
La pregunta que abre el reportaje central de este domingo en esta revista, escrito por Armando Neira, sobre la posición de algunos intelectuales frente al Gobierno de Gustavo Petro, revela varios asuntos interesantes que vale la pena analizar. Lo primero es atrevernos a crear un campo semántico para saber qué es un intelectual hoy, y a cuáles intelectuales acude el cronista para responder su pregunta.
La idea de intelectual ha variado según las épocas en las que, dentro de la modernidad, se ha usado el término. Para Jean-Paul Sartre, criticado ferozmente por la historia por su maoísmo en Mayo del 68, o su posición ambigua bajo el régimen de Vichy, un intelectual es “alguien que se mete en lo que no le importa para transgredir tabúes”. A esa idea del intelectual que se resiste al poder y lo discute desde las ideas, el neoliberalismo antepuso y creó a los economistas que pretenden, en palabras de Enzo Traverso, “encarnar una visión objetiva y axiológicamente neutral, cuando en realidad defienden intereses de clase”, así como a escritores mediáticos “que pasan alegremente de un ‘príncipe’ a otro, sin distinción de color político”. El artículo se vale de la definición del editor y escritor Mario Jursich, quien define a un intelectual como un artista, escritor o científico que tiene la autoridad moral para opinar sobre asuntos de interés público, quizás más cercana a la del liberalismo. A mi manera de ver, la opinión ilustra, pero no crea un campo de ideas en el cual podamos discutir con profundidad. Por ello, prefiero entender a los intelectuales como investigadores capaces de confrontar al poder a través de tesis y argumentos que provienen de campos del conocimiento y no de las emociones, filias o fobias de clase.
Con un poco más de esfuerzo, el artículo hubiera podido considerar a intelectuales como Olga Lucía González, María Mercedes Maldonado, Cristina de la Torre, Javier Ortiz Cassiani, Eduardo Pizarro Leongómez, Hernando Gómez Buendía, Tomás Molina, Luis Eduardo Hoyos, Salomón Kalmanovitz, Mauricio García-Villegas, Rodrigo Uprimny, Daniel Gutiérrez Ardila, Laura Quintana, Tatiana Acevedo, María Clara van der Hammen, Mauricio Nieto, Carl Langebaek, Darío Fajardo, Óscar Hernández, Rudy-Amanda Hurtado, Manuel Rodríguez Becerra, Manuel Guzmán Henessy, Erna von der Walde, Ricardo López Pedreros, Mario Hernández, Víctor Manuel Moncayo, Francisco Javier Flórez, Jorge Orlando Melo, Luis Jorge Garay, Héctor Hoyos, Óscar Guardiola, Carlos Granés, Sandra Jaramillo, Luciana Cadahia, Alfonso Múnera, Pedro Adrián Zuluaga o Lucas Ospina, por nombrar una veintena, muchos de ellos opuestos al Gobierno, algunos con ideas progresistas, otros de centroderecha, y otros decididamente de izquierda. Quizás así habríamos examinado el verdadero almendrón del momento que vivimos como nación: ¿qué piensan los intelectuales de los cambios propuestos y conseguidos, o no, por el primer gobierno progresista de Colombia?
Dentro de los nombres aquí citados, hubieran podido abordarse asuntos que están en la agenda pública y política como la propuesta de cambio cultural y la emergencia institucional de los movimientos sociales; los desafíos de la reforma laboral; las perspectivas de una profundización de la reforma agraria; la complejidad de una transición energética ante los monopolios empresariales; la economía política; la construcción de una probable historia nacional; la geografía frente al ordenamiento territorial alrededor del agua; la crisis y la mirada racializada entre el patrimonio material y el inmaterial; la concepción del Estado, el parlamentarismo o el presidencialismo en el régimen político; la política de drogas y la sustitución de cultivos… y un sinnúmero de asuntos públicos que podrían pasarse bajo el cedazo de una verdadera discusión intelectual sobre el poder, las formas de dominación, la inteligencia artificial, y un largo etcétera de asuntos que, evidentemente, no están en el artículo mencionado, que peca por generalizar y hacernos suponer, desde el titular mismo, y las fotografías de los elegidos, que la respuesta es afirmativa de antemano: “estas personas están contra el presidente Petro”.
Nadie niega, por supuesto, la relevancia y el lugar de los allí citados y mencionados, pero la verdad es que el texto persigue su objetivo con una premisa clara: el presidente Petro no es un buen ser humano para ellos, y por eso, los escritores allí citados, salvo Laura Restrepo, Fabio Rubiano, Gonzalo Sánchez y León Valencia, no están de acuerdo con su Gobierno. Esto, por supuesto, tiene cientos de matices, pero me permitiré decir que no hay ningún debate intelectual sobre el actual Gobierno, sino una serie de puntos de vista, legítimos —ese es el debate público— sobre asuntos personales.
He ahí el segundo asunto que permite dilucidar el artículo.
Desde la llegada de Gustavo Petro y Francia Márquez al gobierno de Colombia, en agosto de 2022, la mayoría de argumentos que se discuten, por lo menos en los medios masivos, y en la ‘esfera pública’, se atienen a la personalidad, los aciertos, los yerros, los incumplimientos, las formas, las costumbres, las corruptelas, los escándalos, los clientelismos y las maneras de ser de quienes han trabajado en el Gobierno. Esos nuevos sujetos sociales que ocupan el poder no son, por supuesto, homogéneos, como pretenden algunos comentaristas de derecha o ultraderecha al sostener aquello que escribió hace unas semanas el columnista Daniel Mera Villamizar como tres autoderrotas: la intelectual, la moral y la programática. Sin embargo, la recurrencia es centrarse en la moral, porque es más útil para demostrar la supuesta depravación de un grupo de personas heterodoxas que han habitado el poder estos años también proponiendo caminos intelectuales y programáticos como la inversión en los territorios excluidos; la propuesta de una verdadera reforma a la educación; una reforma pensional que dignifica a las colombianas; una propuesta cultural que rebase la administración y la gerencia y se aplique a fondo en entender la interculturalidad, y un largo etcétera que tendremos que enfrentar como sociedad de ahora en adelante.
Es obvio que hay fallas estructurales y que es innegable la incapacidad de ciertas instituciones para avanzar en un programa de gobierno que ha puesto sobre la mesa un proyecto de país que podríamos discutir con seriedad, como lo han hecho intelectuales en la universidad pública como Ricardo Sánchez, Héctor Moncayo, Lucas Marín Llanes, Socorro Ramírez, Julián de Zubiría y una larga lista de personas que opinan no solo en lugares académicos sino en la prensa misma. Es evidente que este Gobierno, con muchas fragilidades argumentativas por momentos, ha puesto los debates que el país y muchos de sus intelectuales llevan planteándole a la sociedad durante los últimos cincuenta años: quizás podamos recuperar en la prensa los debates de ideas. Eso, sin duda, fortalecería la democracia.
