Hubo un momento en la niñez en que se intensificaron las pesadillas. Me daba miedo que llegara la noche porque estaba seguro de que sería una lucha contra unos fantasmas o monstruos que acechaban en el sueño. Era la certeza de un encuentro con un mundo donde todos los temores afloraban. Siempre estaban a la orden de la nocturnidad aquellos monstruos del closet, de debajo de la cama o gigantes que invadían la alcoba cuando los adultos dormían. Era el momento de la indefensión y en el que debía enfrentar todas esas pesadillas con los pocos recursos del carácter que tenía en esos momentos. Aprendí a dormir con la luz prendida, con la radio sintonizada y más adelante con la televisión encendida. Era mi forma de sentirme acompañado cuando quedaba solo, a merced de la noche y la soledad. También fue ahí que me apasioné por las novelas de aventuras que hacían mas cortas las noches y acercaban el día a gran velocidad.
Algo de aquellos días persiste en mi presente, aunque siento que he ahuyentado a los monstruos quizás con mis desvelos lectores o divagaciones poéticas, ya no aparecen tanto o porque quizás, gracias al psicoanálisis y algunas lecturas freudianas o de Carl Jung, he aprendido a comprender las alertas y alarmas de ciertos signos y símbolos que aparecen en los sueños. A lo mejor porque como dice el gran poeta cubano Eliseo Diego en su microrrelato Fantasmagorías “Desde muy joven -lo confieso- me han gustado los fantasmas. Me apasionaban las historias de sus desventuras. Hoy -lo confieso-, aproximándose la hora de convertirme en uno, ya no me gustan tanto”.
Sin embargo, la pandemia y su estado permanente de peligro y cercanía con la enfermedad y la muerte nos trajo a todos de regreso las recurrentes pesadillas. Durante el apogeo de las cuarentenas muchas personas a lo largo y ancho del mundo informaron sobre un aumento en la frecuencia y nitidez de sus sueños, especialmente de pesadillas. Este fenómeno estuvo relacionado con el incremento de los niveles de ansiedad y estrés derivados de la situación global. Por ejemplo, los trabajadores de la salud, las diferentes autoridades sanitarias y quienes estaban más expuestos al virus cada días reportaron que el aumento de pesadillas se debía al estrés crónico que experimentaron en el día a día, el constante miedo a contagiarse y por las situaciones emocionales intensas que enfrentaron en medio de la presión.
En los días más duros de la pandemia hubo un aumento significativo en las búsquedas de Google relacionadas con los sueños. Las personas buscaban interpretar y entender los sueños vívidos y pesadillas que experimentaban, lo cual reflejaba un interés creciente en el fenómeno onírico durante esos días. El aumento del estrés y la ansiedad provocó que los sueños tuvieran un contenido más intenso y perturbador, con un mayor número de pesadillas. Estos sueños reflejaban los temores, inseguridades y preocupaciones provocados por la situación. Durante el confinamiento, muchas personas experimentaron un aumento en la capacidad de recordar sus sueños. Esto se debe en parte a los cambios en los patrones de sueño, ya que el tiempo de descanso adicional y el menor ritmo de vida y la hiper conectividad permitieron a las personas despertar en momentos de sueño REM, cuando los sueños son más vívidos. Nos desvelábamos más y era más difícil conciliar un sueño profundo.
En los sueños se reorganizan los recuerdos y se pone en orden el sistema emocional. El escritor español Antonio Muñoz Molina afirma que en los sueños hay unos patrones narrativos con estructuras poéticas que reflejan un estado de ánimo o un momento de la vida. que crean estructuras imaginarias: “He pensado que una novela es como un sueño parcialmente controlado. Lo que hace el sueño, muchas veces de manera trivial y otras de manera significativa, es tomar datos de la realidad diurna y convertirlos en una narración distinta que parece que tiene un sentido. La novela hace lo mismo”.
Por eso en la novela de la vida los sueños pueden funcionar como un ensayo emocional que ayuda a las personas a procesar y regular sus emociones, lo que a su vez facilita el manejo de reacciones emocionales en la vida cotidiana. Al soñar, el cerebro experimenta y reorganiza las emociones, lo que permite una mejor adaptación a situaciones difíciles al estar despierto. Decía un gran amigo psicoanalista que los sueños son la GPS de todos. Y cada vez estoy convencido de que tiene razón. Los sueños trazan mapas y coordenadas de nuestro estado emocional y nos ponen los pies sobre nuestro propio mundo.
En la niñez las pesadillas y ansiedades eran por las incertidumbres e inseguridades de ver el hogar fracturado, el miedo a un abandono o por el temor a un fracaso escolar. Ahora los fantasmas son los cansancios de la sociedad moderna y la extrañeza de un tiempo que no logramos descifrar. Aumentan las pesadillas y si asumimos que son nuestra GPS interior serán una herramienta para procesar el presente. Hace unos días, Alicia, la hija de ocho años de mi gran amigo poeta Luis Arturo Restrepo, nos contó que tenía muchas pesadillas. Cuanto quisiera decirle que eso pasará con el tiempo, pero no puedo mentirle. Por ahora las pesadillas son materia prima para su imaginación y seguro fortalecerán su bello carácter desde ya. Solo puedo decirle a Alicia que siempre nos quedará la poesía, la música o una buena novela de aventuras como aquellas que me salvaron del monstruo de debajo de la cama cuando apenas comenzaba todo, la vida con sus alegrías, pero también con sus intensos miedos y preguntas.