Acaba de ascender a la primera división de la Bundesliga el mítico equipo de St Pauli de Hamburgo, luego de 13 años de permanencia en la segunda división del fútbol alemán. Esto generó, por supuesto, toda una algarabía no solo en el puerto y el distrito rojo de Hamburgo sino en muchos rincones del mundo donde el club tiene numerosos aficionados. La noticia no tendría mayor trascendencia fuera de los círculos futboleros si no fuera porque se trata del equipo considerado como el más progresista del mundo y es todo un símbolo contra el fascismo, el neonazismo, el racismo, la xenofobia y la homofobia entre otros males, sesgos y discriminaciones que hacen parte de la sociedad de hoy.
Los cánticos de las tribunas del Millerntor Stadion se pueblan de consignas constantes a favor de la igualdad y contra todo tipo de exclusión y discriminación. Como “Lo único que importa es el amor” o “Los refugiados son bienvenidos” o “Ninguna persona es ilegal”. Sus estatutos lo definen como una asociación deportiva “antifascista, antirracista y antihomofóbica” y las camisetas de la tienda oficial llevan el eslogan “Ama al Sankt Pauli, odia el racismo”. Cuando el equipo ingresa en el campo de juego, los fanáticos cantan Hell Bells, el tema de la banda heavy AC/DC. Sin duda todo un lugar de encuentro de la resistencia y el reclamo donde punks, rockeros, metaleros, poetas, marginales y la contracultura en general conviven y celebran juntos la victoria y comparten el destino de la derrota. En la década de los ochenta, varios jugadores e hinchas hicieron parte de las Brigadas de Solidaridad con el gobierno sandinista de Nicaragua y de igual forma otros miembros del equipo viajaron a hacer brigadas agrícolas en Cuba. Regresaron a la isla en 2005 a un partido amistoso con la selección nacional de Cuba. La mayoría de los ingresos del club vienen de los propios hinchas, de las más de 500 asociaciones de fanáticos alrededor del mundo. Hace varios años suprimieron todo tipo de publicidad que hiciera apología del machismo o que objetualizara la figura femenina e incluso no se venden camisetas con los apellidos de los jugadores para no individualizar deportiva y económicamente a nadie en particular al igual que se prohibió la publicidad en pantallas gigantes en el estadio.
Dijo hace unos años Corny Littmann, expresidente del club y el primer dirigente de un equipo de fútbol en reconocerse públicamente como homosexual y asumir el cargo vestido de mujer: “Soy tan fiel a mi club como infiel a mis amantes. Mi club demuestra que se puede ser gay y viril” en directa concordancia al espíritu del club y sus estatutos fundadores.
Así, el ascenso del St. Pauli, como las recientes manifestaciones en estadios con trasfondo político, demuestra que vivimos un mundo donde, una vez más, el fútbol es un canal de protesta o de estallidos sociales. Esta semana jugaron Millonarios contra Palestino de Chile por la fase de grupos de la Copa Libertadores de América. Muchos hinchas del cuadro capitalino llegaron con banderas de Palestina al estadio y exhibieron una inmensa bandera sobre la carrera 30. Días atrás algunos hinchas de la Guardia Albirroja Sur también ondearon banderas de Palestina protestando contra la masacre en Gaza y esto se ha venido viendo, además de las universidades en distintos escenarios deportivos del mundo. Igualmente, jugadores del Racing Club y Defensor Sporting posaron camisetas alusivas al mes de la memoria histórica y en homenaje a los detenidos desaparecidos de la dictadura uruguaya y hace un par de meses, 27 de los 28 equipos de fútbol de la liga argentina (con excepción de Independiente Rivadavia de Mendoza) hicieron un reclamo por la memoria, la verdad y la justicia. Y en la final de la Liga Africana la hinchada del club tunecino Espérance desplegó banderas en apoyo a la causa Palestina y en homenaje a las víctimas del conflicto.
Sabemos bien que, desde sus orígenes, el fútbol ha estado vinculado a la política. En muchos países, los clubes de fútbol nacieron como expresiones de identidad cultural y política. El régimen fascista de Benito Mussolini nacionalizó a algunos de los mejores jugadores argentinos en la década de los 30 para garantizar que las copas del mundo de 1934 y 1938 se quedaran en Italia y demostrar así la superioridad del hombre formado en ese periodo. Durante el régimen militar en Argentina (1976-1983), la dictadura utilizó el Mundial de 1978 para mejorar su imagen internacional, mientras que, en Brasil, el fútbol sirvió para mantener la cohesión social durante los años de la dictadura militar. Son muchos los ejemplos donde encontramos esa estrecha relación entre fútbol y política. Diego Armando Maradona enfrentó a los grandes poderes de la industria del fútbol y de la FIFA y tomó partido a favor de los desfavorecidos siempre.
Hace poco le escuché decir a Juan Villoro que el fútbol femenino es la verdadera reserva moral y ética del fútbol. Estoy de acuerdo que así es. Ver fútbol femenino equivale a la dicha de ver triunfar a un equipo como St Pauli. Son reservas morales que permiten que uno siga creyendo en unos colores y unas tradiciones que siempre estarán por encima de sus dirigentes. Por ahora espero que el St Pauli se quede muchos años en primera división o que al menos esté y anime el campeonato mientras los grupos de ultraderecha se multiplican y ganan elecciones en diferentes regiones de Alemania. El fútbol como resistencia y el St Pauli que pasa de la segunda división a la primera línea de la protesta y la dignidad humana.