Velia Vidal
19 Noviembre 2024 01:11 pm

Velia Vidal

Hacia la raíz

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Apenas inicio este viaje que durará unas veinticuatro horas en total y aunque he tenido un promedio muy alto de vuelos por cada uno de los tres últimos años, es imposible tomar este trayecto como uno más. Ya estuve en África, puntualmente en Rabat (Marruecos), pero visitar Nigeria por primera vez tiene un valor especial porque inevitablemente representa un viaje hacia la raíz.

No me refiero a esta idea generalizante de raíz proveniente de la concepción del continente africano como cuna de la humanidad, me refiero a la raíz particular, común a quienes somos descendientes de las víctimas de la trata esclavista. Quienes, como consecuencia de ello, hemos vivido generación tras generación, y seguimos soportando los efectos del racismo estructural y todas las manifestaciones del mismo tanto a nivel institucional como a nivel interpersonal y cotidiano.

Durante años me he preguntado qué significa volver a la raíz y qué valor tiene África para mí. Muchas personas negras de América Latina expresan una conexión emocional y espiritual que, a decir verdad, no experimento, quizá como resultado de mi pragmatismo o mi distancia con asuntos religiosos. 

Producto de mis reflexiones he elegido alejarme de la idealización del continente de mis antepasados como el lugar donde todo fue o sería perfecto. Hay bastante información del presente y del pasado para romper toda idealización.

Me interesa reconocer en mi cultura, por encima de la tragedia de la trata y la esclavización, la mixtura resultante del encuentro de mis ancestros con los pueblos originarios, de la adaptación a los ecosistemas de este nuevo continente y del relacionamiento -a la fuerza o voluntario- con los españoles. No hacerlo sería como negar mi tatarabuelo español y mis bisabuelas y tatarabuelas embera. 

Reivindicar mi cultura como producto de estos encuentros no implica, sin embargo, el desconocimiento del pasado, el compromiso con nombrar sus efectos en el presente, ni la natural inquietud al viajar a un lugar desde donde, con toda certeza, vinieron una parte de mis antepasados de apenas seis o siete generaciones atrás.

La sangre no es agua, decimos en el Chocó. Y es seguramente esa intuición la que me provoca inquietud con este viaje. Me imagino que recorreré las calles de Lagos con la curiosidad de quien busca. Posiblemente seré como aquellos que apenas empiezan a enamorarse y se gastan las conversaciones intentando descubrir las cosas que tienen en común. 

Por todo lo anterior, incluidas las contradicciones que pueden quedar en el aire, me atrevo a decir que la identidad racial y la conexión con un territorio al que podría llamarse madre, posiblemente no acaba de construirse nunca. Es fluida, como esa sangre que, se supone, da cuenta de tal conexión. 

En una semana volveré aquí, y contaré con detalle y con transparencia el desenlace de este encuentro que, en todo caso, parece tocarme muy hondo.
 

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