
Decía el inolvidable poeta Charles Simic que “cuando peor van los Estados Unidos, mejor va su poesía”. Esta era una premisa que tanto él como otros poetas, amigos suyos, defendían a capa y espada. Finalmente, todos se sentían hijos de esa inmensa tradición de Walt Whitman, Emily Dickinson, Wallace Stevens, Silvia Plath, Adrianne Rich, Edna St. Vincent Milley, Anne Sexton, William Carlos Williams y Allen Ginsberg, entre tantos otros que hicieron de ese país de contradicciones políticas y sociales un epicentro de la poesía mundial. Yo no podría imaginar, por ejemplo, la poesía del siglo XX sin el impacto de las obras y muchos versos de los nombres mencionados y de tantos otros.
La poesía norteamericana pertenece al más profundo acervo cultural de una nación. Desde allí se ha podido interpretar y narrar un país que ha ejercido un impacto y liderazgo en el mundo contemporáneo. La frase de Simic es una sentencia de un destino y de una realidad: la poesía de los Estados Unidos vive un momento de expansión sin precedentes. Se publican miles de títulos de poesía al año, las principales librerías, tanto de cadena como independientes, tienen amplias secciones dedicadas a la poesía, aparecen permanentemente antologías, revistas y talleres y en las universidades se enseña, como nunca antes había ocurrido, cátedras, seminarios, cursos y foros dedicados a la poesía y en sus aulas muchísimos poetas tienen un lugar de reconocimiento y de trabajo digno. El congreso norteamericano ha instituido la categoría de Poeta Laureado al igual que lo han hecho más de veinticinco estados. Existen más de doscientos programas de posgrados en escritura creativa donde siempre hay un grupo destacado de estudiantes dedicados a emprender proyectos de poesía.
La figura del Poeta Laureado es escogida por un periodo de un año y le otorgan una oficina en la biblioteca del Congreso para que, junto con un equipo, diseñe una estrategia de difusión y promoción de la poesía en el país. Algunos de los méritos por los cuales son escogidos los poetas son su impacto en la cultura del país y su popularidad y reconocimiento en toda la nación. Por eso es muy fácil encontrar ejemplares de sus libros en las más famosas librerías de cada estado y ciudad y en la cadena nacional Barnes & Noble.
Por supuesto, Simic fue poeta laureado en el año 2007 y en la actualidad el cargo lo ocupa su colega Ada Limón, primera poeta de origen latino en tener esta distinción. Durante el periodo de Bill Clinton fueron poetas laureados Robert Hass, Rita Dove y Robert Pinsky, a quienes tuve la alegría de invitar a Bogotá al festival Las líneas de la mano del Gimnasio Moderno junto con Charles Simic. Pinsky, por ejemplo, ha sido un poeta tan popular y arraigado en la memoria colectiva del país, que apareció en un capítulo de Los Simpson leyendo su famoso poema Impossible to Tell. Por eso, recorrer la historia de la poesía de los Estados Unidos es emprender un viaje, a la bella manera de Jack Kerouak, por el país de las carreteras desde la autopista de la literatura y sus mejores poetas y hacerlo es, de alguna manera, iniciar un recorrido por su propia historia.
Por eso no resulta extraño que en la toma de juramento de algunos presidentes el invitado central sea un poeta. Desde la de John F. Kennedy, en 1961, donde Robert Frost recitó su poema The Gift Outright, la lectura de un poema inaugural ha sido una tradición esporádica pero significativa en la historia presidencial de los Estados Unidos. Este gesto, aunque adoptado solo por algunos mandatarios, simboliza la conexión entre la política y el arte, resaltando valores nacionales y universales frente a una audiencia masiva.
Aquel poema de Robert Frost, el emblemático autor de Nueva Inglaterra, se convirtió en un punto de partida para futuras intervenciones en las que el poema inaugural se convierte también en una hoja de ruta de la administración. Esa mañana de 1961, debido a las dificultades causadas por el brillo del sol sobre el papel donde había escrito un poema nuevo titulado Dedication a J. F. Keneddy, Frost improvisó este poema en el que se exalta la historia y el destino de América, vinculando el carácter del país con su tierra. Su presencia simbolizó un cambio hacia una mayor apreciación de las artes en la esfera pública. Tuvieron que pasar 32 años para que la gran poeta Maya Angelou fuera la figura en la posesión de Bill Clinton y leyera On the Pulse of Morning, poema en el que Angelou habló de inclusión y reconciliación, dirigiéndose a las complejidades históricas y la diversidad cultural de Estados Unidos. Sus versos convocaron la unidad y el progreso, reflejando la visión de Clinton de un nuevo amanecer para la nación. Cuatro años después, en el juramento del segundo periodo, Bill Clinton invitó al poeta Miller Williams para que leyera Of History and Hope, en el que ella exploró la tensión entre la historia y la esperanza. Su poema llamó a la acción colectiva, destacando la responsabilidad compartida de construir un futuro inclusivo. Williams reforzó la idea de que el progreso social requiere compromiso y reflexión.
