Federico Díaz Granados
27 Enero 2025 03:01 am

Federico Díaz Granados

El fin de la historia

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“El poder se parece mucho a los bienes raíces. Es sobre todo ubicación, ubicación, ubicación. Mientras más cerca estés de la fuente, mayor será el valor de tu propiedad”. La famosa frase de la exitosa serie House of Cards desentraña la naturaleza simbólica y estratégica del poder, revelando una verdad de a pulso: el poder, además de ejercerse, es toda una puesta en escena. Así, al final de varios episodios y algunas de las primeras temporadas, Frank Underwood se va acercando en cada toma de juramento del presidente de turno al atril central. En esa puesta en escena todos sonríen al borde del cuadro con plena conciencia de que son testigos y protagonistas de ese poder. 

A partir de esa premisa de House of Cards observé, con la misma preocupación de muchos, la foto de la tercera fila a la derecha del atril presidencial en la Rotonda del Capitolio de Washington el pasado 20 de enero. Detrás de la familia de Donald Trump aparecían, juntos, Elon Musk, Mark Zuckerberg, Jeff Bezos y Sundar Pichai y, un poco más atrás, Tim Cook, Shoui Zi Chew y Sam Altman. Todos ellos más cerca de la fuente de la que hablaba Underwood. El asunto no tendría tanta relevancia si no se tratara de los dueños de los territorios digitales donde habitamos los pobres mortales: X, Tesla y SpaceX, Meta, Amazon, Google, Apple, Tik Tok y OpenAI, respectivamente. La foto nos muestra que detrás del presidente de los Estados Unidos están los dueños de nuestros datos, quienes controlan y administran nuestras consultas, compras, búsquedas, redes sociales y, por ende, nuestras emociones que solo ellos pueden manipular a través de los algoritmos. Esa foto es la promesa del futuro, una declaración de principios del nuevo orden mundial y de esa “nueva oligarquía” de la que habló Joe Biden en su discurso de despedida. Al rato, Musk hizo un gesto nazi desafiante. “Son los tiempos”, diría el bueno de Abundio en Pedro Páramo.

La imagen los muestra no solo como epicentro del poder, sino como los confidentes, los consiglieres del nuevo jefe de la familia. Ellos saben que controlan algo más grande que la política, que es tan solo un canal para las grandes transacciones. Por eso se ha afirmado que llegar a los cargos de poder no es otra cosa que conquistar la cima de los negocios y eso, más en nuestros días, va más allá de las ideologías. En la foto están los hombres más poderosos del planeta, los que tienen las chequeras más llenas y además los dueños de nuestros datos más esenciales. Por eso está todo servido para que echen a rodar la bola y tracen las coordenadas de una forma de ejercer el poder. Muchos hablan de una nueva derecha o un neofascismo, pero está naciendo algo diferente, con redes digitales a su disposición, con radicalismos que exterminan cualquier opción crítica. Nace también una nueva estética y simbología cultural.

La metáfora inmobiliaria de House of Cards es más pertinente que nunca. Si la política tradicional representa el centro simbólico –la mansión en la cima de la montaña–, los dueños de la tecnología son los terrenos aledaños y codiciados que además suministran los servicios básicos. Por eso, cada decisión va más allá de una hoja de Excel y un tablero de control. Es como si se tratara de un nuevo feudalismo en pleno siglo veintiuno, donde estos magnates de la foto representan no solo a sus compañías, sino a sus reinos digitales y virtuales donde los ciudadanos de este mundo contemporáneo pagan tributo con cada clic y like. La llegada a la presidencia de los Estados Unidos es tan solo una validación formal, un saludo a la bandera y una presentación de credenciales de un poder que hace mucho ostentan. Lo que les permitirá la presidencia es legitimar sus procedimientos e imponer una nueva cultura política. 

