Federico Díaz Granados
2 Diciembre 2024 03:12 am

Federico Díaz Granados

El periodismo en su laberinto

Entre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsAppEntre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsApp

El periodismo está en crisis. Desde hace un buen tiempo viene experimentando unas transformaciones que lo han llevado a los conflictos y dilemas de este presente. Recuerdo bien que con la caída de las Torres Gemelas escuché mencionar en muchos círculos académicos e intelectuales el tema de la desinformación y, a través de ella, la manipulación de la opinión y la conversación pública, que si bien siempre ha existido sobre todo en tiempos de guerras y elecciones políticas, sentí que con este evento se hacía más evidente. Los atentados del 11 de septiembre de 2001 fueron, de alguna forma, la entrada oficial al siglo XXI tal y como nos lo recordó Antonio Caballero una semana después de los eventos. Esa entrada al siglo XXI marcó todo un cambio cultural y geopolítico que transformó para siempre nuestra manera de habitar el mundo. La irrupción de internet en nuestras vidas cotidianas y posteriormente de las redes sociales hizo más evidente esas transformaciones que parecían entonces ser solo tecnológicas y que después se convirtieron en los grandes agentes del cambio cultural que vivimos. Ya casi cumplimos el primer cuarto de siglo, y todo ha parecido una gran avalancha que ha pasado por la revolución digital y la sobreinformación que alteraron no solo cómo trabajamos y nos comunicamos, sino cómo pensamos y nos relacionamos, y a partir de allí cómo los datos y los algoritmos han explotado nuestra manera de explorar emociones y opiniones. También el resurgimiento de los movimientos y estallidos sociales ha sido testigo de un resurgimiento del activismo social. Las luchas por la equidad de género, la justicia racial y la sostenibilidad medioambiental han sacudido la cultura global, generando nuevas narrativas y demandas de cambio estructural. De igual forma, la globalización y sus contradicciones, la crisis climática, la pandemia, entre tantos otros asuntos de las agendas de hoy, nos han conducido en lo que va del siglo hacia un nuevo paradigma cultural en el que los viejos relatos del progreso y la democracia se reescribe y cuestionan.

Por eso preocupa tanto la crisis del periodismo en tiempos en los que estamos escribiendo una nueva historia. La información se volvió un espectáculo porque la guerra de los clics y los likes nos ha llevado a que las noticias, las grandes crónicas y reportajes de siempre, las extensas entrevistas y las columnas de opinión se reemplacen por fragmentos triviales que capten la atención inmediata. El titular sensacionalista pareciera estar a la orden de los tiempos que corren, haciendo de la información el plato fuerte del espectáculo de hoy. Todo esto ha resquebrajado la confianza en los medios y es allí donde las redes sociales cobran un protagonismo que contribuye, como diría el gran poeta y traductor argentino Aldo Pellegrini, a la confusión general. 

¿Dónde encontrar una salida? La respuesta puede parecer sencilla, pero su ejecución es monumental: la ética. Los valores periodísticos no son un adorno del pasado; son la cartografía que debe siempre guiar este oficio que, según García Márquez, es “el mejor oficio del mundo”. Y precisamente nuestro premio nobel ya había advertido lo que se vendría: “No es fácil entender que el esplendor tecnológico y el vértigo de las comunicaciones, que tanto deseábamos en nuestros tiempos, hayan servido para anticipar y agravar la agonía cotidiana de la hora del cierre” y nos recordó a la vez que “el periodismo es una pasión insaciable que solo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad. Nadie que no la haya padecido puede imaginarse esa servidumbre que se alimenta de las imprevisiones de la vida. Nadie que no lo haya vivido puede concebir siquiera lo que es el pálpito sobrenatural de la noticia, el orgasmo de la primicia, la demolición moral del fracaso”. Estoy de acuerdo con esta premisa de nuestro gran reportero y escritor cuyas lecciones tanto se necesitan en las salas de redacción de hoy. El tema quizás no sea el medio, ni la tecnología, sino el trasfondo y las formas en que se ofrece la información hoy. Solo para mencionar Colombia, existen maravillosos canales digitales de información como Casa Macondo, Vorágine, La Silla vacía, Pares entre tantos otros.

En un mundo fragmentado por la desinformación y la polarización, el periodismo tiene todo para volver a ser un refugio de lo ético en su búsqueda de la verdad y el compromiso con el bien común. Los medios deben proponer grandes pactos con la audiencia, ofreciendo contenidos de calidad y veraces, y con seguridad las audiencias no los dejarán morir en lo económico. Por eso en medio del ruido digital, el periodismo debe recuperar su papel de narrador de la realidad y restituir una definición de la verdad. Debe redescubrir sus principios y volver al compromiso con sus audiencias.

Quisiera volver a hacer esos periódicos manuales que hacía de niño en mi casa y sumergirme durante horas por esos suplementos viejos donde reconstruía relatos a partir de las noticias que ya habían pasado. Esos pequeños relatos y mitos que recreaba venían de allí, de los titulares en los que aprendí a leer. Ojalá esos titulares regresen como una suerte de Cid Campeador a recordarnos que las palabras son el motor de la verdad, depende de cómo las usemos, y que reinventar el periodismo actual, sacarlo de su laberinto y despojarlo de la superficialidad y amarillismo, nos permitirá tener un pensamiento crítico de la realidad y de la historia gracias a muchas de sus páginas.

Conozca más de Cambio aquíConozca más de Cambio aquí

Más Columnas