Jaime Honorio González
22 Junio 2025 02:06 am

Jaime Honorio González

Hombre en llamas

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El presidente de la República es un provocador consumado. Pocos como él. Comenzó a ejercer su nuevo oficio unos meses después de que llegara al máximo cargo. Antes se había mostrado conciliador, inclusivo, buen cristiano en eso de poner la otra mejilla, completamente respetuoso de las normas, técnico y meritocrático, decente en la discusión, consecuente con sus ideas de reivindicación social y un necesario defensor de quienes tradicionalmente han sido vilipendiados, humillados, ignorados e irrespetados en este tan desigual país. Por eso ganó, por mostrarse así.

Luego, poco a poco y de manera consistente, fue dejando de serlo.

Dejó de ser tecnócrata cuando echó a varios ministros porque lo contradecían. Dejó de preocuparle la meritocracia cuando nombró personas sin experiencia ni conocimientos específicos en puestos claves de su gobierno. Dejó de ser conciliador cuando se agarró —vía tuiter— con todo el que pudo. Dejó de ser decente en la discusión cuando comenzó a disparar epítetos por doquier y a señalar enemigos sin piedad en los mítines a los que alcanzaba a llegar.

Dejó de poner la otra mejilla y —en cambio— lanzó cachetadas y golpes bajos a propios y extraños, a detractores locales y a presidentes de países, y a varios de sus propios funcionarios, como aquel que le declaró su eterno amor de manera pública y en vivo y en directo. No recuerdo haber visto algo parecido.

Dejó de defender y pasó a vilipendiar a la prensa en general y a varios periodistas en particular. Ha dicho mentiras y aunque ha sido puesto en evidencia, se ha reiterado en la falacia. Ha escrito insensateces en defensa de sus posiciones. Ha republicado insensateces de otros, que es peor. Respetar a los periodistas no consiste en saludarlos de forma amable. Eso es cortesía, que es diferente. Respetar a los periodistas es responder las preguntas, todas, y es aceptar la autonomía de los medios evitando señalarlas, y es abstenerse de emitir juicios sobre el trabajo de los reporteros, porque los pone en peligro; y es cuidar ese dedo que lo traiciona a cada rato en ese teléfono desde donde muchas veces se despacha como si no hubiera un mañana; y es guardar esa lengua que bota fuego en cada respuesta a quienes no están de acuerdo con sus incandescentes globos.

Dejó de ser completamente respetuoso de las normas cuando firmó el decreto que convocó la consulta popular, a sabiendas de que incumplía la exigencia constitucional del previo concepto favorable del Senado, que lo derrotó en franca lid a pesar de la omnipotencia presidencial. Que en este país es escandalosa.

Dejó de ser inclusivo, ¡y de qué forma!, nombrando como jefe de Gabinete a un reconocido y peligroso extremista que se presenta como pastor de una iglesia cristiana, un  verdadero converso político que entre otras maravillas y en nombre de Cristo Jesús pide el cierre del Congreso, hostiga a los miembros de la comunidad LGTB y aboga por una Asamblea Nacional Constituyente en estos precisos momentos en que este país está que arde. Todo un demonio.

Con estas temperaturas, es mala idea rodearse de pirómanos disfrazados de seguidores, más áulicos que asesores, más fanáticos que líderes, más retrógrados que pastores de ovejas. En fin de cuentas, más petristas que Petro. Lo cual, ya es mucho decir.

El presidente está ardiendo y —para evitar inmolarse— con inusitada frecuencia y sin necesidad de un ¡dracarys! sale a la plaza pública a escupir fuego, convirtiendo en cenizas al condenado del momento, arrancando vítores de los asistentes ubicados alrededor de la hoguera, que terminan consumidos por las ardientes palabras que —al final— se las lleva el viento y que las redes sociales, incluidas las de los medios de información, recogen en forma de cenizas y luego dispersan por todo lado. Al final, todos quemados.

Aunque no creo que el presidente sea la peor persona del mundo ni mucho menos. No estamos aquí en plan odiador propio de los fanáticos que abundan por ahí, repitiendo las mismas frases comunes de siempre y ejerciendo —de paso— una bastante mediocre oposición que lo único que ha logrado es desviar el debate sobre fallas importantes en este cuatrienio, al que —a propósito— le falta un año largo. O un largo año, depende del sentimiento de cada uno.

Tampoco creo que sea el peor gobierno de la historia, ni ésta la peor época de la nación, ni nada de eso. El tremendismo es otro de esos dañinos extremos. La inmediatez le gana a la memoria de muchos, es como si no hubiese existido El Bogotazo, o las bombas de Escobar, o el proceso 8 mil, o las Farc dominando media Colombia y merodeando en las goteras de Bogotá, sólo por nombrar algunos peligrosísimos momentos que atravesaron las instituciones de este país.

Sí, es éste un momento muy complicado, pero aquí hay cortes que deciden, Congreso que ejerce, Ejército que nos defiende y prensa que denuncia. Éste país funciona, así muchos quieran vendernos el completo caos. El caos puede ser el del presidente, pero no el país.

Que Gustavo Petro haya sido realmente la persona del primer párrafo de este texto o que apenas fuese una fachada para lograr la Presidencia, pues ya poco importa. Lo que realmente preocupa es que, hoy día, es un Hombre en llamas. Y me parece que —si sigue así— está muy cerca de pasar de incendiario a incendiado. Ojalá que no.

@JaimeHonorio

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