
El perfeccionista carece de flexibilidad psicológica y tiene una sensibilidad particular a sentir en ciertas circunstancias que necesita demostrar que es suficiente, capaz y sin error alguno. Hay algunos logros que no alcanza a experimentar a satisfacción, creyendo que los mismos no son tan merecidos o que no son tan importantes, motivo por el cual no disfruta lo que obtiene, ni goza lo conseguido, pues siempre considera que no es para tanto. Equivocarse, fracasar, errar o cualquier circunstancia que evidencie que no consigue el nivel para hacer algunas cosas que son importantes para él le estresa, compartiendo y repartiendo su tensión emocional con todas las personas que le rodean.
Al perfeccionista le incomoda cuando sus proyectos no alcanzan el máximo nivel, pues su exigencia les hace aspirar a la perfección de todo. Pero al convivir con la sensación de incompletud, nunca nada basta, motivo por el cual vive sobre esforzado, sin descansar, dormir o disfrutar de una pausa en su cabeza.
La duda acerca de si las cosas o acciones por hacer son las adecuadas o suficientes puede generarle cierta angustia, pues no es fácil vivir con la incertidumbre de '¿habré completado las cosas y estarán bien hechas?', '¿Tendré que corroborar tres veces que quedó bien esto?'. Esta sensibilidad particular le hace interpretar como amenazantes algunas circunstancias en las que cree que su imagen se verá afectada, que quede mal, y sea visto como insuficiente o falto de capacidad. La necesidad de hacer todo perfecto lo lleva a vivir sintiendo que el tiempo no alcanza para todo lo que hay que hacer, ahorrando todo, previendo todo para calmar su mente catastrófica.
El perfeccionista suele estar convencido de que si no tiene el máximo nivel no vale tanto, de que, si no hace el máximo esfuerzo y da lo mejor, es mediocre de por vida. Para él, equivocarse o fracasar es inadmisible y todo el mundo debe funcionar a su manera y ritmo. La persona con esta susceptibilidad añora sentirse completa, capaz y suficiente, reconocida en sus logros, respetada en su desempeño, tratada con justicia, valorada y no juzgada; pero la sensación de insuficiencia suele generarle la experiencia de estar luchando, una buena parte del tiempo, como si la vida fuese un esfuerzo constante que por épocas cansa. Y experimentar también la impresión de estar incompleto en ciertas circunstancias, como si faltaran veinte céntimos para completar el dólar en dichos contextos y la agobiante percepción de que el tiempo no es suficiente.
Ahora bien, el asunto no es simplemente un tema de rigidez personal, sino de serios problemas asociados al estrés como enfermedades de las vías digestivas, problemas cardíacos, contracturas musculares, bruxismo, insomnio, ansiedad y depresión, acompañados de un impacto interpersonal que, con el tiempo, pasa factura, pues el perfeccionista suele tener problemas con algunos compañeros de trabajo, pareja o familiares por la terquedad, la poca flexibilidad y la inducción de estrés por juicios acerca de temas como la puntualidad, el orden, la justicia, el ahorro, el cumplimiento y la precisión de los argumentos. Teniendo además algunos conflictos más por la forma y no por el fondo, y logrando que los demás sientan que no pueden ser espontáneos en su presencia, pues podrían recibir críticas, descalificaciones y comparaciones. No es fácil vivir con alguien que te evalúa y supervisa todo el tiempo, viviendo la experiencia de coerción y perdida de autonomía.
Por supuesto que el perfeccionista dirá que está en lo correcto y que el problema es que vive en un mundo lleno de mediocres. Pero esta no es una apología al trabajo mal hecho: tan sólo es una invitación a diferenciar entre rigidez y rigurosidad, así como a preguntarnos si siempre es importante tener la razón, o si hay algunos momentos de la vida es donde es más valioso ser feliz.
