Federico Díaz Granados
28 Abril 2025 03:04 am

Federico Díaz Granados

Escuchar la voz de alguien

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Dijo el papa Francisco a La Civiltà Cattolica en 2013: “Me gusta mucho la poesía y, cuando puedo, sigo leyéndola. La poesía está llena de metáforas. Comprender las metáforas ayuda a que el pensamiento sea ágil, intuitivo, flexible y agudo. Quien tiene imaginación no se vuelve rígido, tiene sentido del humor, disfruta siempre de la dulzura de la misericordia y de la libertad interior”.  Así anunció desde el comienzo de su papado la cercanía con la literatura y la profunda convicción de que la poesía era fundamental para modificar nuestra relación con el lenguaje, con el otro y para otorgar herramientas de empatía en la comprensión de las dificultades y fragilidades del ser humano. Esto lo confirmó posteriormente en dos cartas ampliamente difundidas como en la Carta a los poetas, incluida en el volumen Versos a Dios. Antología de la poesía religiosa (Crocetti editore, 2024), compilado por Davide Brullo, A. Spadaro y Nicola Crocetti y en la Carta sobre el papel de la literatura en la formación. 

En la primera nos recuerda: “Queridos poetas, sé que están hambrientos de sentido, y por eso reflexionan también sobre cómo la fe interpela la vida. Este “sentido” no se puede reducir a un concepto, no. Es un significado total que adquiere poesía, símbolo, sentimientos. El verdadero significado no es el del diccionario: ese es el significado de la palabra, y la palabra es instrumento de todo lo que hay en nuestro interior. He amado a muchos poetas y escritores en mi vida, entre los que recuerdo especialmente a Dante, Dostoievski y otros (…) Las palabras de los escritores me ayudaron a comprenderme a mí mismo, al mundo, a mi gente; pero también para profundizar en el corazón humano, en mi vida personal de fe, e incluso en mi tarea pastoral, incluso ahora en este ministerio. Por eso, la palabra literaria es como una espina en el corazón que mueve a la contemplación y pone en camino. La poesía es abierta, te lanza a otro lugar”.  En la segunda nos señala que hay que reivindicar la importancia de la literatura en la formación espiritual, intelectual y humana no solo de los futuros sacerdotes sino de todos los seres humanos. Señala que la lectura de novelas y poesía no es un lujo sino un vía esencial para adentrarse en el misterio del ser humano, comprender la riqueza de la experiencia y mantener despierta la sensibilidad. De igual forma el Papa lamenta en dicha carta que hoy la formación eclesiástica haya relegado la literatura a un plano secundario y accesorio perdiendo así un acceso privilegiado al corazón de las culturas y las personas. Retoma el espíritu de san Pablo quien al citar a los poetas paganos reconoce en la literatura un camino hacía el diálogo profundo entre la fe y la cultura.

Consciente de que la primera habilidad del poeta es la de saber mirar y que a partir de la mirada nace el asombro poético, el papa Francisco afirmó: “Somo ojos que miran y sueñan. No sóoo miran, sino que también sueñan. Una persona que ha perdido la capacidad de soñar carece de poesía y la vida sin poesía no funciona. El artista es el hombre que mira con los ojos y al mismo tiempo sueña, ve más profundamente, profetiza, anuncia una forma diferente de ver y comprender las cosas que tenemos ante nuestros ojos. De hecho, la poesía no habla de la realidad a partir de principios abstractos, sino escuchando la realidad misma: el trabajo, el amor, la muerte y todas las pequeñas grandes cosas que llenan la vida. El suyo es, para citar a Paul Claudel, "un ojo que escucha”. O como afirmó otro poeta admirado y citado por el papa Francisco, Paul Celán: “Quien realmente aprende a ver se acerca a lo invisible”. 

Sin embargo, el punto central de la Carta sobre la literatura en la formación es la afirmación de Jorge Luis Borges de que la lectura permite "escuchar la voz de alguien", según Borges, y en ese proceso, afina nuestra capacidad de empatía y de comprensión. Leer buena literatura nos aleja de la crispación contemporánea, de las trincheras ideológicas, y nos devuelve a la complejidad de lo humano. Aquella afirmación la escuchó el entonces sacerdote Jorge Bergoglio cuando Borges ya ciego tomaba un autobús para ir hasta su parroquia en la provincia de Santa Fe para hablar en las clases de literatura que impartía Bergoglio a mediados de los años sesenta. “Borges explicaba esta idea a sus estudiantes diciéndoles que quizás al comienzo iban a entender poco de lo que estaban leyendo, pero que en todo caso habrían escuchado “la voz de alguien”. Esta es una definición de literatura que me gusta mucho: “escuchar la voz de alguien”. Y no nos olvidemos qué peligroso es dejar de escuchar la voz de otro que nos interpela. Caemos rápidamente en el aislamiento, entramos en una especie de sordera ‘espiritual” señala el papa en su carta. 

A finales de 2024, el papa Francisco recibió en El Vaticano al poeta Luis García Montero, director del Instituto Cervantes y conversaron sobre poesía y su manera de modificar la visión del mundo. “Yo empezaba por el tema uno, a explicar El Cid, con ese lenguaje medieval y los niños se me aburrían. ¿Y qué hice? ¡Pues buscar una canción picante o buscar un poema picante! Por ejemplo, La casada infiel, de Federico García Lorca. ¡Y enseguida se les despertaba la curiosidad!” le dijo el papa Francisco al poeta español. De igual forma recordó que la lectura es una invitación a la libertad. La lectura, lejos de ser un acto de obediencia, es un ejercicio de autonomía: nos permite elegir qué voces escuchar, qué historias incorporar a nuestra visión del mundo. 

Su poema favorito era Everness, de Jorge Luis Borges. Ese poema que recitaba de memoria y que lo cita, por ejemplo, en su emotiva carta a Liliana Clark, madre de Gustavo Cerati, en septiembre de 2013, pocos meses antes de la muerte del cantante argentino. Allí le dice que el archivista más cruel es el olvido: “Solo una cosa no hay. Es el olvido. / Dios, que salva el metal, salva la escoria / y cifra en Su profética memoria / las lunas que serán y las que han sido”. 

Así, en las palabras del papa Francisco resuena la certeza de que la literatura no es solo un arte de escribir o de leer, sino, ante todo, un acto radical de escucha y de mirada. Escuchar la voz del otro en los libros —incluso cuando no entendamos todo al principio— nos salva del aislamiento espiritual y nos vincula con la complejidad del ser humano. Aprender a mirar, soñar y contemplar como el poeta es el primer paso para reconocer lo invisible que habita en lo cotidiano. La poesía y la buena literatura forman corazones capaces de asombro, de empatía y de tender un puente hacia el misterio inagotable de los otros y del mundo. Eso también nos lo enseñó el papa Francisco, un hombre que supo mirar con asombro y compasión y que supo escuchar la voz de alguien, de los otros, como los poetas. 

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