Luis Alberto Arango
1 Noviembre 2024 04:11 pm

Luis Alberto Arango

El poder de lo presencial

En tiempos de virtualidad, ¿vale la pena viajar miles de kilómetros para una reunión? Mi reciente experiencia en Seattle me demostró que el valor de lo presencial reside en los momentos que van más allá de la agenda formal.

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Hace unos días viajé a Seattle, Estados Unidos -a 6,600 kilómetros de Bogotá- para una reunión de trabajo en las oficinas de una empresa con la que tengo una relación de negocios desde hace unos años. Aunque podría haberse realizado virtualmente, quienes me acompañaron y yo decidimos que valía la pena el esfuerzo de estar allí en persona. No nos equivocamos.

La reunión se llevó a cabo en Bellevue, un suburbio cercano a Seattle, rodeado de colinas y lagos que reflejan la calma de la región del Pacífico Noroeste. La ciudad parecía envuelta en un halo de quietud, en contraste con la vida agitada que se encuentra en Bogotá. Bellevue tiene un encanto sereno y ordenado, enmarcado por modernas edificaciones de vidrio y concreto que reflejan el cielo gris, creando un espectáculo visual que captura la esencia del fin del otoño y el inicio del invierno. La atmósfera, fresca y envolvente, me recordó que hay detalles de la vida que solo se experimentan cuando uno está presente, allí, en cuerpo y alma.

“Las reuniones presenciales, si bien representan un esfuerzo en tiempo y logística, permiten una conexión humana que el mundo digital no puede replicar”.

 

La oficina donde nos recibieron era un espacio moderno y minimalista, diseñado para fomentar la colaboración. Un gran ventanal dejaba ver la ciudad y las montañas nevadas a lo lejos. Las sillas cómodas rodeaban una mesa de madera cálida, y en la pantalla, un sistema de videoconferencia estaba listo, adaptado a estos tiempos de virtualidad. Uno de los asistentes de la empresa anfitriona, que a último momento tuvo que viajar a la India, utilizó esta herramienta con agradecimiento y cierta nostalgia, comentando cuánto le habría gustado estar allí en persona para compartir esos momentos que solo la presencialidad brinda. Esa mañana, para nosotros, la videoconferencia era solo una herramienta más en un entorno que invitaba a conexiones reales, las que se construyen con miradas, gestos y silencios.

No obstante, lo que realmente marcó la diferencia no fue el espacio en sí, sino esos momentos previos y posteriores a la reunión formal. Tuvimos una jornada intensa y bien preparada, porque no podíamos permitirnos dejar cabos sueltos. Lo más valioso surgió cuando la reunión había terminado oficialmente. La persona que nos recibió nos acompañó hasta la salida, y en esos diez minutos de caminata desde la sala de reuniones hasta el lobby del edificio, se dieron conversaciones cortas, amables, muchas de ellas de temas triviales y otras directamente relacionadas con nuestro trabajo. Sorprendentemente, esos minutos nos revelaron información y comentarios de gran importancia para afianzar nuestra relación de negocios, detalles que quizás jamás habrían salido a relucir en una reunión virtual.

En la vida laboral de hoy, vivimos atrapados en un mundo de pantallas y clics, donde la eficiencia prima y cada segundo cuenta. Pero, ¿a qué costo? Las reuniones presenciales, si bien representan un esfuerzo en tiempo y logística, permiten una conexión humana que el mundo digital no puede replicar. Esos cinco minutos antes de iniciar y los cinco o diez minutos después de finalizar una reunión, en los que se comparten sonrisas, se escucha el tono de voz sin distorsión digital y se observan los gestos y el lenguaje corporal, pueden ser, muchas veces, más valiosos que la reunión en sí misma.

“Esos cinco minutos antes y los cinco o diez minutos después de la reunión pueden ser más importantes que la reunión misma”.

La presencialidad ofrece además algo único: la atención completa y sin distracciones. En un mundo donde la multitarea es la norma, estar físicamente en el mismo espacio garantiza una conexión plena. Nos volvemos públicos cautivos, dedicados, sin la posibilidad de apagar la cámara o de responder a un mensaje en el teléfono. Esto es especialmente valioso para quienes creemos y queremos destacar que, aunque el mundo digital es un gran aliado, la verdadera diferencia se hace cuando estamos frente a frente, cuando los detalles importan y los silencios comunican tanto como las palabras.

Así que, si bien el mundo de la virtualidad nos ha facilitado muchas cosas, a veces, el esfuerzo adicional de la presencia física es el que define el éxito. Esta reciente experiencia me ha dejado claro que vale la pena apostar por la reunión presencial cuando el objetivo lo justifica. Porque, aunque el mundo siga avanzando hacia lo digital, la esencia de las relaciones laborales se fortalece en lo tangible, en los gestos compartidos y en esos valiosos minutos que rodean, pero a menudo superan, el contenido de la reunión misma.

“Esta reciente experiencia me ha dejado claro que vale la pena apostar por la reunión presencial cuando el objetivo lo justifica”.

 


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