
El próximo jueves 29 de mayo, Lyan José cumplirá 12 años. Desde hace unos días venía diciendo lo que quiere de regalo: un partido de fútbol con sus amigos del colegio. La verdad es que es un niño juicioso y hasta hace un par de semanas estaba dichoso porque las notas en sus evaluaciones estaban mejorando de forma considerable.
Aunque en su casa, la verdad, no hay ambiente de fiesta. Allá sólo hay lágrimas y caras largas. No hay más. El sábado tres, exactamente hace 15 días, cinco hombres armados con fusiles de asalto y pistolas se lo llevaron por la fuerza de su propia casa en zona rural de Jamundí, en el Valle del Cauca.
Sí, con fusiles de asalto. Todo se ve en el video de seguridad: uno de ellos se cae de forma torpe, otro se roba un celular, otro amenaza con matar a la señora que cocina si el niño no aparece (porque el niño no aparecía), otro encañona al niño cuando aparece con las manos arriba, torsidesnudo, muerto de miedo, humillado. Qué valientes estos cinco hampones.
De estos hay por ahí algo menos de 1.200, leí en un reportaje sobre el grupo que opera por allí.
Pero, 1.200 hacen y deshacen. También explotan granadas artesanales contra pequeñas estaciones de Policía, cobran extorsiones a transportadores o dueños de tiendas, venden papeletas de droga, exigen que los motociclistas circulen sin casco, prohíben conducir en sus zonas rurales después de las cuatro de la tarde, y hace unos días, les dio por secuestrar al niño. Muy valientes los de la Jaime Martínez y sus jefes, porque así se hacen llamar, los de la Jaime Martínez: cobrarle una cuotica al chofer de un bus público o llevarse por la fuerza a un niño de once años un sábado por la noche. Hasta en calidad de bandidos nos hemos venido a menos.
En Jamundí y sus alrededores no hay autoridad. No hay ley. No hay nada. Bueno, sí hay, pero a nadie le importa. Bueno, a nadie que sea delicuente, porque los buenos ciudadanos siguen respetando las normas, acatando la justicia, pagando impuestos y rezando a cuanto santo o virgen haya para que los libre de extorsiones, secuestros, contribuciones forzosas, comisiones ilegales, propinas obligatorias y otras cositas más. Hay que sobrevivir.
Jaime Martínez fue un guerrillero muerto en combate en el año 2000, que operaba en esa zona del Valle del Cauca. Su nombre causaba miedo a comienzos de siglo y ahora produce terror. Ese nombre corresponde al grupo que se autodenomina ‘disidente’ de las antiguas Farc, aunque se viste como las antiguas Farc, usa las insignias de las antiguas Farc, comete los delitos que cometían las antiguas Farc, secuestra para cobrar rescate como lo hacían las antiguas Farc, trafica con cocaína como traficaban las antiguas Farc, explota yacimientos de oro como los explotaban las antiguas Farc y domina la región a punta de sangre y fuego, como la dominaban las antiguas Farc.
Aunque, les gusta que les digan “disidencias”.
Lyan José jamás había dormido fuera de su casa, al menos no sin su mamá. Esta madrugada completó 15 noches lejos de los suyos, que sufren sin tener noticias de él, por ejemplo, sin saber si tendrá su inhalador a la mano para controlar el asma que a veces lo manda a la lona. Hace un tiempo estuvo en cuidados intensivos con cánula de alta frecuencia (dispositivo que le suministra oxígeno y aire humidificado al paciente) porque se le cerraron los bronquios.
Circulan versiones sobre que su liberación está cerca, sobre que los secuestradores habrían reconocido el error. No les creo. Creo que ganan tiempo, a ver si logran que les paguen el dinero exigido por su rescate.
Tal vez si más personas exigieran la inmediata e incondicional liberación del niño, tal vez él pueda celebrar su partido de fútbol de cumpleaños, que es en once días.
Por ejemplo, se me ocurre que los jugadores del América podrían pedir su liberación, una pancarta, un mensaje en alguna red social, algo. Para que sepan, el ‘cumple’ del año pasado fue todo con la decoración de su amado equipo de fútbol, la torta, los festones, el mantel, los platos, todo. No es un hincha más, es uno muy especial y los necesita ahora, no después.
Por ejemplo, el presidente de la República podría publicar un mensaje pidiendo la liberación o —al menos— solidarizándose con la familia, o diciendo algo, cualquier cosa, que los delincuentes sientan que la libertad del niño es un asunto de todos. Claro que entre tanto cabildo popular, y renuncia de ministro, y visita a China, y viaje a la misa del Papa, seguro se le debió pasar. Qué lástima.
Alguien debería abanderar esta liberación. Alguien debería alzar la voz. Alguien debería gritar. Ese niño tienen que liberarlo ya. No es justo cómo se lo llevaron, no es justo estar secuestrado, y menos a los once años. Ese niño no le ha hecho mal a nadie.
Su familia trabaja como todas, gana plata como todas, tiene deudas como todas, emprende en redes como muchas, y sólo quiere celebrar el partido de fútbol el próximo 29 a su adorado Lyan José, “el niño de mami” como cada mañana ella le dice al amor de su vida, ese juicioso estudiante de quinto primaria que sueña jugar fútbol vestido de “diablo rojo” y gritar sus goles hasta quedar sin voz.
Por supuesto, en libertad. En completa libertad.
@JaimeHonorio
