Estos días ha venido a hablarme al oído la escritora afroamericana bell hooks, lo ha hecho gracias a que Yunko Ogata, autora afromexicana, se tomó el tiempo para traducir por primera vez al español Hermanas del ñame (U-Topicas, 2024). Originalmente publicado en 1984, el libro de hooks se ocupa de la sanación emocional y espiritual de las mujeres negras, un tema revolucionario para el momento, y con absoluta vigencia en la actualidad.
Antes que libro, Hermanas del ñame fue una especie de círculo de mujeres negras lideradas por bell, que se reunían en pequeños encuentros y posteriormente unos más grandes, a buscar formas de sanarse. Las experiencias de las mujeres, incluida la académica, autora y activista, dieron cuenta de una serie de situaciones dolorosas, que no son ajenas a ninguna mujer negra en todo el continente americano, nosotras, descendientes de África, vinculadas a los esclavizados tanto como el ñame, sabemos bien de nuestras limitaciones emocionales, nuestra rabia, nuestras castración del deseo, el problemático vínculo con el trabajo, la baja autoestima o el rechazo a nuestra imagen, intuimos la obsesión por dar más para hacernos merecedoras de algún reconocimiento o de amor. Lo sabemos, aunque nos cueste enunciarlo, aunque lo disimulemos poniéndole otros nombres.
Los efectos del racismo están muy medidos en materia de servicios básicos, acceso a la educación, a la salud. Sabemos cuánto se incrementan los riesgos de ir a una cárcel o terminar asesinados o agredidos por fuerzas armadas y policiales simplemente por ser negros. Podemos decir con precisión cuántos niños negros mueren al año por desnutrición o ahogados. Poco se ha estudiado, al menos en América Latina, el efecto del racismo en la intimidad de las mujeres.
Los estereotipos con los que nos califican, muchas veces han sido interiorizados por nosotras, y los reproducimos una y otra vez, aunque nos esté costando la vida. Me refiero, por ejemplo, a ideas como nuestra fortaleza infinita, nuestra capacidad de sobreponemos a todo, nuestra alegría constante, ausencia de depresiones o suicidios entre nuestras familias. Ideas como la reducción de nuestros cuerpos a ser solo un medio para la satisfacción del deseo ajeno, no del nuestro.
Es difícil admitir nuestra vulnerabilidad, aceptar que nos queda más fácil ser rudas que amorosas, que nos negamos la dulzura entre nosotras, que nos es más fácil criticarnos o invalidarnos, porque simplemente obedecemos a lo que ha sido nuestra historia. La misma bell expresó su temor a ser tomada como una traidora por su propia gente, al poner en el este libro esos asuntos tan íntimos, que ni siquiera se nombraban. No podemos negar que hablar públicamente de esto podría dar la sensación de otorgarle un punto a favor a nuestros opresores, podría significar que doblegamos nuestro orgullo y dignidad.
Por fortuna, y sumado a otros hechos relevantes de la época, el libro tuvo una gran receptividad. Con mucha facilidad las mujeres comprendieron que se trataba de ponernos a nosotras por delante, de sanarnos, comprendieron que esa es nuestra verdadera victoria.
Afortunadamente las mujeres negras de hoy, especialmente las más jóvenes, pueden tener una mejor situación en cuanto a los asuntos aquí enunciados; sin embargo, aún tenemos pendiente mucho de esta discusión en América Latina, a las afrolatinoamericanas nos queda un largo camino por recorrer en materia de sanación.
Creo que lo más valioso de este libro, que deseo lean muchas mujeres negras de nuestra región en español y ojalá en portugués, es que más allá del frío diagnóstico, bell escribió con amor cada línea y procura, con sus palabras, entregarnos parte de ese amor y ese cuidado que necesitamos. Solo hace falta, como en el caso de Velma, personaje de The Salt Eaters (Toni Cade Bambara. Random House, 1981), a quien un grupo de ancianas poderosas intentan sanar, que tengamos la voluntad de estar bien.
bell me ha hablado al oído sobre mi propia sanación, mi duelo, mi autocuidado. Me dijo también que las vías son múltiples y lo importante es que todas debemos llegar a algún lado para restaurar nuestras almas, que necesitamos ubicarnos en el camino hacia la recuperación y la plenitud. Yo solo agregaría que es un asunto de derechos y que sanarnos a nosotras mismas, que significa con frecuencia sanar nuestras familias, es una acción política urgente.