Federico Díaz Granados
19 Mayo 2025 03:05 am

Federico Díaz Granados

Hay días en que somos tan móviles, tan móviles

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En mis talleres de poesía me gusta leer y recordar algunos de los poemas clásicos de la tradición colombiana y mirarlos a la luz del presente. Me emociono mucho cuando leo en voz alta, entre otros, los Nocturnos de José Asunción Silva, Morada al sur de Aurelio Arturo, La patria de María Mercedes Carranza, En el borde de Piedad Bonnett y Canto del extranjero de Giovanni Quessep, solo por mencionar algunos. En otras ocasiones me gusta regresar a Porfirio Barba Jacob y recito, como si se tratara de una oración dentro de un templo, Canción de la vida profunda, que hace parte de la memoria literaria del país. No hace mucho volví a mi ritual y leí frente a los participantes “Hay días en que somos tan móviles, tan móviles, / como las leves briznas al viento y al azar. / Tal vez bajo otro cielo la gloria nos sonría /La vida es clara, undívaga, y abierta como un mar”. 

Con esos versos, uno de los más hondos de la poesía hispanoamericana de comienzos del siglo XX, una música nueva, un rumor distinto se instalaba en nuestra lengua. Ya para entonces el tercer Nocturno de José Asunción Silva había fundado, de manera definitiva, una musicalidad en la poesía escrita en español, pero al leer hace poco los delicados versos de Barba Jacob comprendí cierta fugacidad y la certeza del movimiento y el desarraigo siempre presente en la experiencia humana. 

“Somos tan móviles, tan móviles...” como si Barba Jacob se hubiera anticipado a la intermitencia y los tránsitos de esta época y como si este poema en el que “levamos anclas para jamás volver”, como tantos otros, haya puesto a resonar las incertidumbres de un tiempo de identidades líquidas como las llamaría Zygmunt Bauman. Somos móviles, nómadas y viajeros que nos desplazamos desde el miedo o el vacío hacia la velocidad y el vértigo entre las intermitencias de las imágenes que se transforman y desechan. Vivimos bajo el dominio de lo instantáneo que ha visibilizado de una forma más nítida nuestras profundas fragilidades. “Las leves briznas al viento y al azar…” que nos recuerdan que el azar y la equivocación siguen siendo formas humanas de trazar el destino.

La defensa del error puede ser una brújula en estos tiempos tan confusos y por eso la poesía que sigue respondiendo a preguntas llenas de verdad humana nos convida nuevamente a la quietud y el silencio. Estamos cansados, ansiosos, llenos de fatigas, dispersiones y extravíos. Todo eso hace parte del ruido y la movilidad a los que nos invitan por estos días. Los jóvenes ya no quieren durar mucho tiempo vinculados a un trabajo, pocos quieren tener hijos y pensar en tener una casa propia. El signo de la impermanencia es una consigna de estos días que corren. Por eso, las humanidades, las artes nos convidan a escoger la lentitud frente al vértigo, la delicadeza frente al bullicio y el ocio frente a la productividad para recordarnos que las emociones son nuestra gran conexión con lo humano, con sus azares y errores, pero con lo esencial que nos define. 

Aún así, en medio de los días rotos por la prisa y la ansiedad hay un lugar donde pareciera que el lenguaje se detiene sin las urgencias de la intemperie: la poesía, la única forma donde el azar y el error son los caminos más llanos hacia la belleza y la comprensión del corazón humano. Aprendemos a mirar diferente el mundo desde las múltiples acciones de la poesía y las artes en general. Así, en días “tan móviles, tan móviles” pareciera que una luz antigua recordara su verdadero lugar en el mundo y que una canción escrita hace tantos años hablara de dolor de hoy. La poesía permite ese acuerdo entre las palabras para que el mundo sea más leve y compasivo. Así “bajo otro cielo la gloria nos sonría” en “¡Un día en que ya nadie nos puede retener!”. 

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