En 2009, en la primera toma de posesión de Barack Obama, la poeta Elizabeth Alexander leyó Praise Song for the Day, un poema que celebraba los actos cotidianos y el tejido de las comunidades. Alexander conectó la esperanza del cambio prometido por Obama con los valores fundamentales de solidaridad y trabajo conjunto. Y para el juramento del segundo mandato de Obama, el poeta de origen cubano Richard Blanco leyó el conmovedor One Today, donde se invitaba a mirar la unidad de la América diversa la narrativa inclusiva que caracterizó la presidencia de Obama. Y, en enero de 2021, pocos días después de la toma del capitolio, la joven poeta Amanda Gorman se robó el show en la posesión de Joe Biden. Al leer su poema The Hill we Climb, Gorman abordó la lucha por la democracia tras los eventos del 6 de enero de ese año. Su mensaje de esperanza y resiliencia resonó profundamente en un país fracturado, y resaltó el poder de la unidad para superar los desafíos.
Cada poema inaugural no solo exhibió en sus momentos respectivos valores nacionales como la unidad, la inclusión y la esperanza, sino que también marcó el carácter de la presidencia en la que se presentó. La elección de un poeta y el tono del poema reflejaron las prioridades de cada presidente y su visión del papel de Estados Unidos en el mundo.
En contraste, Donald Trump no incluyó poetas en su ceremonia inaugural de 2017 ni lo hará en 2025. Afortunadamente no lo hizo, porque precisamente es la poesía un lugar de protesta y de crítica para lo que fue su anterior gobierno y lo que será el que viene. Su administración se caracterizó por un distanciamiento de las artes y la cultura, por lo que la ausencia de un poema inaugural en su mandato representa más que una omisión protocolaria: simboliza una era donde el prosaísmo práctico y polarizante predominó sobre la creación artística y el lenguaje de la poesía. De igual forma, muchos reconocidos músicos rechazaron su invitación en 2017 y no quisieron ser relacionados con las políticas de su administración. Jimmy Carter, a su vez, no tuvo poeta inaugural pero invitó a más de una decena de músicos, entre ellos Linda Ronstadt y Aretha Franklin, así como el musical de Broadway 1600 Pennsylvania Avenue, de Leonard Bernstein y Alan Jay Lerner, interpretado por Frederica von Stade y la Orquesta Sinfónica Nacional.
En la nueva era de Trump y el ascenso de figuras como Elon Musk, la narrativa parece inclinarse hacia lo pragmático y tecnológico, relegando las artes a un plano secundario. Esta perspectiva más utilitaria de la cultura refleja las divisiones culturales profundas en Estados Unidos y el desafío continuo de reconciliar la utilidad y la belleza en la vida pública.
Si los poemas inaugurales en las tomas de juramento presidenciales destacaron el poder de la poesía para articular esperanzas colectivas, sanar divisiones y reflejar los valores de una nación, seguramente será en esta época el lugar de la resistencia. La poesía es la confirmación de la verdad que contienen las palabras algo que se pierde en los discursos autoritarios, demagógicos y en las redes sociales. Así, la poesía ha sobrevivido y ha dado cuenta de cómo ha palpitado el corazón humano a lo largo de su aventura vital y nos ha traído, nítido, el relato del mundo con sus contradicciones y guerras y civilizaciones.
Seguramente dará cuenta en el futuro de este tiempo que vivimos que, aunque sea prosaico tiene un relato que dará cuenta de la absurda sensibilidad de una era de miedos y ansiedades. La ausencia de poesía en este lapso será su presencia misma y la identidad cultural de una sociedad se encontrará allí como una herramienta que despierte la conciencia colectiva para imaginar, sobre todo para imaginar, un futuro mejor.
