Comienzo por definir qué son las élites: personas o grupos de personas que tienen algún tipo de poder – económico, político–, de influencia sobre la opinión pública o de liderazgo en alguna actividad que tenga impacto sobre la sociedad. Las élites no son grupos homogéneos, no necesariamente tienen una agenda común ni son permanentes. Su poder puede aumentar o reducirse con el paso del tiempo. Y pueden ser reemplazadas por élites emergentes.
Pienso que muchos de los problemas que tenemos en la Colombia de hoy obedecen a equivocaciones – por acción u omisión– de las élites que han tenido el poder en las pasadas décadas. Es cierto que el país ha progresado mucho en varios asuntos claves –como la cobertura en educación y en salud–, pero quiero concentrarme en las causas que explican por qué tantas cosas no se han hecho bien o simplemente se han dejado de hacer. No voy a enumerar el listado de las tareas pendientes sino a señalar los que a mi juicio han sido los principales errores de las élites (fallas en las que por supuesto yo también he tenido mi cuota de responsabilidad).
*Egoísmo. Piensan y actúan mucho más en función de su bienestar que en el de la comunidad. Y además, no han podido entender que si a todo el país no le va bien, tarde o temprano esas élites sufrirán –en algún grado–, de alguna manera.
*Cortoplacismo. Por andar tratando de apagar incendios, no han tenido cabeza ni tiempo para prevenir esas conflagraciones. La planeación a mediano plazo es algo que pocos hacen, y en muchos casos ese ejercicio –indispensable para definir una visión, una estrategia y unos objetivos que sirvan de brújula– termina decorando los anaqueles de las oficinas en vez de ser ejecutados.
*Ignorancia. Muchos dirigentes tienen conocimientos escasos y superficiales sobre la realidad nacional. Poco tiempo le dedican a estudiar nuestros problemas, a recorrer el país, a escuchar las voces de las minorías, a conversar con quienes piensan distinto.
*Incapacidad para dialogar. En lugar de intentar llegar a acuerdos con base en la empatía, en la apertura mental y el pragmatismo, se pretende imponer las ideas propias, descalificar o subestimar las ajenas. El “todos ponen, todos ganan” que nos enseñó el profesor Mockus, pocas veces se aplica.
*Arrogancia. Bastantes líderes no comprenden que el poder es una gran herramienta para servir a la sociedad. Creen que es un reconocimiento a su inteligencia, su preparación académica o su carisma, un premio que confirma su presunta superioridad. Esa prepotencia es por supuesto dañina y ofensiva, por eso tanta gente desprecia esos liderazgos vanidosos.
Para que una nueva Colombia sea posible, se necesita un gran cambio de mentalidad de las élites o su renovación. Hombres y mujeres que comprendan que liderar es servir, personas sensibles y solidarias, que no sean machistas, racistas o clasistas, que reconozcan y aprovechen la gran diversidad de formas de ser, de pensar y de actuar de los colombianos, que sirvan de puentes –en vez de muros– para poder conectar a un país lamentablemente fragmentado de muchas maneras.