
Muchos homenajes y reconocimientos a creadores y artistas llegan tarde. Otros, por el contrario, llegan a tiempo y en vida y con justicia se retribuyen sus aportes al ámbito de la cultura. Algunos son muy simbólicos y otros pragmáticos. Lo importante es que ocurran y se celebren trayectorias y obras que han sido fundamentales para trazar una identidad, fundar modelos de creación y perdurar en la memoria. Por eso, la franja Homenajes del corazón que tuvo lugar durante la pasada FILBo permitió a muchos viejos y nuevos lectores identificar las claves de unas trayectorias que han dejado una impronta en la memoria cultural de Colombia.
Luis Fayad es un autor canónico de Bogotá. Vive hace más de 50 años en Europa, pero su novela Los parientes de Ester desentrañó con sencillez y tensión poética las intrigas de las familias y los conflictos de entrecasa desde el retrato del fracaso de una generación que creció durante el Frente Nacional. A sus ochenta años, Luis regresó a esta versión de la feria para reencontrarse con sus lectores, conversar con el público sobre migración, movimientos sociales de las décadas de los sesenta y setenta y para presentar las recientes ediciones que la editorial independiente Himpar hizo de su novela La caída de los puntos cardinales y de sus relatos La carta del futuro y El regreso de los ecos, reunidos en un solo volumen bajo el título Salir de casa, títulos que renacen bajo nuevas cubiertas y desde la mirada de jóvenes editores cuyo entusiasmo permitirá que el autor alcance nuevos lectores.
Por su parte, en el auditorio José Asunción Silva se rindió un sentido homenaje el poeta Darío Jaramillo Agudelo, quien contó en el escenario con la compañía de poetas, editores y amigos que expresaron su admiración y gratitud a su legado. María Gómez Lara, Catalina González Restrepo, Mario Jursich Durán, Darío Rodríguez, Jorge Orlando Melo, Ángela Pérez, Luis García Montero y Manuel Borrás dejaron un emotivo testimonio sobre el autor de Cartas cruzadas y de poemas que están indelebles en la memoria colectiva de muchos porque con esos versos aprendimos a nombrar algunas emociones.
La memoria trágica de Colombia encontró su espacio en el homenaje al escritor Miguel Torres, autor no solo de la trilogía de novelas sobre el nueve de abril, sino de la obra La siempreviva, que cumplió treinta años de su primera función y quince de la publicación de su dramaturgia y que sigue trayendo de regreso una de las grandes heridas nacionales como lo es la toma del Palacio de Justicia, su impunidad y la forma en la que la obra nos ayuda a sostener esa dolor a través del hecho estético. Asimismo, la escritora Yolanda Reyes celebró las tres décadas de la publicación de El terror de Sexto B, un libro que condensa con humor y ternura las inquietudes de la infancia y la pulsión de la palabra y cuyos personajes continúan habitando nuestro imaginario y haciendo parte de algunas de las primeras lecturas de muchos jóvenes del país.También cumplió tres décadas el icónico personaje de Magola, quien con ternura y humor ha sabido trazar un espejo de nuestra identidad y desde la FILBo se hizo un reconocimiento a su creadora Nani Mosquera y su aporte a la narrativa gráfica del país.
La poeta Piedad Bonnett habló en nombre de los escritores y escritoras colombianas en un discurso en que nos recordó, con su habitual lucidez poética, que la literatura no es ajena a los dilemas éticos de la sociedad, sino que es un campo donde conviven el horror y la belleza del cuerpo, la salud mental y la autonomía. Con su voz crítica nos interpeló: ¿cómo callar los cuerpos violentados, los cuerpos que aman, mueren y renacen?
El inolvidable Roberto Burgos Cantor hubiera cumplido ochenta años. Sin embargo, sus lectores y amigos celebraron en esta feria las reediciones en el Fondo de Cultura Económica de Lo amador y trece cuentos más y de la novela El patio de los vientos perdidos, junto con la reedición que Himpar hiciera de La ceiba de la memoria. Este recordatorio permitió abrir nuevas conversaciones sobre la obra de Burgos Cantor y las herencias que de su magisterio recogen las nuevas generaciones. De igual forma, el recientemente fallecido Felipe Ossa, decano de los libreros en Colombia, recibió un reconocimiento de quienes hacen parte de la cadena del libro por sus aportes como difusor de la lectura y promotor entusiasta de la circulación del libro en el país.
Estos homenajes son señales de la vigencia de un tejido cultural fundamentales para abrazar la memoria de un país y de pensar que cada aporte es una promesa de futuro que nos permitirá comprender mejor nuestro porvenir. Un homenaje no es una cortesía sino una urgencia de volver a poner la mirada sobre lo que nuestros creadores y promotores han hecho para dotarnos a todos de una voz en el mundo. Son postales de gratitud y admiración y la posibilidad inequívoca de señalar unas rutas gracias al camino que ellos trazaron antes. Celebrar cómo la forma en que esta memoria retorna y se prolonga en nuevos y futuros lectores.
