“Tras las recientes elecciones en Estados Unidos, proliferan los miedos y las ansiedades. Se da la percepción de que las libertades civiles básicas están en peligro, junto con mucho de los derechos conquistados por las mujeres a lo largo de las últimas décadas. Es un clima de división, en el que parece estar al alza el odio contra muchos grupos, al tiempo que los extremistas de toda denominación manifiestan su desprecio a las instituciones democráticas”. (Margaret Atwood, introducción a ‘El cuento de la criada’, 2017)

¿Por qué la animadversión de Trump contra Canadá? ¿Por qué se le iluminan los ojos cuando afirma que va a anexar ese país y convertirlo en el Estado 51 de la Unión? ¿Por qué la cara de satisfacción que se le ve al referirse al primer ministro Trudeau como “gobernador”, como si ya lo hubiera anexado? ¿Por qué el empeño de agredirla económicamente con aranceles a los productos que Canadá le vende, aunque cause más daño en su propio país?
Doctores y psicólogos tienen las universidades gringas que podrán intentar respuestas científicas a estas preguntas, pero en el terreno de las novelas puede uno imaginar explicaciones que pueden ser ciertas por aquello de que, no solo en Macondo, la ficción supera a la realidad.
La distopía de Gilead
La República de Gilead es el país distópico creado por la escritora canadiense Margaret Atwood en sus novelas El cuento de la criada y Los testamentos”. En estos relatos, paramilitares de extrema derecha han convertido a Estados Unidos en un Estado totalitario, después de derrocar al gobierno democrático, tomándose a la fuerza el Congreso y la Casa Blanca y asesinando al presidente y los congresistas que se les oponían.
En el régimen de Gilead, controlado por fundamentalistas religiosos, machistas y patriarcales, las mujeres no pueden trabajar, ni tener ninguna propiedad, ni dinero; no pueden leer, so pena de que les amputen las manos; no tienen ningún derecho, ni siquiera sobre su propio cuerpo, y deben estar sometidas a sus maridos porque así lo dice San Pablo en su epístola a los Corintios. Las mujeres fértiles son convertidas en esclavas sexuales de los poderosos comandantes que tienen el poder y los homosexuales son ejecutados o mandados a campos de concentración.
En Gilead, la interpretación extremista de la Biblia es utilizada para justificar la opresión; no hay derechos humanos ni libertades individuales; el control sobre la población y la represión son totales. las universidades han sido clausuradas, lo mismo que la prensa independiente; la única fuente de información es la propaganda oficial.
Todo esto no es imaginación de la escritora, quien dice que todas las atrocidades que describe han ocurrido alguna vez en la historia de la humanidad; lo único que hizo ella fue ponerlas todas juntas en un solo país. Escrita en 1985, la autora podía tener en mente a los ayatolas de Irán o a los talibanes de Afganistán, pero en el prólogo a la edición de 2017, citado al comienzo, confiesa su temor de que con la elección de Trump puedan empezar a darse estos excesos totalitarios en Estados Unidos. Resultó profética, porque solo era el primer período de Trump.
La respuesta de Canadá
¿Y Canadá? En la novela es la antítesis de Gilead y su enemigo: una sociedad democrática y abierta que se convierte en el refugio de los miles que quieren escapar de la opresión, la represión y el terror. En la serie de televisión, basada en la novela, es además la base de la resistencia y de los que luchan por derrocar el régimen totalitario. Por eso, los comandantes de Gilead la odian y le temen.
No sé si Trump haya leído la novela, o se la contaron, pero es claro que, volviendo a la realidad, para su MAGA oligárquica, machista, racista y sexista, Canadá ofrece un contraste radical con su apertura democrática, y su estado de bienestar; su sistema de salud es parecido al Obamacare que tanto detestan los republicanos; es total su respeto a los inmigrantes y a los pueblos nativos, lo mismo que la libertad de prensa y su compromiso con el multilateralismo.
Pero más allá de la confrontación ideológica, también está la venganza personal, porque Trump no le perdona a Trudeau que en 2018 se le hubiera enfrentado cuando por primera vez quiso imponer aranceles a Canadá. Y, por supuesto, la ambición imperialista de extender el territorio y emular a Teodoro Roosevelt para poder decir “I took Canada”. Todo justificado con mentiras como afirmar que Canadá es una amenaza porque es la ruta para el ingreso del fentanilo y de miles de migrantes.
La respuesta de Canadá ha sido fuerte e inmediata. El gobierno Impuso aranceles retaliativos a las importaciones de Estados Unidos, amenazó con subir 25 por ciento el precio de la energía que le vende, y está pensando pedir la afiliación a la Unión Europea. También los ciudadanos han reaccionado con un fervor nacionalista inesperado que ha llegado hasta boicotear los productos norteamericanos en los supermercados.
No hay mal que por bien no venga: antes de las amenazas de Trump, el partido conservador era el favorito para ganar las próximas elecciones, pero su candidato es un populista de derecha, admirador de las políticas de Trump, y ahora se ha desplomado en las encuestas resucitando las esperanzas de los liberales de mantenerse en el poder con el reemplazo de Trudeau, Mark Carney.
El discurso de victoria de Carney en las elecciones internas del partido liberal es una pieza magistral que vale la pena leer. “Estados Unidos no es Canadá. Y Canadá nunca, nunca, será parte de Estados Unidos de ninguna manera, forma o figura”, afirmó, para concluir en tono irónico: “En la guerra comercial, lo mismo que en el hockey, Canadá ganará”.
En la novela, Gilead desaparece y resurge la democracia.
