
El engolosinamiento agresivo de Trump con los aranceles se ha vuelto un espectáculo circense que, desafortunadamente, puede acarrear graves consecuencias para la salud económica del mundo entero.
El profesor Charles P. Kindleberger demostró, en su famoso estudio El mundo en depresión 1929-1939, que el caldo de cultivo donde floreció la mala yerba de la peor recesión que ha tenido el mundo en los tiempos modernos fue precisamente una guerra comercial como la que está declarando el presidente de los Estados Unidos con sus epilépticos anuncios arancelarios. Los cuales, obviamente, serán respondidos con la misma moneda por los países afectados.
Pero, en esta ocasión, los aranceles de Trump han asumido modalidades poco conocidas en la historia económica reciente. Menciono en primer lugar la extraña forma de tarifas arancelarias punitivas contra todo país que compre crudo o gas a Venezuela.
Esto, desde luego, hace imposible siquiera pensar que podremos importar gas de Venezuela en el futuro pero, además, hace parte del arsenal de artillería pesada que está empezando a desplegar la Casa Blanca contra el régimen de Maduro. Lo curioso es que se trata de aranceles que golpearán a países como China, Rusia o India por negocios que están haciendo con un tercero -Venezuela- y no con Estados Unidos.
Resultan también novedosos los llamados “aranceles recíprocos” que anunció el Gobierno norteamericano con gran fanfarria el 2 de abril (día que ha denominado curiosamente día de la “liberación” no se sabe exactamente por qué).
Estos aranceles se impondrán a todo país que grave con impuestos de cualquier naturaleza la importación de productos norteamericanos. Y aún más grave: por lo que el gobierno Trump denomina manipulaciones monetarias o cualquier tipo de subsidios a sus exportadores. Este aspecto hará correr mucha tinta en los días venideros.
Estos aranceles “recíprocos” que se esperaba se aplicarían solamente a los países superavitarios en su comercio con los Estados Unidos, resulta que se aplicarán también a países comercialmente deficitarios como Colombia. En nuestro caso, según las noticias que empiezan a digerirse de este enorme paquete arancelario, también resultamos castigados con un arancel reciproco del 10 por ciento que cae sobre el universo de nuestras exportaciones.
Este anuncio -que realmente no se esperaba- puede tener repercusiones muy graves para productos como el café, las flores, la ventanería de aluminio y algunos derivados del petróleo que procesa Ecopetrol, entre otros.
¿Nos aplicarán otros aranceles? la amenaza queda flotando en el ambiente como una espada de Damocles que cualquier día puede caer sobre nuestro comercio exterior con efectos letales. ¿Será que esa espada caerá el día en que nos descertifiquen por alcanzar el poco honroso récord de acercarnos a las 300.000 hectáreas de coca?
En un mercado como el de los Estados Unido -y tratándose principalmente de productos alimenticios y productos básicos-, los márgenes con los que trabajan nuestros exportadores son muy pequeños.
De todas maneras, este arancel reciproco del 10 por ciento que nos cae ahora dificultará enormemente nuestras exportaciones que creíamos protegidas por virtud del TLC y por nuestra condición de país deficitario en el comercio con los Estados Unidos.
Varios interrogantes quedan flotando luego de los anuncios de Trump desde el jardín de rosas de la Casa Blanca el pasado miércoles: ¿Cómo va a reaccionar un país como China al que le impusieron gravámenes recíprocos superiores al 35 por ciento sobre la totalidad de sus exportaciones? ¿Cómo responderán los países de la Unión europea a la que le cayó un arancel general del 20 por ciento sobre las suyas? ¿Respetará el gobierno de Trump el tratado de libre comercio que tiene firmado y vigente con Méjico y Canadá que protege a estos países de la novedosa figura de los aranceles recíprocos, pregunta sobre la cual no hubo claridades en los anuncios de la “liberación” el 2 de abril?
Lo que es cierto es que el paquete arancelario anunciado por el gobierno Trump este 2 de abril sepulta el multilateralismo en el comercio internacional que se había construido después de la segunda guerra mundial, e inicia un camino hacia el aislacionismo de los Estados Unidos en el concierto universal. También es claro que tendrá un efecto inmediato muy negativo sobre la inflación en Estados Unidos y, por supuesto, para los consumidores estadounidenses.
Esta política de los aranceles de Trump es tan agresiva, caprichosa y contraria al derecho que rige el comercio internacional, que alguien como el aplomado nuevo primer ministro canadiense ha declarado que las relaciones históricamente privilegiadas entre su país y los Estados Unidos “han terminado”.
Ya el propio Canadá, México y la Unión Europea han anunciado rotundamente que responderán los aranceles de Trump que les caigan con igual moneda contra las importaciones provenientes de los Estados Unidos. Veremos también cómo responde la China, que ha hecho saber que responderá contra las importaciones provenientes de Estados Unidos en proporción similar a como resulten afectadas sus exportaciones.
La respuesta de China se espera con atención, pues encima del arancel del 10 por ciento que se informó en un comienzo, ahora le viene encima otro del 25 por ciento a todas sus exportaciones de autos a los Estados Unidos, siendo China el principal proveedor de vehículos eléctricos del mercado estadounidense.
Los cañones de la guerra comercial del siglo XXI han empezado, pues, a dispararse. Y el caprichoso Trump no cree tener pólvora mojada para librar esta desastrosa batalla comercial que a nivel planetario ha comenzado.
Se creyó inicialmente que este cuento de los aranceles era una mera táctica negociadora de Trump para obtener resultados diferentes de los estrictamente comerciales. Pero tal idea parece estar disipándose, como lo corroboran los anuncios del “día de la liberación” hechos por Trump el pasado 2 de abril desde el jardín de las rosas de la Casa Blanca.
Más aún: la administración Trump está haciendo cuentas jubilosas, según las cuales, con los recaudos que obtendrá en sus fronteras con la nueva oleada de aranceles que se dispone a imponer, recibirá recursos fiscales suficientes para bajar estrepitosamente los impuestos domésticos, y hasta para subsidiar a los consumidores de los Estados Unidos que serán, por supuesto, los primeros afectados por el alza de precios que las nuevas tarifas al comercio exterior acarrearán.
Ya se empiezan a escuchar, pues, los primeros cañonazos de esta guerra comercial que -todo parece indicar- van a escalarse. Como aconteció en los tiempos de la gran recesión de los años treinta del siglo pasado.
Y que, como toda guerra, no se sabe ni cuánto tiempo durará ni cuántos muertos dejará tendidos en el campo de batalla.
POSDATA:
La estupidez maligna
Así titula el profesor Krugman -premio Nobel de economía- un primer estudio que publica sobre el paquete de medidas arancelarias divulgado ayer por el presidente Trump.
¿Por qué estupidez maligna?
Porque toda la argumentación de Trump está basada en que esta alza de aranceles se hace necesaria para contrarrestar el déficit de los Estados Unidos con el resto del mundo.
Pero -argumenta Kugman, con razón- el déficit de los Estados Unidos es solo en el comercio de mercancías, pero no de servicios (que tienen una importancia enorme en el comercio internacional hoy día).
De ahí resulta que cuando se toman en cuenta los servicios, los Estados Unidos son ampliamente superavitarios con el resto del planeta.
La balanza comercial completa (mercancías + servicios) es favorable a los Estados Unidos con relación al resto del mundo.
Por lo tanto, las medidas arancelarias anunciadas ayer en el jardín de las rosas de la Casa Blanca -concluye Krugman- se fundamentan en una “estupidez maligna”.
