Antonio Perry
6 Marzo 2025 03:03 am

Antonio Perry

¿El fin del comercio internacional?

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Ha hecho carrera la tesis de que el comercio internacional se va a acabar bajo Trump. El argumento se basa en las medidas proteccionistas que él ha amenazado con imponer, las cuales fragmentarían el comercio internacional, llevarían a una guerra comercial y resultarían en un mundo aislacionista. Sin embargo, las políticas de Trump, por lo menos en lo que concierne al comercio exterior, no son sino un reflejo (y a lo mucho una aceleración) de una tendencia que ya viene desde hace un rato y que en Colombia debemos saber aprovechar.

El comercio internacional, de flujos de capitales y bienes absolutamente libres, viene en caída hace rato, por lo menos desde la primera década de este siglo. En su lugar está surgiendo un nuevo orden que, si se me permite, es emocionante. Es más, creo que es una oportunidad que, bien leída, podemos aprovechar para crecer económicamente.

A grandes rasgos, el mundo ha vivido dos grandes épocas de globalización y expansión del comercio internacional en los últimos dos siglos. Ambas, aunque no libres de problemas, han traído más prosperidad para el mundo. La primera ocurrió a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, cuando se impuso el patrón del oro, facilitando el establecimiento de precios internacionales, y se vivió la segunda ola de industrialización, cuyas tecnologías, como la navegación a vapor y el ferrocarril, redujeron drásticamente los costos del comercio. Las consecuencias fueron formidables. Basta ver el caso argentino, que supo impulsar su sector agropecuario y logró ser uno de los países más ricos del mundo a principios del siglo XX.
La segunda era vino después de las guerras mundiales que devastaron el mundo y, con él, la anterior gran era del comercio internacional. La reconstrucción económica trajo consigo una apertura económica sin precedentes; un tiempo que algunos economistas han llamado de hiperglobalización, debido a lo interconectados que nos volvimos. 

Esta nueva gran era, como la anterior, trajo consigo oportunidades de crecimiento espectaculares para quienes las supieron aprovechar. El gran ejemplo fue el de los tigres asiáticos, Corea del Sur y Taiwán, especialmente, que supieron enfocar sus esfuerzos en fortalecer su industria manufacturera, aprovechando su mano de obra más barata y los avances tecnológicos de los países industrializados, para impulsar el comercio internacional y crecer económicamente. 

En la nueva era que estamos viviendo y que se ha acentuado bajo Trump, también existen oportunidades para el crecimiento económico que Colombia no debería desaprovechar. La primera es que la hiperglobalización está dando paso a una regionalización del comercio internacional, en la que la libertad absoluta de bienes y capital ya no es un dogma. Esto tiene dos beneficios.

El primero es que incentiva la diversificación de socios comerciales y de exportaciones, como lo argumenté en una columna pasada. Al verse en la necesidad de buscar otros socios, Colombia puede dejar de tener una sobre dependencia en Estados Unidos. Y esa misma diversificación lleva consigo una diversificación de lo que se exporta. Es bueno no tener todos los huevos en un mismo canasto. 

El segundo beneficio es que existe más libertad para promover políticas públicas de desarrollo interno, las tan repudiadas, políticas industriales. Lo cierto es que después de años de estudio se ha encontrado que las políticas industriales no son todas malas y que bien dirigidas a solucionar fallas de mercado y externalidades pueden ser beneficiosas en el agregado, como aquellas que buscan mitigar los efectos del cambio climático o que buscan promover la dispersión de conocimiento. Estas políticas, por ejemplo, pueden ayudar a Colombia a fortalecer y desarrollar sectores clave para su crecimiento económico, como el agro y los servicios ecosistémicos, etc. 

La segunda oportunidad que presenta el nuevo orden de comercio internacional es el aumento de la demanda de servicios. Contrario a lo que la narrativa apocalíptica del fin del comercio internacional augura, el comercio entre países ha aumentado en los últimos años, impulsado especialmente por el comercio de los servicios. En parte, la razón es que los servicios son una especie de comercio invisible, en tanto es difícil de cuantificar y restringir. ¿Cómo se puede poner un arancel al trabajo que hace un consultor en Colombia para una empresa en Estados Unidos?

La oportunidad de este cambio es que países como Colombia, con profesionales preparados, pero con sueldos que son más competitivos que países desarrollados, pueden utilizar esa ventaja para venderle servicios más baratos a otros países (el ejemplo del consultor colombiano a la empresa gringa). En ese sentido, Colombia debería identificar en cuáles servicios podría tener una ventaja comparativa y desarrollar políticas públicas para desarrollarla, por ejemplo, entrenando su talento local, como ya lo había argumentado en una columna anterior. 

La tercera y última oportunidad es que la nueva era de comercio internacional tiene un problema estructural que la subyace e impulsa: el cambio climático. Con todos sus males, el cambio climático presenta una oportunidad para países como Colombia, porque los desarrollados van a buscar 'descarbonizar' sus economías y necesitan los productos y servicios para hacerlo. Alguien tiene que proveer esos productos y servicios, y Colombia puede.

Como argumenté en otra columna, el país está bien posicionado para prestar servicios ecosistémicos o para atraer empresas extranjeras intensivas en electricidad que buscan fuentes más limpias de energía. Colombia es una parte del 'pulmón del mundo' en tanto absorbe y mantiene gases de efecto invernadero bajo tierra y eso tiene un valor comercial. Es cierto que es un mercado que está desarrollándose y que ha tenido varios problemas y cuestionamientos, pero su potencial es grande y Colombia debería impulsar su desarrollo. La nación también tiene una matriz energética limpia, con 70 por ciento de su electricidad proveniente de hidroeléctricas. Esto resulta especialmente atractivo para industrias intensivas en electricidad que quieren limpiar sus fuentes de energía. Colombia debería impulsar políticas que atraigan a estas empresas.
 

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