
Se le nota a Petro el afán y la delectación en tomar a Trump como su sparring predilecto. Diariamente le viene descargando diez y más trinos. Es evidente que cree haber encontrado en este personaje la fórmula mágica para convertirse en un líder regional antinorteamericano.
Lástima para Petro que el sparring escogido le está mostrando una indiferencia que debe tenerlo muy molesto. Trump tiene ahora sus caprichos puestos en otras latitudes. Ya le dijo cuál había sido la molestia de la Casa Blanca con el trino de las 3 de la mañana, cuando cambió su versión de que había que salir a recibir a los deportados con flores y banderas, para ordenar en una segunda instancia que el avión, que ya estaba en vuelo con los primeros colombianos deportados, se devolviera a los Estados Unidos.
Trump, en aquel momento, le mostró a nuestro país los colmillos de la bomba atómica de sanciones que podría descargar sobre nosotros si seguíamos contrariándole sus impertinencias.
Pero Petro encontró allí hábilmente una mina de oro publicitaria –para él, no para Colombia– y, envolviéndose en una bandera válida (la de que nuestro país no acepta que le envíen deportados esposados) que ondea ahora diaria y nochemente en todas sus entrevistas, discursos y en las decenas de trinos diarios que descarga sobre el sparring indiferente, cree haber encontrado un camino fértil para tramitar su reclamo.
La molestia de que Estados Unidos esté mandando deportados con esposas es la misma indignación que manifestó el Brasil en su momento. Solo que allí, en vez de trinos mañaneros y estridencias verbales, Lula e Itamaratí han optado por el camino correcto: mandar una nota de protesta a los Estados Unidos por la vía diplomática, como corresponde.
Petro no. Ya ha llegado en su ofuscada escalada contra el sparring indiferente a proponer una consulta ciudadana dizque para que los colombianos nos manifestemos sobre si estamos de acuerdo o no que los deportados lleguen esposados al territorio colombiano. Por supuesto que la respuesta sería negativa si dicha consulta –que nunca se realizará por supuesto– llegara a convocarse.
Pero lo que no debe hacer Colombia es convertirse en el conejillo antiyanqui en el teatro de la región, en cuyo reparto nuestro presidente quiere encontrar un papel estelar para recuperar su popularidad extraviada. Pero donde no va a encontrar sino uno de reparto.
Tenemos mucho que perder –como estuvimos a punto de constatarlo– cuando desde la Casa Blanca nos leyeron la semana pasada el inventario de medidas sancionatorias que podrían aplicarnos.
Trump es un ensoberbecido mandatario que cree legitimo hacer o anunciar cualquier cosa. Ya lo está haciendo con la insensata amenaza de aranceles a México, Canadá y China, la cual será respondida seguramente por los países afectados con aranceles defensivos contra las exportaciones provenientes de los Estados Unidos.
Dando comienzo así a un espiral diabólico de una guerra comercial generalizada como la que precedió a la gran depresión de los años treinta del siglo pasado. El comercio mundial se contrajo en aquel entonces; el empleo se destruyó; y tardamos varios años en recuperar las economías del mundo entero, incluida la colombiana, que sufrieron lo indecible durante aquella gran depresión.
Una grave responsabilidad se está echando sobre sus hombros el mercurial e irresponsable inquilino de la Casa Blanca con estas amenazas.
El fracaso de la convocatoria a la asamblea del Celac, en Honduras, que había sido solicitada por el presidente Petro la semana pasada “por falta de consenso”, demuestra que ni siquiera la mayoría de los países cercanos ideológicamente a Colombia están de acuerdo en ponerse a buscar bronca con un belicismo inútil contra un sparring sordo para descargar infructuosamente sobre él sus reclamos. Optaron por manejar pragmáticamente los difíciles problemas que está planteando Trump por las vías diplomáticas.
La prueba de fuego la tendremos con el caso de Panamá. Al vecino país le asiste la razón en su negativa rotunda siquiera a iniciar negociaciones con Trump tendientes a devolverle la soberanía sobe el canal. Que es, sin duda alguna, panameña.
Si los Estados Unidos persisten en su disparatada pretensión, Colombia y la región toda debemos estar solidarios con los panameños. Pero para eso no necesitamos –ni el país del istmo ni nosotros– veinte trinos diarios tratándole de sacarle la piedra al atorrante de la Casa Blanca. Ya Panamá le dio una respuesta pragmática al secretario Rubio sin ceder en nada la soberanía sobre el canal.
Para mantener la dignidad de la política exterior colombiana no hay necesidad de estar golpeando diariamente a un sparring indiferente con trinos molestos: hay que tener coherencia, y utilizar al máximo las vías de la diplomacia y del derecho internacional que afortunadamente siguen abiertas.
