
El presidente Petro, lo mismo que Trump, tiene palabras predilectas en su diccionario. La de este último es “aranceles”, la del primero “especuladores”.
Trump, ante cada capricho que desea imponerles a sus interlocutores, les dispara la amenaza de más aranceles; Petro, ante cada cosa que sale mal en su gobierno –y ahora casi todas salen mal– las acompaña con cargos de “especuladores” contra los que él desea presentar como culpables. Es su infalible manía de buscar siempre culpables en vez de asumir responsabilidades sobre nada.
La última acusación de “especulación” recayó sobre las empresas de gas que, ante la insuficiencia de la oferta doméstica, tendrán que importar ese combustible más caro que el nacional. Con lo cual tuvieron que hacer el anuncio correspondiente de mayores precios.
Que iba a faltar gas para atender la demanda doméstica era algo que estaba cantado desde hace rato. Pero el Gobierno no hizo caso. Continuó obstaculizando la exploración de los yacimientos domésticos tanto costa afuera como en tierra firme, y ahora se muestra indignado porque las empresas del mercado del interior (que deben traer el gas natural importado desde el exterior y de los terminales del Caribe al centro del país) anuncien que resulta inexorable el incremento de precios.
Entonces, sale como de costumbre a decir que gas si hay y que es falsa la noticia de que habrá que importar para atender el mercado doméstico. Que hay especulación. Y que será Ecopetrol el proveedor de lo que se necesite. Pero un contundente comunicado de Andesco ha demostrado cómo los suministros de Ecopetrol (si es que llegan) no estarán disponibles oportunamente para suplir las falencias de la oferta doméstica.
Y entonces llega la consabida acusación de especuladores contra las empresas y les manda, cómo no, a los perros rabiosos de la Superintendencia para que los investigue. Exactamente como lo había hecho hace algunas semanas con las generadoras del sector eléctrico, a las que acusó también de especuladoras y causantes de las altas tarifas.
Otros que resultaron acusados estos últimos días fueron los ministros en el tristemente célebre consejo que se celebró en vivo y en directo, y en clara violación de la ley que exige la confidencialidad de este alto cuerpo de la institucionalidad colombiana.
¿De qué acusó Petro a sus subalternos? De que no estaban ejecutando eficientemente el presupuesto; de que los indicadores de la inversión son bajísimos (de hecho, son los más bajos desde que se llevan cuentas nacionales en Colombia); y de que ocultan su incapacidad para ser eficientes ejecutores presupuestales detrás de las fiducias y similares donde parquean inmensas sumas de dinero que no se traducen en gasto público que tanto se necesita.
Pero resulta que en el famoso circo del consejo de ministros al aire y en directo, en el que tantas puñaladas verbales hubo, no se dijo una sola palabra para explicar que buena parte de la responsabilidad por la baja ejecución no se debe tanto a los ministros como a la iliquidez pavorosa que aqueja las cuentas fiscales del país.
Esta iliquidez está llevando a que el Gobierno se haya convertido en el deudor moroso más notable que tiene Colombia. No le paga a nadie: ni a la salud, ni a las universidades públicas, ni a los acreedores de subsidios del sector eléctrico ubicados en los estratos 1,2 y 3, ni a los contratistas de obras públicas. Las cajas del Estado están virtualmente cerradas para todo el mundo.
Una de las consecuencias de esta sequía de liquidez consiste en que el Ministerio de Hacienda no le otorga el llamado PAC a ninguno de sus colegas para que ejecuten las inversiones a cargo de sus despachos. Sin PAC no se puede rematar ningún gasto público autorizado en el presupuesto. Se ha dicho que una de las estrategias de Hacienda es inducir un 'coma fiscal' a través de la negativa generalizada del PAC.
Esta práctica (causada por la iliquidez pavorosa que estamos viviendo) sirve para cumplir artificial y artificiosamente con la regla fiscal. Pero explica también los bajos niveles de ejecución presupuestal que le permiten a Petro (que debería también mirar la viga en el ojo propio) enrostrarles a sus subalternos en el insólito consejo de ministros el cargo de malos ejecutores presupuestales.
Unos reciben el varapalo de “especuladores”, otros el de malos ejecutores presupuestales.
Pero el presidente Petro no reconoce ninguna responsabilidad en nada. Siempre hay culpables y espejo retrovisor a la mano. La responsabilidad propia por lo que sale mal en la gestión gubernamental no figura en su diccionario.
