
En la vida a veces pasan cosas difíciles, indeseables o dolorosas que nos cuesta aceptar, cayendo a los sumo en la resignación. En la resignación sientes la impotencia de no poder hacer nada al respecto de algo y el desamparo de no tener nadie que te dé soporte cuando ello sucede. Cargas la pena y detienes el sufrimiento manteniéndolo quieto y fijado en un presente constante. Aceptar es diferente, pues no significa rendirse ni haber fracasado: es todo lo contrario, significa tener el valor para aceptar que seguir haciendo lo mismo en ocasiones es torpe. Hay que aceptar cuando una estrategia ya no funciona y, al mismo tiempo, hay que aceptar el malestar que significa soltarla. Hay que aceptar cuando algo se acaba o no puede continuar. Cuando se confunde aceptación con resignación, la gente puede creer que se trata de aguantar o de apretar el malestar para que no se note. Sin embargo, aceptación significa tener la flexibilidad y humildad suficiente para comprender que en la vida las cosas no siempre salen como uno espera, o como se supone deberían ser.
La sociedad suele no ayudar en este proceso, pues desde pequeños nos enseñan a luchar y a ver la aceptación como algo malo, como si se tratara de ser un perdedor por aceptar algunas cosas. Nos dicen: “¡esta es tu cruz!!”. Debes aceptarla, generando una confusión entre aceptación y resignación. Aceptar no significa ser pasivo y permitir todo lo que nos hace daño. Claramente es un proceso activo en donde se acepta aquello que no se puede cambiar o se acepta la tensión que a veces implica generar algún cambio. El sufrimiento hace parte de la vida y no podemos huir de él y, aunque no es deseable, debemos recordar siempre que el sufrimiento suele durar el tiempo que tardamos en aceptar que la vida es tal y como se presenta. Si bien nos han enseñado a evitar el sufrimiento a toda costa, nuestra trampa esta allí, pues aunque sería una locura andar buscando sufrimientos, solo el sufrimiento debe ser evitable cuando es evitable, pues existen sufrimientos que no se pueden evitar ya que hacen parte de la vida misma y hay algunos con los que hay que aprender a vivir, cuando son inmodificables, como la muerte de un hijo o una enfermedad que no va a detenerse.
Aceptar significa asumir una realidad radical y es que estamos expuestos cuando existimos. El clima es el que es, las enfermedades tienen el curso que tienen, no todo el mundo tiene que querernos, los hijos vienen y se van, los desastres no siempre pueden controlarse, la vida tiene límites y, a veces, la sabiduría aparece en medio de ellos y de lo inaceptable.
El sufrimiento dura el tiempo que gastas luchando, huyendo, cargando, exigiendo o reclamándole a otros o a la vida el peso que sostienes. Entre más trates de no pensar en ello, más presente vive. No es fácil, pero hay momentos de la vida en los que hacer algo o no hacerlo, igual implican un sufrimiento. Elige entonces el que más probabilidad de vida te dé.
Aceptar es muy distinto a estar resignado, pues en la resignación la cabeza sigue luchando contra la realidad y contra la crudeza que hay en la vida. Por duro que suene, hay cosas que sencillamente pueden ser, son así y no de otra forma. Hay cosas que parecen inconcebibles, injustas, increíbles o sencillamente muy dolorosas, pero lo cierto es que muchas cosas, por más que luchemos contra ellas, pueden ser y suceden. La gente cambia de opinión, hay negocios que fracasan, los sentimientos se transforman, hay cosas que no se dan y, en general, somos distintos. Aceptar las cosas que pasan en la vida nos hace más libres y nos permite dejar en las situaciones o personas el peso que a veces cargamos. Así es que hay que luchar, pero con esa misma fuerza hay que aceptar cuando seguir luchando ya no tiene sentido.
Efren Martinez Ortiz
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