En la foto está la síntesis de quienes saben que están trazando los cimientos de lo que será el resto del siglo. Las guerras, las comunicaciones, la economía, la ciencia y lo que quede de cultura se verán atravesadas por las coordenadas de la brújula de este tiempo. Preocupante. Musk, Bezos y Zuckerberg prometen aldeas globales a través de las redes digitales y vislumbran futuras colonias terrestres en Marte. Trump dice que comprará Groenlandia y anexará Canadá a su país mientras ordena cambiar de nombre al Golfo de México por el Golfo de América. A su vez, retomará el canal de Panamá. “I Took Panamá” en un tiempo futurista. En medio de toda esta locura, las minorías y los migrantes que tantos derechos habían conquistado se ven aplastados con las medidas del régimen del momento. Al final del día, el pobre ser humano seguirá llevando su miedo, su hambre, su enfermedad, a cualquier rincón del mundo donde haya un lugar para abastecerse de bienes cada vez más escasos. 

¿Cuáles son entonces los símbolos de este nuevo orden? En la toma de Capitolio vimos una suerte de estética que no solo representaba la invasión física al recinto de la democracia, sino que era una suerte de invasión semántica. Recordamos esa especie de vikingos distópicos que, en el justo momento en el que parecía encontrarse una salida a la pandemia, se tomaron las cámaras del mundo. Era una manera de hacer un performance de la posverdad, de las mentiras del siglo que ya entraba a su primer cuarto de hora. Un casco con cuernos podría ser unos de los símbolos que en este caso interpreta a un nuevo villano en un mundo sin héroes. Allí no estaría Supermán devolviendo la bandera estadounidense al presidente de turno con música de John Williams y créditos al final de la película. Estábamos ese 6 de enero ante la barbarie sin retorno que daba inicio a un tiempo de crisis de la democracia. Nos quitábamos los tapabocas de la pandemia para ver el horror de un nuevo símbolo.

Pero también hay que anotar que, dentro de esta esfera de los nuevos símbolos, ninguno ha sufrido una resignificación tan profunda como la canción y el baile de YMCA de Village People, una canción que desde 1978 se convirtió en un himno festivo de la inclusión y la diversidad. Cuarenta y siete años después es el himno de Trump y sus correrías de campaña. La canción que antes abogaba por una libertad sexual, es ahora la banda sonora de una derecha populista que defiende la nostalgia de un pasado homogéneo y hegemónico. Esa nostalgia por un pasado que se quiere reivindicar por medio de ‘Make America Great Again’. Es el eslogan de una distopía en la que Marty McFly regresa a ese 1985 paralelo, caótico y apocalíptico. 

Es ahí donde, en medio de las grandes dificultades que se avecinan, otros símbolos de resistencia puedan sobrevivir a esta avalancha: vendrán más Black Lives Matter y otros tantos códigos culturales que reinterpretarán el presente: vendrán nuevas pancartas pintadas a mano, hashtags convertidos en consignas globales, monumentos derribados y espacios públicos intervenidos que tracen una nueva narrativa de la historia. Si los dueños de las redes y los datos tienen el poder, será ese el lugar de la protesta y de las rebeliones futuras. No será fácil, pero nunca imposible. 

Algo, sin embargo, nació en medio de esa foto. En la Catedral Nacional de Washington, la obispa Mariann Edgar Budde, la primera mujer en estar al frente de la Diócesis Episcopal de Washington DC, miró a los ojos al presidente Trump y pidió clemencia por todas las personas que hoy tienen miedo: “Señor presidente: millones han puesto su confianza en usted. Y como usted dijo ayer, ha sentido la mano providencial de un Dios amoroso. En el nombre de Dios, le pido que tenga misericordia para gente en nuestro país que tiene miedo ahora”. A lo que, al final, el presidente, molesto, respondió: “No fue muy emocionante. No me pareció un buen servicio… Pudieron haberlo hecho mucho mejor”. No hubo poeta inaugural, pero sí una obispa con un sermón que conmovió al mundo. 

Francis Fukuyama habló del fin de la historia cuando cayó el muro de Berlín y la Unión Soviética y proclamó un triunfo del liberalismo y la democracia. Tres décadas después, vivimos otra especie de fin de la historia ante la crisis de ese liberalismo y la democracia. Por eso habitamos las ruinas de esa democracia. Es el momento de la autocrítica y de ver de qué manera las humanidades y las artes una vez más nos van a salvar de nosotros mismos. Siempre lo han hecho. El péndulo regresará, no sabemos en forma de qué modelo. Por ahora, los de la foto van ganando.

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