Valeria Santos
4 Febrero 2023

Valeria Santos

Enero

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Comenzó el año, y durante 31 días largos nos despertábamos y seguía siendo enero. La sensación de que el primer mes del año es eterno tiene una explicación científica. Según la University College of London, en diciembre, por las vacaciones y festividades, producimos mucha dopamina, lo cual acelera la percepción del tiempo. Pero en enero vuelven la rutina, las tareas y las deudas, y con estas el estrés y la desdicha, lo cual nos hace sentir que el mes nunca se acaba. 

Para muchos colombianos enero de 2023 fue un mes particularmente largo y difícil. Mientras volvíamos a nuestros hábitos y nos estrellábamos de nuevo, con una resaca amarga, contra nuestras obligaciones y una inflación galopante, nos enterábamos, por medio de la errática cuenta de Twitter del presidente Petro, del nuevo rumbo dudoso e inestable que está tomando nuestro país. La incertidumbre y el malestar por tantos anuncios trascendentales sin sustento y con poca claridad, realizados en tan solo un mes, hicieron que muchos celebráramos eufóricamente la llegada de febrero.

Sin embargo, la intensa actividad en Twitter de nuestro presidente en estos primeros días del mes ya nos indica que también será largo e inquietante. Y no es un reto menor para nuestra salud mental tratar de entender e interpretar en tan poco tiempo lo que el Gobierno, de manera contradictoria e intimidante, está tratando de comunicar. 

¡Y es que realmente parece que nos quieren enloquecer! Hemos tenido que aguantar el anuncio de un cese al fuego bilateral que no era bilateral, y que aunque está decretado actualmente con diferentes grupos al margen de la ley, ya se ha incumplido y aún no sabemos cómo se va a verificar; la decisión de no entregar más contratos de exploración de hidrocarburos sustentada en un documento suscrito por unos funcionarios que niegan haberlo firmado y que además, de manera grosera, mezcla probabilidades con hechos; la salida de Ecopetrol de su presidente, Felipe Bayón, un funcionario técnico, juicioso y comprometido con la transición energética; la toma, para muchos hostil y peligrosa,  de las comisiones de regulación de servicios públicos para bajar las tarifas en el corto plazo sin pensar en las consecuencias que esto puede tener en un futuro. 

También vimos en enero el desorden en la presentación de una reforma a la salud, criticada incluso por miembros del mismo Gobierno, que pretende acabar con las EPS en sesiones extraordinarias del Congreso y que solo conocemos a través de unas diapositivas escuetas y plagiadas; conocimos las denuncias por acoso sexual contra un vocero del Ministerio de Salud muy cercano a la ministra y también contra el secretario general de la presidencia, Mauricio Lizcano; y oímos la supuesta declaración de neutralidad que tomará Colombia en la guerra en Ucrania, que se traduce en realidad en nuestra incapacidad para condenar una invasión.

No faltaron los viajes suntuoso de la primera dama y sus cuotas personales en el Gobierno; el silencio casi cómplice de la directora de Bienestar Familiar sobre los casos de explotación sexual de niños en el Guaviare; las relaciones de Nicolás Petro, hijo del primer mandatario, con el hijo del condenado Musa Besaile; la filtración de un proyecto de ley que pretendía prohibir e imponer multas multimillonarias a los usuarios y conductores de las plataformas de transporte que, según el presidente, no es de su Gobierno, a pesar de haber sido publicado en la página web de la Superintendencia; la larga espera por el lanzamiento del programa que remplazará Ingreso Solidario; la filtración de un audio donde se escucha al secretario del Departamento de Prosperidad Social planear posibles hechos de corrupción; además de la incertidumbre por las reformas laborales y pensionales agravada por la renuncia de la viceministra de empleo. 

Y, por último, como era de esperarse, la desilusión que sentimos los bogotanos por tener que volver a aguantar las eternas discusiones, enfrascadas en egos gigantescos, sobre si Bogotá tendrá metro elevado o subterráneo cuando ya sabemos que esto significa que por ahora no habrá ninguno de los dos. 

Pero lo más estresante no son los anuncios de estos desordenados y preocupantes hechos, sino la forma como nos los quieren imponer. Como si los colombianos estuviéramos destinados para siempre a tener que sufrir, debemos ahora aguantar que todas estas reformas se ejecuten a la fuerza por medio de amenazas e intimidaciones. Porque eso es la invitación del presidente Petro a salir a las calles a defender sus iniciativas, por encima de las instituciones: un chantaje que instala el peligroso estado de opinión. Y eso también es el ultimátum del ministro de Transporte a la alcaldesa Claudia López: una burda imposición que desconoce la autonomía territorial y la descentralización plasmada en nuestra Constitución. 

Presidente Petro: aún quedan once meses del año para retomar el camino sensato, ponderado, sustentado y democrático de sus importantes reformas. El cambio sin rumbo y a la fuerza nos puede condenar a tener que sobrevivir para siempre en un triste y gris enero.

Más vale que el Gobierno recupere su sensatez. De las contradicciones, improvisaciones, amenazas y peleas con la prensa solo puede quedar un país imposible de cambiar y de gobernar. 

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