos este grupo amerindio inició un acelerado proceso de sedentarización e incluso de urbanización. Ello ha implicado un significativo descenso demográfico a causa de diversos factores, entre ellos enfermedades que los han diezmado quedando hoy solo unas pocas centenas de individuos.
En el año 2004, el Ministerio de Cultura declaró Bien de Interés Cultural de Carácter Nacional el conocimiento sobre la naturaleza y la tradición oral del pueblo nükak-makú. Hoy las medidas adoptadas para su protección no han evitado el que la situación de este grupo humano se deteriore hasta llegar al alarmante escenario actual.
Actualmente mucho de su preciosa cultura material se ha perdido, al igual que extensas áreas territoriales. La reducción de su movilidad se refleja en cambios en su dieta, pérdida de la autonomía alimenticia y de las prácticas y principios que guiaban sus alianzas matrimoniales. Una generación de mayores que conservaba los cantos y danzas rituales desapareció para siempre. Estas danzas estimulaban la sociabilidad con otros grupos nukak y la búsqueda de esposas por fuera de su propio asentamiento.
No, no son las prácticas culturales tradicionales de los nukak makú las que los han llevado a su situación actual. Es justamente lo contrario. Es la pérdida de parte de estas junto con la manifiesta impunidad, la falta de voluntad para castigar estos crímenes contra los menores indígenas, y la incompetencia de los funcionarios responsables de protegerlos. Pero lo más grave es una perspectiva nacional que ve a los indígenas como extraños radicales y no como auténticos connacionales poseedores de derechos.