Yezid Arteta Dávila
14 Febrero 2025 03:02 am

Yezid Arteta Dávila

El sancocho de Petro

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“Todos los políticos son la misma mierda, Moncada. La única diferencia es que los liberales van a la misa de las cinco y los conservadores a la misa de ocho”, le dice Úrsula al coronel José Raquel Moncada, jefe militar y civil de Macondo. El diálogo entre la matrona y el militar enviado a establecer el orden en el pueblo sucede en uno de los capítulos de la serie Cien años de soledad que reproduce la plataforma Netflix. En el libro, la frase la dice Aureliano Buendía. Colombia es al día de hoy una sumatoria de telenovelas en las que hay un comienzo, pero nunca un final. Ninguna historia acaba. Mero ruido, opereta y memes. 

Por estos días, Viejo Topo, estoy conociendo mejor la realidad del país platicando con la recicladora del barrio y un ordeñador de vacas en las sabanas del Yarí, que escuchando las lecciones de moral de los operadores políticos y las diatribas de los medios. En la campaña electoral de 2022, Gustavo Petro fue llevando al resto de candidatos hacia el terreno de la política en letras mayúsculas. La tierra, la crisis climática, el modelo energético, la seguridad alimentaria, el transporte, la paz territorial, la brecha social y la educación gratuita fueron algunos de los temas en los que se centró el debate electoral. Todos los partidos se esmeraron por presentar sus mejores cartas. Fue, en réditos políticos, una buena campaña. La izquierda salió favorecida.  
  
La extrema derecha aprendió la lección: no hay que hablar de temas serios, sino llevar la campaña al fango. Incluso el falso centro político amasa y lanza bolas de barro. Es la hora en que no se conoce una sola propuesta de los candidatos y candidatas que aspiran a reemplazar a Petro en agosto de 2026. María Fernanda Cabal y Vicky Dávila parecieran estar compitiendo por la presidencia de los Estados Unidos más que por la de Colombia, puesto que se han ido hasta Washington para echarle mierda al país en que nacieron. Traición a la patria, llaman en la mayoría de los estados a esta actitud lacaya. Dos muñecas de paja que se ofrecen al pirómano Trump, amén de hacer el ridículo en actos en los que nadie las ha invitado y concediendo entrevistas a periodistas de medio pelo. 

El niño Miguel Uribe Turbay, entretanto, sobrevuela la región del Catatumbo en un helicóptero. Promete desde el aire resolver con una varita mágica los problemas estructurales de la región. Un acto de frivolidad, como todo lo que le rodea. Jura por su abuelo el fallecido expresidente Julio César Turbay Ayala, que aplicará mano dura contra los violentos. Eso mismo prometieron Alex Char y Jaime Andrés Beltrán para que fueran elegidos alcaldes de Barranquilla y Bucaramanga, ciudades donde la criminalidad se les ha subido hasta por las paredes de sus despachos. Lo mismo ocurre en la Medellín de Federico Gutiérrez, una ciudad en la que se ha incrementado la prostitución infantil y el asesinato de turistas ávidos de droga y sexo barato. Los Bukeles colombianos perdieron el año. ¡Charlatanes!

No quiero, Viejo Topo, pasar de puntillas sobre la transmisión en tiempo real del consejo de ministros que llevó a la renuncia y autocrítica de algunos de los presentes. A mí nada me sorprende. Aprendí más de la condición humana en los patios de las cárceles y en los montes que en las aulas de la universidad. Hasta el individuo más angelical lleva algo de demonio. Satanás era un ángel increíblemente bello, relata el libro de los cristianos. Sin la izquierda militante, Petro no hubiera llegado hasta donde está hoy. La izquierda no hubiera llegado hasta donde está hoy sin Petro. Se necesitan entre sí. No se engañen. No se dejen llevar por la soberbia y la autocomplacencia. 

Soy caribeño, como lo fueron Bateman, Almarales y Jacquin, militantes del M-19. Puedo diferenciar entre lo que es un revolucionario caribeño y un político al uso del Caribe. Puedo distinguir entre un intelectual caribeño como Gabriel García Márquez, Orlando Fals Borda, Marvel Moreno, Eduardo Nieto Arteta y Salomón Kalmanovitz, y un cínico caribeño. Una cosa es el desparpajo caribeño y otra la patanería. Me aparto además de las pseudo feministas que utilizan la expresión: “típico machista costeño”. Hay machistas y maltratadores cachacos, como los hay en toda Colombia. Esto no va de regiones. Esto tiene que ver con el listón de valores con el que te criaron tus padres y la tabla moral con la que te relacionas con la mujer. 

Por último, Viejo Topo, el cuento del Sancocho Nacional, autoría de Jaime Bateman Cayón. Un frente amplio más allá de la izquierda como propuso Petro por la televisión en horario triple A. Estoy de acuerdo. En un sancocho de barrio unos traen la leña, otros pelan los plátanos y las yucas, los viejos encienden y avivan el fuego, los pelados corretean y cogen las gallinas que la matrona despescueza con sus hábiles manos. Hay algunos que no hacen un carajo, pero son los que más comen y repiten. En un frente amplio, o sancocho nacional, es imposible evitar que se cuelen algunos chicos malos. El baremo moral de Colombia es uno de los más bajos del mundo. La avaricia está por todas partes, lo mismo que la hipocresía. Seguimos tirando del carro del cambio. Con yerros y aciertos. Necesitamos más tiempo para que se vean los frutos. 

Este fin de semana, Viejo Topo, frío y lluvioso te recomiendo tres cosas:

Uno. Visionar en Netflix American Factory, Óscar al mejor documental largo en 2020, que cuenta la historia de un empresario del Partido Comunista Chino que invierte su capital en la recuperación de una fábrica de la General Motors en Ohio y que fue cerrada por quiebra en los Estados Unidos. Trae polémica a pesar de la verborrea trumpista. Mira el tráiler. 

Dos. La lectura de Los nombres de Feliza, el reciente libro de Juan Gabriel Vásquez que recrea la vida de la colombiana Feliza Bursztyn, la artista revolucionaria hija de una pareja de judíos expatriados que murió en un restaurante en París mientras cenaba con Gabo y otros acompañantes. 

Tres. Mirar el filme El 47, ganadora del Goya 2025 como mejor película. El cine está contando la vida de los de abajo. En este caso de los inmigrantes andaluces y extremeños que llegaron a Barcelona para buscarse la vida. El filme español narra la vida miserable en las chabolas, y la lucha por reivindicarse. Pilla el tráiler. 
 

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