David Colmenares
27 Febrero 2025 06:02 am

David Colmenares

El futuro no se construye con miedo

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Con frecuencia me preguntan cómo construí mi carrera y qué consejos daría a quienes apenas comienzan la suya. Mi trayectoria profesional podría resumirse en esfuerzo, estudio y trabajo por encima de lo exigido, una lección de vida, en sí misma. También tuve suerte: estuve en el lugar correcto en el momento adecuado. Sin embargo, por encima de todo, conté con la confianza de personas clave que apostaron por mí. Hoy quiero hablar precisamente sobre eso: sobre apostar por los demás.

En mi primer traslado de Colombia a Honduras, mi jefe me dijo: «No necesito a alguien brillante, solo a alguien de confianza». Confieso que aquello me llevó a preguntarle si me consideraba limitado. Su respuesta fue lacónica: «Usted me entenderá». Con el tiempo comprendí el inmenso valor de la confianza en las personas que elegimos, con quienes nos relacionamos y en quienes apostamos.

Él confió en mí. Oficialmente, yo era ajustador de siniestros, sin rango jerárquico, pues un año atrás me habían sentenciado: «Usted es supervisor encargado; tendrá que probar que puede». Lo máximo permitido fue firmar documentos con un título que parecía sacado de una empresa pública de los años veinte (de 1920, por si acaso): «Supervisor (E)». Nunca llegó el nombramiento; por eso, en mi currículum pasé directamente de ajustador a gerente. Fui parte de una práctica que, aunque dice apostar por alguien, en realidad lo condena a demostrar constantemente que dicha apuesta fue correcta. Cuando finalmente se reconoce su esfuerzo, suele ser tarde e injusto.

Aquel jefe creyó en mí. No puedo contar las veces que he escuchado decir al contratar: «Necesitamos a alguien con experiencia». Si no otorgamos oportunidades, ¿dónde adquirirán experiencia quienes no la tienen?

Un estudio publicado por EmployTest destaca los beneficios de contratar a personas sin experiencia previa, pues aportan ideas innovadoras que desafían el statu quo, desarrollando así habilidades adaptativas y proactivas en entornos dinámicos.

Hace poco, en nuestra reunión de alineación anual, nuestros consultores hablaron de los superpoderes del liderazgo: amabilidad, gratitud, compasión, bondad... De todas ellas, la gratitud resonó particularmente en mí. Desde el inicio de mi carrera, cuando cambio de trabajo o recibo un ascenso, suelo llamar para agradecer a quienes han sido claves, pues sin ellos no estaría aquí.
Pero agradecer no consiste únicamente en reconocer el pasado, sino en construir el futuro. Apostar por otros implica más que brindar oportunidades; significa acompañarlos, impulsarlos y corregirlos cuando es necesario. Actualmente, como mentor de varios grandes profesionales, disfruto sobremanera de verlos evolucionar, enfrentarse a desafíos y crecer. Si alguien apostó por mí, lo mínimo que puedo hacer es devolver esa apuesta multiplicada.

Según un estudio sobre liderazgo ético de la Universidad de Notre Dame, expresar gratitud en el trabajo mejora significativamente el bienestar individual, fortalece las relaciones e incrementa la productividad hasta en un 50 %.

Sin embargo, insisto en que dar las gracias no debe limitarse a las palabras, sino traducirse en hechos. Son nuestras acciones —y no nuestras intenciones— las que verdaderamente nos definen. Como expresó Carl Jung: «No soy lo que me sucedió; soy lo que elijo ser». Apostar por alguien es más que darle un título; significa acompañarlo cotidianamente. No se trata de discursos grandilocuentes ni promesas vacías, sino de decisiones diarias que construyen o destruyen la confianza.

Por eso, al conformar equipos, elijo con frecuencia a personas sin experiencia directa en el cargo. La experiencia importa, por supuesto, pero no lo es todo. Lo verdaderamente valioso es lo que una persona hace con la oportunidad que recibe. Algunos permanecen años en un rol sin transformar; otros, con menos recorrido, tienen la ambición y la capacidad para aprender rápido y aportar valor de inmediato.

El problema no radica en equivocarse al contratar, sino en la falta de humildad para reconocerlo. En muchas organizaciones abundan quienes priorizan proteger su posición en vez de fortalecer al equipo. Cuando la toma de decisiones responde más al miedo que a la estrategia, se pierde algo más que una apuesta: se pierde el futuro.

Si apostamos por el talento más allá de títulos o etiquetas, debemos desterrar prácticas perversas como el «aumento en plazos», equiparable a compras navideñas a cuotas. ¿Por qué ascendemos a alguien, pero no le pagamos lo justo?

¿No es esto una apuesta a medias? Nadie puede estar medio embarazado: o estamos comprometidos, o no lo estamos. Apostar por alguien significa estar ahí, acompañar de cerca y, cuando sea necesario, regalar algo tan valioso como escaso: la verdad dicha con respeto y valentía. Porque un feedback honesto no destruye; al contrario, es una mano tendida que impulsa a crecer.

La vida exige cada día más coraje: coraje para desafiar lo establecido, para confiar en quienes aún no han tenido la oportunidad de demostrar su valía, para remunerar justamente y para romper con los esquemas que perpetúan la mediocridad disfrazada de prudencia. Coraje para resistir las voces que pretenden hacernos retroceder, disfrazando la exclusión de sentido común y la injusticia de meritocracia. Como bien dijo Winston Churchill:

«Nunca ceda. Nunca, nunca, nunca, nunca —en nada grande o pequeño, importante o trivial—, nunca ceda, excepto ante las convicciones del honor y el buen sentido. Nunca ceda ante la fuerza; nunca ceda ante el poder aparentemente abrumador del enemigo».

Apueste con determinación; apueste como alguien apostó por usted. No lo haga a medias ni con temor. Apueste con convicción por las personas, por su talento, por la equidad y por un futuro más justo. Porque, al final, lo que deja verdadera huella no es el cargo que ocupamos, sino las oportunidades que brindamos y las vidas que ayudamos a transformar.

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