Me interesaba ver la última película de Almodóvar, La habitación de al lado, porque quería escribir sobre la eutanasia. Había visto ya cintas del tema como Las invasiones bárbaras o Mar adentro, y tenía curiosidad de saber cómo lo iba a abordar el director español. En algún momento de la cinta, John Tuturro (uno de los protagonistas) dice que quienes quieren morir dignamente se sienten como criminales porque la derecha recalcitrante y el fanatismo religioso se oponen a ello. Tiene razón. Las legislaciones varían según los países, pero es cierto que en esa decisión tan íntima siempre el Estado, la Iglesia y la sociedad tienen algo que decir.
En efecto, la película se trata de eso, y no es un spoiler decirlo porque es patente desde el comienzo. Una mujer tiene un cáncer terminal y quiere irse en sus términos, así que ha comprado en la dark web una pastilla, pero quiere que alguien esté en la habitación de al lado para cuando ella decida poner fin a su vida, así que le pide a una amiga que la ayude. Si se hubiera quedado ahí habría sido previsible, aburrida, tanto para la amiga que la acompaña como para el espectador medianamente interesados en cuándo ocurrirá la muerte y qué consecuencias legales traerá su suicidio. Pero esto de la eutanasia, si bien es un tema polémico y complejo, en esta cinta es sólo un pretexto. Almodóvar no ha dejado de hablar de lo que le interesa: las mujeres y, en este caso en particular, el tema de la amistad. De eso se trata La habitación del al lado: de la sororidad.
Esa palabra, sororidad, que viene del latín soror (hermana), comenzó a usarse en inglés en el siglo XVI pero en español sólo fue aceptada por la Real Academia Española (RAE) en 2018. Como si antes no hubiera existido este vínculo, o peor, como si no hubiera sido importante, o por lo menos no tan importante como la fraternidad, que designa la amistad entre hermanos.
A pesar de lo que dice la RAE, la sororidad existe antes de este siglo. Las mujeres creamos unos vínculos estrechos y profundos que soportan el silencio de años, los amantes compartidos, los matrimonios y los hijos y también los divorcios y la lejanía. La sororidad entre mujeres no tiene temas vedados ni fronteras físicas y con el tiempo, y con la edad, nos damos cuenta de que tampoco caben la envidia ni el rencor.
Mis amigas y yo hemos estado en las bodas de las otras, en los nacimientos de los hijos, en las muertes de los padres, en los momentos de dolor y de celebración. Nos hemos visto las unas a la otras las primeras canas, hemos hablado de sexo, de menopausia, del miedo a morir, pero también hemos compartido recetas, libros, películas y ropa.
En La habitación de al lado, Martha (Tilda Swinton) e Ingrid (Julianne Moore) no han sido ni siquiera íntimas. Trabajaron juntas en periodismo, pero con el tiempo se alejaron y se reencontraron cuando Ingrid se enteró de la enfermedad de su amiga. Ese lazo entre ambas, que estaba unido por el pasado, se alimentó de la solidaridad del presente, de la compasión y de la valentía y las transformó. Me parece que Almodóvar quería decirnos con su película que la sororidad dura hasta que la muerte nos separe.