
Nadie entiende por qué, pese a estar ad portas de enfrentar un juicio penal, a los escándalos que ha protagonizado —que no han sido pocos— y a que es un maltratador de mujeres, Armando Benedetti es hoy el funcionario más poderoso de la Casa de Nariño.
Su nombramiento como nuevo jefe de Despacho ha generado un tsunami político que deja a su paso una crisis ministerial e institucional de la que costará recuperarse. Sin embargo, su presencia en el Gobierno no es nueva. Benedetti fue una ficha clave en la campaña presidencial y muchos de los que hoy rechazan su nombramiento antes lo abrazaban.
¿Por qué callaron todo este tiempo? Tal vez porque estaba ahí, pero lejos. La política es incoherente, pero, sobre todo, oportunista. Ahora que Benedetti se convierte prácticamente en el dueño de las llaves de Palacio, floreció la indignación y desempolvaron su prontuario.
El presidente Petro trató de contener la crisis aclarando que Benedetti no fungiría como jefe de Gabinete, pues esa figura “no existe ni constitucional ni legalmente, es un abuso”. Se le olvidó al mandatario que el primer cargo de Laura Sarabia en su gobierno fue justamente ese.
Como era de esperarse, ese argumento no convenció a nadie y la crisis estalló de la peor manera. El consejo de ministros televisado se tornó en un espectáculo vergonzoso, una especie de reality show que dejó al descubierto lo roto que está el Gobierno por dentro. El único ganador fue Armando Benedetti, a quien el presidente puso por encima de sus más fieles alfiles, a los que señaló de sectaristas mientras manoseaba —otra vez— al feminismo para defender a un agresor.
Lo que siguió fue una oleada de renuncias de su gente más cercana. Incapaz de asumir alguna responsabilidad, el presidente empezó a buscar culpables. No los encontró en la oposición, sino en los suyos. A Jorge Rojas, exdirector del Dapre y uno de sus asesores más cercanos, lo acusó de casi acabar con el Gobierno. Todo por atreverse a cuestionar la designación de Benedetti.
Hoy, en plena conmoción interior por el Catatumbo y con una situación de seguridad cada vez más deteriorada, no hay ministro de Defensa. Tampoco hay ministro del Interior, justo cuando el Congreso ha sido citado a sesiones extraordinarias y hay varias reformas clave por discutir. El país atraviesa una de sus peores crisis y el presidente Gustavo Petro no está. Decidió irse por una semana a un viaje irrelevante en Oriente Medio.
Mientras tanto, su jefe de Gabinete enfrenta un nuevo escándalo: su relación con el zar del contrabando, Diego Marín, alias Papá Pitufo. Quien prendió las alarmas fue otro viejo conocido del presidente: Augusto Rodríguez, director de la UNP. Ya sabemos cómo termina esta historia, porque la única certeza que se tiene sobre este Gobierno es que Armando Benedetti es intocable.
