
En 1992, James Carville, asesor del entonces candidato a la presidencia Bill Clinton, acuñó la famosa frase "es la economía, estúpido" para destacar lo que era realmente importante en la política del momento. Parafraseando esa expresión, en materia de lucha contra las drogas, se le debe decir al presidente Trump que el problema de fondo "es la demanda, estúpido".
Según diversas fuentes serias, Estados Unidos es el principal consumidor de cocaína. Más de 40 millones de habitantes de ese país la han consumido en algún momento en su vida, y 5,2 millones lo hicieron en el último año (dato de 2023). El valor estimado de ese consumo –a precios de mercado en las calles de ese país– asciende a 28 billones de dólares anuales (equivale al doble del valor de las exportaciones colombianas de petróleo). Las metanfetaminas han venido ganado terreno frente a la cocaína, pero el consumo de ésta sigue siendo enorme y cada vez su grado de pureza es mayor.
En 1971, el presidente Nixon declaró la guerra contra las drogas. En la actualidad, después de cientos de miles de muertos (la gran mayoría colombianos) y un trillón de dólares despilfarrados en esa absurda y cruel batalla, nadie desconoce que esa guerra ha sido un fracaso total. La razón, como lo hemos dicho muchos desde hace tiempo, es obvia: mientras haya demanda, habrá oferta (especialmente debido a los muy elevados márgenes de rentabilidad de ese comercio, dado que es ilegal).
Para los líderes estadounidenses, lo más cómodo y útil ha sido echarles la culpa a los productores de coca, particularmente a Colombia por ser el principal proveedor. Y durante décadas nos han amenazado con la descertificación –constancia de que no estamos haciendo lo suficiente para reducir esa oferta y que por lo tanto habría menores aportes de su gobierno para esa batalla, e incluso posibles sanciones económicas adicionales–. La probabilidad de que Trump nos aplique ese castigo es muy alta, no solo porque los cultivos han crecido sino como un gesto de desaprobación del gobierno Petro y como una nueva evidencia de que se cree el presidente del mundo. Pero, sobre todo, porque es un perfecto sofisma de distracción: los malos somos los colombianos que estamos envenenando a sus ciudadanos buenos.
Si hubiese justicia, a quien se debería descertificar es a los Estados Unidos. Porque su labor para disminuir el consumo –tratándolo como un problema de educación preventiva, de salud pública, y de alienación y enajenación de su gente– ha sido totalmente ineficaz.
